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Reportaje:

24 horas de guardia contra Chávez

Los militares disidentes son las estrellas en la protesta permanente de la oposición en Caracas

Si quedaba alguna duda, ya está despejada: la política se ha militarizado en Venezuela. La plaza de Altamira, antes emblema de la resistencia de la sociedad civil frente al Gobierno del teniente coronel Hugo Chávez Frías, se ha transformado durante las dos últimas semanas en una especie de cuartel, que despierta con toque de diana a las seis de la mañana y donde los hombres con estrellas en las charreteras son los líderes indiscutibles.

La plaza, enclavada en una urbanización de clase acomodada, fue tomada el 22 de octubre por un grupo de 14 generales y almirantes, casi todos pertenecientes al grupo que derrocó a Chávez el 11 de abril, dando paso a un efímero Gobierno de transición que duró 47 horas. Estos jefes, en una retransmisión televisiva, leyeron una incendiaria proclama invitando al pueblo a desconocer al Gobierno, apelando al artículo 350 de la Constitución, que permite la desobediencia a las autoridades que hayan violado los derechos humanos o incurrido en prácticas antidemocráticas. De inmediato se fueron a Altamira y declararon la plaza 'territorio liberado', escribiendo así otra página en la historia del realismo mágico latinoamericano. Desde entonces han permanecido allí, acompañados por fervientes partidarios que en la mañana forman apenas un puñado y en las noches llegan a ser multitud.

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El presidente está pagando su pecado original, pues la referida norma fue incluida en la nueva Constitución (elaborada por iniciativa del mandatario en 1999), como una fórmula para lavar la cara a la intentona golpista de 1992, cuando Chávez se alzó contra un Gobierno legítimo. Ahora sus enemigos desempolvan el artículo para hacer lo propio.

En la plaza de Altamira se ha refugiado el sector más radical de la oposición, al que las iniciativas de la Coordinadora Democrática, un conjunto de fuerzas políticas y sociales adversas a Chávez, le resultan demasiado blandas. En su mayoría son gente de clase media, profesionales, pequeños empresarios, estudiantes de universidades privadas, personas que ven en Chávez una amenaza contra sus privilegios pues tienen la convicción de que el presidente conduce el país hacia el comunismo.

Algunos han llevado tiendas de campaña y pernoctan en la plaza; otros pasan antes de ir al trabajo, en la hora del almuerzo y al finalizar su jornada. Las amas de casa van y vienen, usando el tiempo libre que les queda tras dejar los niños en la escuela y preparar las comidas. La noche es el momento estelar: durante los primeros 10 días, otros oficiales, de diverso rango (desde generales hasta soldados rasos) se sumaron a la protesta durante el horario de máxima audiencia de las televisiones privadas, que transmitieron los nuevos pronunciamientos en directo para un público que, a esa hora, sigue las telenovelas, un vicio nacional. La madrugada pertenece a los más jóvenes, chicos de buena posición que llegan a bordo de vehículos todoterreno o de potentes motocicletas. Para algunos, la plaza es una extensión de la rumba nocturna y una oportunidad para ligar.

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Los jefes del grupo inicial son las superestrellas de este raro alzamiento cívico-militar: la gente guarda paciente cola para que estampen autógrafos en banderas y camisetas. A uno de ellos, el general Néstor González, hasta le dicen Ricky Martin. No hay duda, tal vez Chávez, como aseguran algunos analistas, tenga los días contados, pero el militarismo piensa quedarse.

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