25 años buscando nietos
Un cuarto de siglo después, las Abuelas de Plaza de Mayo no se rinden y siguen su lucha para encontrar a los niños desaparecidos
En un destartalado piso de un barrio céntrico de Buenos Aires, las Abuelas de Plaza de Mayo tejen, remiendan y anudan con paciencia la desgarrada memoria de la historia argentina. En los 25 años de lucha que se cumplen estos días han recuperado 73, sobre 226 casos documentados, de unos 500 niños secuestrados junto con sus padres o nacidos en cautiverio durante la dictadura militar que devastó el país entre 1976 y 1983.
Cada caso estremece. Las abuelas que aún no se reencontraron con sus nietos tienen la casa, las fotos, la ropa, los recuerdos y el cuerpo expectante. Todo preparado para esa llamada anónima, ese dato, el hilo de luz que indique el camino hasta el niño que fue.
Estela Carlotto, presidenta de la Asociación, recibe en nombre de todas las muestras de solidaridad por el aniversario y el último atentado fallido contra su vida. Tres hombres dispararon contra su casa desde un coche. Carlotto mira a sus compañeras que atienden el teléfono, archivan papeles, pegan fotos, caminan despacio con sus pies hinchados y dice al aire: "Estas viejas, de alguna manera, estamos dando vuelta a la historia. Pero por amor. Acá no hay odio, no hay rencor, no hay revancha, nada. No es que queramos encontrar a nuestros nietos para meter presos a los ladrones. Muchas veces la justicia no los condenó y no los molestamos porque ya teníamos a los chicos".
Para los militares, los niños nacidos en los campos de prisioneros eran un botín de guerra
Estela, de 72 años, maestra y directora de escuela, sufrió el secuestro y asesinato de su hija Laura, militante del peronismo de los Montoneros, y cree que no hay reconciliación posible sin revelar antes toda la verdad y hacer justicia: "Yo soy una abuela que busco a un nieto que todavía no encontré y no me voy a resignar a no buscarlo. No me voy a abrazar con los que lo robaron y con los asesinos de mi hija. Sé que Laura dio a luz en cautiverio y que tuvo un hijo varón al que llamó Guido. Es tan siniestro todo esto, tan doloroso, tan inhumano, a las abuelas se nos va la vida en la angustia de la espera, preguntando a cada rato qué novedad hay. Esa tortura es un delito que se está cometiendo ahora, en este momento, hoy, la que sufro yo cada día que salgo a la calle y miro a los ojos de los jóvenes a ver si me cruzo con mi nieto". Añade Estela: "Los gobiernos constitucionales no han hecho nada, no han tenido voluntad política para resolver el tema. Sólo han puesto parches. Votaron leyes de impunidad, de indulto, no dan apoyo político, facilitan la fuga de los apropiadores. Así es que hay responsabilidades que todavía debemos resolver los mismos argentinos".
María Isabel Chorobik, Chicha, ya fallecida, inició el camino. Ella juntaba las firmas de las primeras peticiones firmadas en 1977 bajo la denominación "Abuelas Argentinas con nietitos desaparecidos". Con un promedio de edad que se acerca ya a los 80 años, "las viejas", como les gusta llamarse, avanzaron en todos los frentes. Las denuncias por la aplicación de un "plan sistemático" para el robo de niños forzaron el arresto preventivo del ex general Jorge Videla, comandante de la dictadura militar; del ex almirante Emilio Massera; y de los altos cargos y oficiales involucrados que estaban aún en libertad gracias las leyes de Punto Final, Obediencia Debida y de los indultos concedidos por el entonces presidente Carlos Menem.
Algunos de los nietos recuperados colaboran hoy con ellas en la recolección y clasificación de la información. Tatiana Sfiligoy, de 29 años, pasa las tardes en la sede de Abuelas. Tenía cuatro años y se llamaba entonces Tatiana Ruarte Britos cuando fue secuestrada junto con su hermana de tres meses Laura Malena, su madre, y el padre de Laura Malena. Las niñas fueron enviadas a dos orfanatos distintos y las registraron como "N. N.", aunque Tatiana sabía su nombre y apellido. Seis meses más tarde un juez concedió la guarda provisional de la menor y luego los padres adoptivos pidieron también a Tatiana.
Rita Arditti, en su libro De por vida, escribe sobre el caso que "los padres adoptivos fueron excepcionalmente solícitos. Les dijeron a las niñas que eran adoptadas y querían que conocieran su historia. (...) Los Sfiligoy no formaron parte del régimen represivo, las adoptaron de buena fe y se preocuparon por su salud psíquica".
Tatiana recuerda que, finalmente, cuando se reencontró con su abuela, con la que había vivido de pequeña, en principio negó toda relación: "Cuando me preguntaron dije que no, tenía siete años, estaba bien con mi papá y con mi mamá. No quería volver a pasar por una cosa así". Ahora Tatiana piensa que "la verdad es dura, pero es mejor que la mentira".
Los militares consideraban un botín de guerra a los niños nacidos en las maternidades clandestinas, montadas en los campos de concentración.
Estela Carlotto confía en que la verdadera identidad se revelará al fin entre los que aún conviven con padres que conocen su verdadero origen: "La experiencia nos dice que todos los chicos robados a una mamá indefensa en un campo de concentración tienen percepciones de esa crianza mentirosa por circunstancias, por cosas que acontecen". Según Carlotto, "el ocultamiento, el secreto de familia, se palpa, se siente inclusive en las adopciones legales cuando se oculta la verdad. Los psicólogos aseguran que entre los niños y los apropiadores se alza una pared que no se puede romper. Los niños que han estado en cautiverio junto a su mamá en la panza, han recibido cantos, cuentos, voces, nombres, todo hacia adentro, porque eran ellos dos solos y mientras viviera el hijo vivían ellas, eso es lo que llevan adentro los chicos sin darse cuenta".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.