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¿Quién tiene la bomba atómica?

Miguel Ángel Villena

Desde que Estados Unidos lanzara las primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, al final de la II Guerra Mundial, el mundo ha vivido pendiente de un hilo. Aplastada la amenaza del nazismo, que rivalizó durante los años cuarenta con Estados Unidos en una loca carrera por alcanzar primero una tecnología atómica de uso militar, la guerra fría y el equilibrio del terror alumbraron otras potencias nucleares como Rusia, Francia, el Reino Unido y China. El creciente riesgo de un enfrentamiento nuclear llevó a las grandes potencias a auspiciar el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), que se firmó en su primera versión en 1968, y que prohibía al resto de países fabricar, almacenar o adquirir armas nucleares. Los cinco países nucleares apenas se comprometían, en cambio, a mantener negociaciones de buena voluntad relativas a poner en marcha un cese de la carrera de armamentos. Desde aquella fecha, 187 países han suscrito el TNP, que se ha convertido en un tratado casi universal, salvo las excepciones de Cuba, Israel, India y Pakistán. Estos cuatro países siguen sin adherirse al tratado.

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En las tres últimas décadas algunas potencias regionales han burlado, descarada o clandestinamente, esa prohibición y han desarrollado programas nucleares. Entre los que han confesado que cuentan con armamento militar atómico se hallan India y Pakistán, eternos contendientes, y que han estado al borde del abismo de una contienda en varias ocasiones tras su ingreso en el club nuclear. India fabricó la bomba atómica en 1974 y Pakistán lo hizo en 1982.

La desintegración de la URSS condujo a los gobiernos de Ucrania, de Kazajistán y de Bielorrusia a entregar sus arsenales nucleares a Rusia. Otros regímenes han preferido el secretismo, incluso dentro de la esfera occidental, como Israel y Suráfrica, países sobre los que pesan fundadas sospechas de que cuentan con armas nucleares. Pero la clandestinidad más total ha tenido por escenario regímenes comunistas cerrados, como Corea del Norte, o integristas islámicos como Irán o Libia, además de Irak.

La admisión ahora por Pyongyang de que desarrolla un programa nuclear ha activado de nuevo todas las alarmas. Encuadrada por Bush dentro del eje del mal, Corea del Norte puede haber dado paradójicamente un nuevo paso en su apertura al exterior al reconocer que puede disponer de armas de destrucción masiva.

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