La batalla de Medellín
Tres mil soldados participan en los combates contra las milicias, que han causado 14 muertos
Como todas las personas que se agolpaban al lado de la Unidad de Salud de San Javier, María se acercó curiosa a una camioneta que llegaba de arriba con un nuevo herido de la guerra que se libra en la Comuna 13, una de las zonas más deprimidas de Medellín, donde desde hace tres días el Ejército colombiano se enfrenta a paramilitares y guerrilleros. Su grito desgarrador de 'mamá' conmovió a todos. La ofensiva militar para recuperar los barrios que se disputan guerrilla y paramilitares, en la que participan 3.000 efectivos, ha producido hasta ayer 14 muertos y más de 40 heridos, la mayoría civiles.
El alcalde Luis Pérez anunció que están empeñados en terminar con la guerrilla antes de finalizar el año. Añadió que el presidente, Álvaro Uribe, estaba dispuesto a mantener a las fuerzas especiales en los barrios populares de la ciudad 'hasta que se haya recuperado el control total'.
'Esto es una locura y creo que pone de presente que Colombia necesita derrotar la violencia', dijo Uribe al ordenar la recuperación de los barrios marginales.
La Operación Orión se inició el miércoles, y, según la ministra de Defensa, Martha Lucía Ramírez -que estaba ayer en esta ciudad encabezando junto al presidente un consejo de seguridad-, 'en una semana termina la etapa de allanamiento y registro' y empezará una etapa de acción social.
Más de 3.000 efectivos del Ejército, policía y organismos de control, apoyados por helicópteros, están ocupando poco a poco las calles y laberintos de estos barrios, en los que desde hace más de un año se enfrentan guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y paramilitares. 'La operación prosigue y vamos a capturarlos. Los rebeldes tienen dos opciones: se rinden o les agarraremos, vivos o muertos', señaló a la agencia Reuters el general Carlos Alberto Ospina.
Basta permanecer unas horas en este centro de salud, situado justo en 'la curva del encuentro', donde parten las calles empinadas hacia los barrios de arriba, para vivir el drama de las personas que habitan este deprimido sector, formado por 20 barrios colgados de una montaña y con más de 200.000 habitantes. Una mujer joven sale del centro, con dos vendajes en las piernas: una bala impactó a pocos centímetros de sus pies cuando realizaba labores domésticas. Apoyada en el hombro de su marido, espera tener fuerzas para caminar hasta su casa.
Justo en el sitio donde están los últimos edificios de apartamentos -el sector de clase media de la comuna- hasta donde han llegado muchas balas perdidas, una mujer llamada Julia trata de convencer a una amiga para que se sume a un grupo para iniciar el regreso a casa. Gloria, que viene de arriba, se acerca y aconseja: 'Vayan por el lado de la iglesia; la calle de acá está llena de cartuchos de bala'. Esta mujer pasó dos horas bajando 'de a poquitos; cada vez que sonaba una bala me escondía'.
En el corrillo se oyen comentarios. 'Yo estoy de acuerdo con el operativo. Que pase lo que pase; pero de una vez por todas; llevamos más de un año viviendo en medio del terror'. 'Esto está bien; a ver si podemos vivir sabroso aquí'. Al lado de los dos únicos teléfonos públicos se arremolina la gente. Quieren comunicarse con los que permanecen en la loma: 'Desarmen la cama y pónganla de trinchera y quédense en la pieza de atrás; no salgan; allá están seguros', dice una mujer de 34 años, con dos hijos de 11 y 13 años que 'están allá solitos'.
Poco después, dos hombres llegan de la zona de combate. Piensan pasar la noche en el parque para llegar a tiempo al trabajo. Llevan una muda de ropa en una bolsa de plástico. 'Ojalá que los soldados se queden. Si se van, vuelven los otros bravos'. Las autoridades han dicho que, cuando termine el operativo, se establecerá allí un comando con 500 policías. A las seis de la tarde, de nuevo aparece una camioneta con un trapo blanco asomado en la ventana. Estaciona frente al hospital: sacan de una camilla improvisada con palos y una sábana el cuerpo de un hombre joven. Está muerto. 'Salió de la casa en medio de la balacera', explica el vecino que se arriesgó a bajarlo. 'Era un muchacho sano'.
Ayer siguieron los combates. 'La situación sigue maluca. Se están dando plomo desde muy temprano', dijo por teléfono a este periódico una mujer de los barrios de arriba. Pero no se queja: 'Ave María. Ahora tenemos presidente que nos proteja. Usted no se puede imaginar cómo vivíamos'. Los reclamos son muchos: los milicianos cobran impuestos, se llevan a los jóvenes como 'cuota', hacen controles, ocupan las casas. Le extraña, eso sí, que la fuerza pública no se haya 'metido en el morro' donde están los paramilitares.
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