El 'big bang' del ladrillo
En Rivas-Vaciamadrid, la población que más ha crecido en dos décadas, proliferan los colegios y faltan los médicos
La nada se ha llenado de ladrillos. "Aquí sólo había esparto y conejos", recuerda Agustín Sánchez Millán, nacido en Rivas-Vaciamadrid hace 77 años. El páramo sólo queda yermo en su memoria. Sobre el suelo yesero han florecido miles de pisos y chalés adosados. La cosecha de grúas se presenta abundante. Este antiguo pueblo de jornaleros y graveras es una ciudad dormitorio que gana 300 habitantes cada mes. Son familias jóvenes. Clase media atraída por el precio de la vivienda, mucho más asequible que 15 kilómetros más allá -en Madrid ciudad-.
Ese ritmo apabullante deja vieja la estadística al poco de nacer. Rivas-Vaciamadrid ha registrado el mayor aumento de población de España entre 1981 y 2001. Pasó de 653 habitantes a 35.742, según el Instituto Nacional de Estadística. Pero la realidad ya supera al censo. "Este octubre estaban empadronadas 39.300 personas", detalla el alcalde, Fausto Fernández, de Izquierda Unida. La población se ha multiplicado por sesenta en poco más de veinte años.
"Los horarios escolares amplios evitan los niños con la llave al cuello o solos en casa"
"Cuando se crece tanto y tan deprisa, hay que hacerlo todo. Y eso requiere muchos recursos", reflexiona el primer edil. No basta con convertir el campo en solares: hacen falta dotaciones. El suelo, abundante y en pocas manos, es la piedra filosofal. El Ayuntamiento, en manos de la izquierda desde los años ochenta, obliga a los propietarios a ceder "entre el 28% y el 45%" del terreno para aprovechamiento público si quieren construir. La venta del suelo así obtenido es la fuente de ingresos clave del municipio. "De esta forma se financian los servicios y se hacen políticas sociales, sobre todo a través de la vivienda", explica el alcalde. Tres de cada cuatro casas se han levantado bajo protección pública o en cooperativa. Esta fórmula llegó de la mano de los sindicatos UGT y CC OO: auspiciaron las primeras viviendas nuevas del municipio, habitadas a partir de 1982.
En Rivas-Vaciamadrid, que durante muchos años alojó el principal vertedero de la capital, la izquierda utiliza los resortes de la economía de mercado, y la derecha se queja con tintes progresistas: "El suelo ha subido mucho porque el Ayuntamiento es el primer especulador", acusa Santiago de Munch, portavoz del PP, partido que nunca ha gobernado el municipio. Aunque el PP ya logra el 30% del voto en las elecciones municipales, De Munch confiesa: "Cada cita electoral es una incógnita porque el censo aumenta por lo menos el 50%".
Urnas aparte, este big bang de población y ladrillos tiene su primera prueba de fuego cotidiana en la escuela: una cuarta parte de los ripenses tiene menos de 16 años. Los colegios se llenan con la pintura aún fresca. "Se construye uno al año, o casi", afirma el presidente de la Federación de Padres de Alumnos de Rivas-Vaciamadrid, Rafael Reviejo. El Ayuntamiento adelanta el dinero: de esa forma han desaparecido los barracones de los patios. Ya hay 10 colegios de primaria, cuatro institutos y, desde hace poco, un centro privado. "Los niños a partir de tres años tienen plaza pública garantizada", afirma Reviejo. Y colegio abierto al menos 12 horas al día.
La escuela ayuda a conciliar la vida familiar y laboral, a kilómetros de distancia: a pesar del pujante polígono industrial, pocos vecinos tienen empleo en Rivas-Vaciamadrid. Además, "en la mitad de los hogares trabajan el padre y la madre", detalla Reviejo. Por eso, a las siete de la mañana se abre la verja escolar para acoger a los chavales. En algún colegio cerca de la mitad del alumnado llega antes de que comiencen las clases. Por la tarde hay actividades extraescolares hasta las siete y media de la tarde. Pocos abuelos recogen a los escolares: los mayores de 65 años sólo suponen el 3,5% de la población. El fracaso escolar es "similar" a la media madrileña, según los padres. Entre el 25% y el 35% de los chicos abandonan las aulas tras la enseñanza obligatoria.
"Con esos horarios amplios se evita que haya niños con la llave al cuello o solos en casa. Quien quiera tener a su hijo recogido, puede", asegura Esther Ramírez, madre y trabajadora en paro. Los centros permanecen abiertos incluso en vacaciones. La escuela pública también cumple otro papel integrador: escolariza, repartidos por todos los centros, a los niños de un poblado chabolista del término municipal de Madrid.
Tras la escuela, joya de la corona municipal, los vecinos valoran la abundancia de instalaciones deportivas. El grueso de las quejas es para la sanidad, en manos del Gobierno madrileño. "¡Pero si no hay cola!", exclama una paciente en el mostrador del centro de salud. Su asombro está justificado: el vacío es excepcional. Hasta ahora, Rivas-Vaciamadrid sólo disponía de un saturado centro de salud y de un dispensario. El segundo acaba de abrir sus puertas, pero se mantendrá el mismo número de médicos. "Los 21 que hay se repartirán entre los dos ambulatorios", afirman fuentes sanitarias. Cada día atienden más de medio millar de consultas de medicina general, pediatría y ginecología (un especialista y una matrona). Para las demás especialidades, radiografías incluidas, hay que viajar a Madrid, cosa que ya se puede hacer en metro. Es una línea privada, más cara pero con dos ventajas: las viviendas se han revalorizado y los ripenses pueden evitar el tráfico pesado de la carretera de Valencia.
En Rivas-Vaciamadrid hay 17.500 vehículos censados y, también, muchas letras por pagar. "Por eso hay tantos bancos ", razona doña Paula, vecina de toda la vida. "Lo que más hago son desahucios", asegura el juez de paz, Bautista Casas. De las bodas, mucho más abundantes, se ocupa el Ayuntamiento. A tenor del vistoso reclamo de un bufete, abundan las separaciones y los divorcios, pero la localidad aún carece de juzgado de mayor nivel.
No tardará en llegar si se cumplen las previsiones municipales: 100.000 habitantes en 2010. Para entonces, la vivienda libre tendrá mayor peso y quizá acabe de cambiar el talante de los vecinos. A los progres del principio han seguido pobladores "menos ideologizados", según el alcalde.El clima participativo ha decaído, lamentan los veteranos. La gente ya no se moviliza en masa, como en 1995, contra la incineradora de Valdemingómez. "Hubo una lucha fortísima para que no se abriera, pero la planta está en Madrid, a más de cinco kilómetros en línea recta de la primera casa de Rivas", puntualiza el alcalde, que respaldó las protestas.
En la planta continúa quemándose buena parte de las basuras de la capital y los miembros de la Plataforma Antiincineradora están convecidos de que el Ayuntamiento ha dejado de apoyarlos "por la presión" inmobiliaria. Claman para que se realice un estudio epidemiológico sobre los posibles efectos de la quema en la salud de los ripenses. Pero encuentran poco eco: los vecinos prefieren vivir sin alarma. Valdemingómez sigue ahí. Y Rivas crece y vacía Madrid. "Es un sitio normal y corriente, que es lo mejor que se puede ser", zanja la escritora Clara Sánchez, ripense durante seis novelas.
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