El coste brutal de nuestra pasividad
El cantante de U2 cree que la reunión de los dirigentes europeos debería servir para que el liderazgo de los países de la UE se traduzca en una aportación anual de 1.000 millones de dólares en la lucha contra el sida en África.
Este fin de semana, 15 líderes europeos van a reunirse en una ciudad costera griega. Bajo un sol abrasador, debatirán acaloradamente en torno a muchos temas apremiantes: nuestro futuro en Europa, nuestra seguridad y nuestras relaciones con el resto del mundo. Este fin de semana, 6.500 personas morirán de sida en África. Bajo un sol abrasador, sus cuerpos recibirán sepultura junto a los 17 millones ya enterrados. No tenían un futuro que debatir, ni tampoco seguridad, y sus relaciones con el resto del mundo son señal de que algo, en alguna parte, se ha torcido mucho, pero que mucho.
En los países más afectados de África, las expectativas de vida están cayendo por debajo de los 30 años, pues la pandemia del sida está llevándose a los miembros más sanos, fuertes y productivos de la sociedad. Cuando esta gente muere -por falta de medicinas cuya disponibilidad entre nosotros se da por sentada-, se lleva consigo su poder adquisitivo, su capital humano, dejando atrás a sus hijos. A menos que nuestra capacidad de respuesta se iguale a la intensidad de la crisis, serán, por lo menos, 25 millones los huérfanos que el sida habrá producido en África a finales de esta década. Ahora está brotando el síndrome del señor de las moscas: niños que crían a niños. Al margen de la inmensa tragedia que esto significa para la humanidad, es difícil no percatarse de las consecuencias que comporta para la seguridad la destrucción de las familias africanas, las economías africanas y las esperanzas africanas. Si bien los secuestradores aéreos del 11-S eran en su mayoría saudíes acaudalados, buscaron refugio en el malogrado Estado de Afganistán. En África podría haber 10 Afganistanes en potencia.
Este fin de semana 6.500 personas morirán a causa del sida en África
Este fin de semana se tomarán muchas decisiones importantes relativas a la ampliación europea. Harán historia, pero serán adoptadas en un mundo fracturado, cada vez más pequeño. Los líderes tratarán asimismo de curar las heridas diplomáticas infligidas por la guerra en Irak; la charla se centrará en nuestra seguridad y la amenaza del terror, que guarda relación con las amenazas a la seguridad planteadas por la pobreza global. Una pobreza alimentada por la ira, no hacia nuestra caridad, que ha ido menguando en estos últimos 20 años, sino hacia nuestra falta de equidad en temas como la reforma del comercio y la cancelación de la deuda. Son asuntos de estricta justicia. Mientras nos empantanamos en esos temas, el sida está haciendo que el abismo se ensanche cada vez más, minando el desarrollo económico y político y haciendo más pobres todavía a países ya de por sí muy pobres.
El presidente español Aznar tiene un papel fundamental que desempeñar como puente entre Estados Unidos y Europa. Estados Unidos ha ofrecido mil millones de dólares para el año que viene al mermado Fondo Global para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria (como parte de una iniciativa más amplia de la lucha contra el sida en África, 15.000 millones a lo largo de un lustro), pero sólo si otras regiones del mundo igualan la cifra. La influencia de España en Europa podría resultar determinante. Es esencial que en la actual tesitura el liderazgo de los países europeos se traduzca en una aportación anual de al menos mil millones de dólares. A juzgar por las promesas existentes, ya se ha cubierto la mitad del camino. Resulta factible, a pesar de los relativos apuros económicos y del crecimiento del déficit en algunos países. El presidente francés, Chirac, triplicó la semana pasada la contribución de su país al Fondo Global. Este fin de semana tenemos que oír que otros Estados miembros y la Comisión aumentan sus aportaciones. Para convertir a España en abanderada de la lucha contra el sida, el presidente Aznar tendría que duplicar los 35 millones de dólares que España aportó este año.
Seamos claros: esto es lo mínimo que tenemos que hacer. Según los expertos, el precio de ganar la guerra contra el sida y las enfermedades afines en todo el mundo ronda los 10.000 millones anuales. Es mucho dinero, pero ¿lo es de verdad si pensamos en todo lo que se podría conseguir con él? Con esta inversión se podrían evitar tres millones y medio de muertes por sida cada año en África, atender a los 13 millones de huérfanos que ha dejado la enfermedad en ese continente, e impedir que 30 millones de personas, una cifra mareante, contrajeran el VIH. Si esas trágicas cifras de muertes se estuviesen produciendo en algún lugar de Europa, la comunidad internacional no dudaría en encontrar el dinero, y no valdrían las excusas. Así las cosas, ¿qué pensarán los africanos al ver que nosotros, los occidentales, poseemos los medicamentos que podrían salvarles la vida y que no los compartimos? ¿Cómo se siente uno al saber que sólo un accidente de la geografía ha impedido que su hijo haya podido realizar sus sueños? ¿Cómo nos juzgará la Historia si disponiendo de los recursos para tratar esta pandemia no lo hacemos? ¿Qué dice de nosotros, sobre nuestra concepción de la igualdad y sobre nuestra civilización (si no es ésta una palabra demasiado rimbombante en vista de la estasis que ahora predomina)?
Las medicinas son una buena publicidad, algo que se nos da bien hacer en Occidente. Pueden reducir a la mitad las probabilidades de que una madre traspase el VIH a su hijo. Los fármacos antirretrovíricos producen algo que se denomina el efecto Lázaro, o sea, que un paciente pueda ser arrancado de las puertas de la muerte y volver a trabajar en un plazo de tres meses. Esto constituye un magnífico beneficio para una inversión de un dólar diario, que es el precio más barato que se paga actualmente en el mundo por esas medicinas.
Si este fin de semana la Unión Europea asigna mil millones anuales de dólares de dinero real al Fondo Global, demostrará que posee la clase de liderazgo que repercutirá mucho más allá de sus fronteras. Hasta en Malaui, donde he visto a la gente hacer cola para ir a morir al hospital, tres en cada cama, dos encima y otro en el suelo, debajo. Hasta en Uganda, donde el índice de VIH ha bajado gracias a programas que contaban con una buena financiación, pero en donde existen poblados enteros llenos de hogares en los que el cabeza de familia es un niño que lucha por sobrevivir. Y hasta en Etiopía, en donde una de cada cinco madres se enfrenta a la incomprensible realidad de que, en vez de dar la vida a un niño, lo que hace es certificar su sentencia de muerte al transmitirle el VIH. Este virus fue descubierto en 1983. Han pasado 20 años y los costes de nuestra pasividad son brutales si se consideran desde su aspecto moral, económico y político. En alguna parte hay algo que se ha torcido mucho, pero que mucho, y tenemos que empezar a enderezarlo.
Bono es el líder del grupo de rock U2 y cofundador de DATA (siglas inglesas de Deuda, Sida, Comercio, África). Traducción de News Clips
Babelia
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