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Reportaje:EL DESEQUILIBRIO DEMOGRÁFICO ESPAÑOL

20 funerales y dos bautizos

En el municipio orensano de Baltar los jóvenes emigran por la falta de trabajo y las dificultades de la ganadería

La vida se escurre en Baltar. Hacia la emigración o el cementerio. Aquí, 20 años son mucho. Tanto, como para perder más de dos tercios de los vecinos. Por eso, este municipio de Ourense ostenta el récord español de despoblación. Los niños son un bien escaso. Don Domingo, el cura, anda mucho más ajetreado con los funerales que con los bautizos.

En la farmacia de Celsa Cortiñas sólo hay una docena de potitos a trasmano. El lugar preeminente es para los artículos de ortopedia y afines. "Medicamentos contra el reúma, la hipertensión, el colesterol; protectores gástricos, medias de compresión. Eso es lo que más vendo", enumera la farmacéutica. Tratamientos habituales entre la gente mayor, que ya forma más del 40% del padrón. Dos décadas atrás, las personas de más de 65 años sólo suponían el 16,5%.

"Como papá no tenga una empresa o un enchufe, aquí te mueres de hambre"
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La botica es un eje de la vida de Baltar, ayuntamiento desperdigado en 15 núcleos de población y limítrofe con Portugal. Otro es el centro de salud que comparten el médico (concejal del gobernante PP) y la ATS (edil opositora del Bloque Nacionalista Galego). "Cada mes relleno 18 o 19 talonarios de pensionistas y dos o tres de activos", detalla el facultativo, Augusto Polo. Como mínimo, 2.000 recetas mensuales. Más prescripciones que habitantes tiene Baltar: 1.233 censados el año pasado frente a los 4.018 de 1981.

Esa pérdida de población -del 69,3% según el Instituto Nacional de Estadística- atruena en la silenciosa escuela. Un edificio semivacío que tenía un centenar de alumnos en 1989. Ahora son 31. Cuatro profesores que imparten dos niveles por aula. "Nuestro objetivo es hacer una escuela rural de calidad", afirma la directora, Concepción Sánchez Vaamonde. La cuestión es hasta cuándo: sólo hay cuatro alumnos en educación infantil.

"El centro es un servicio imprescindible para que haya vida en Baltar", defiende Sánchez. Pero los jóvenes se van para ganársela, y con ellos se esfuma el relevo generacional. Ya no emigran al extranjero. Parten a otras zonas de Galicia o al resto de España. Por eso, en dos décadas, los menores de 20 años han descendido del 21,2% al 8,5%. Rosi Bello tiene muy claro el porqué. "Como papá no tenga una empresa o un amigo con enchufe, a ser posible trifásico, aquí te mueres de hambre", asegura esta psicóloga de 32 años. Desde que se licenció, hace seis, sólo ha logrado trabajar con su título cuatro meses. Ayuda a su padre en la cantera y sueña con desarrollar el turismo de parapente. Por eso, detesta los molinos eólicos que se levantan cerca, en la sierra de Lorouco.

Alejandro Cuquejo, de 31 años, padece la situación de otra manera. "Nos cuesta encontrar personal, porque aquí no hay jóvenes", asegura. Pero sí hay parados: 90, según el Ayuntamiento. Cuquejo trabaja en la firma familiar, la mayor del municipio: 22 empleados entre la granja porcina, la chacinera y los supermercados. "Este puede ser un sitio tan bueno como cualquier otro para montar un negocio, pero falta iniciativa", sostiene. Tampoco quedan muchos en edad de tenerla. Él sólo ve un inconveniente en su ubicación: "Los bancos se lo piensan dos veces antes de conceder un crédito para invertir en un sitio así". Menos se lo piensan para gestionar los 200.000 euros en pensiones que cada mes llegan a las tres oficinas financieras.

Al campo, la forma de vida tradicional, le quedan muy pocos partidarios. "Es bonito, pero no da dinero", explica Manuel Araújo, ganadero en la sesentena y con los tres hijos fuera de Baltar. "Hace 18 años, el kilo de ternera se pagaba a 800 pesetas. Ahora dan 700 y el precio del pienso se ha duplicado", detalla. Por eso es una rareza escuchar las esquilas. "Yo tendría más dinero si al volver de la emigración hubiera comprado pisos en Ourense, y no tierras. Voilà!".

Otro emigrante dio en el clavo. Tras dejar Suiza, José Luis Campo montó una funeraria que atiende un centenar de entierros anuales en esta comarca de Xinzo de Limia. "El trabajo ha crecido en los últimos años", detalla. Los frecuentes sepelios, cita social con flete de autobuses incluido, también dan tarea a Fina, la peluquera. "Viene mucha gente a arreglarse antes de ir", señala. La demanda estrella son los teñidos.

Pero el tinte no borra las peores canas, las de la soledad o el desvalimiento. Sólo 10 ancianos logran la ayuda a domicilio. "La gente no quiere salir de su casa. Se plantea ir a una residencia como último recurso, pero es dificilísimo lograr una plaza pública", explica la asistente social, Ana López Castillo. Añade que existen 212 camas públicas (y algunas concertadas) para los mayores dependientes. Eso en una provincia donde una cuarta parte de la población tiene más de 65 años.

A un ritmo de dos nacimientos y 20 entierros por año, la vida se muere en Baltar. La resignación -y la falta de medidas públicas para modificar el panorama socioeconómico- forma parte del paisaje. Un paisaje mudo. Y cada vez más desierto. Lo advirtió Castelao: "El gallego no protesta, emigra". Todavía.

Una de las aldeas de Baltar (Ourense).
Una de las aldeas de Baltar (Ourense).CHARO NOGUEIRA

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