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Columna
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MobilCom: banalización de un modelo empresarial

Joaquín Estefanía

Hay al menos dos formas de explicar la crisis de la empresa de telecomunicaciones alemana MobilCom (en buena parte es la de France Télécom): desde un punto de vista general, político; o en el contexto del sector de las telecomunicaciones en el mundo, que puede acabar con un gigantesco fallido, dadas las cifras de endeudamiento que soporta (sólo las operadoras europeas suman una deuda de 250.000 millones de euros). Hoy corresponde el primer tipo de análisis, dado que la necesidad de salvar MobilCom va a jugar un papel determinante en los últimos días de la precampaña a las elecciones generales que se celebrarán en Alemania el próximo domingo.

Hace ya una década larga que Michel Albert puso de moda hablar de dos tipos de capitalismo: el anglosajón y el renano. Tal diferenciación fue una especie de coartada intelectual para destacar los rasgos de cada uno. Ahora, ambos modelos están en crisis; el primero, por la desconfianza de una contabilidad creativa que ha contaminado muchas de sus empresas emblemáticas, y la ausencia de reglas de juego; el renano, por su ineficacia y falta de dinamismo.

La compañía alemana MobilCom consiguió una licencia de telefonía móvil de tercera generación (UMTS), por la que pagó 8.000 millones de euros. France Télécom (cuyo primer accionista es el Estado francés, con el 55,5% de su capital) adquirió el 28,5% de MobilCom en marzo de 2000, por valor de 3.700 millones de euros. Eran tiempos en que el poder económico de France Télécom parecía infinito: su capitalización bursátil equivalía al presupuesto de su Estado-accionista (224.000 millones de euros). Un mes después de aquella adquisición comenzaba el crash bursátil. France Télécom acaba de publicar pérdidas de 12.200 millones de euros en el primer semestre, y un endeudamiento cercano a los 70.000 millones. Con dos consecuencias: la dimisión de su presidente, Michel Bon, y el abandono de distintas inversiones no estratégicas, entre ellas la de MobilCom, que se sitúa al borde de la quiebra.

El canciller Schröder, que ha recuperado expectativas de voto dosificando las esencias izquierdistas de la socialdemocracia (distancia con el belicismo de EE UU, ayudas a los afectados por las inundaciones mandando a paseo el equilibrio presupuestario, intervencionismo en empresas estratégicas en crisis), ya ha anunciado un plan de salvación para MobilCom y sus más de 5.000 trabajadores. Nadie duda que su oponente, Stoiber, haría lo mismo. Dirigiendo un plan de salvación con garantías y dinero público, en coordinación con los bancos acreedores y el gobierno regional de Schleswig-Holstein, donde se encuentra el domicilio social de la empresa. Y haciendo patrioterismo, con la acusación al Gobierno francés de dejar caer MobilCom, lo que también proporcionará votos.

El mapa de fallidos empresariales en Alemania, en los últimos tiempos, es espectacular: el grupo multimedia Kirch; la número dos en construcción Holzmann; el constructor de aviones Fairchild-Dornier. A eso se añaden las dificultades de Bertelsmann, que acaba de sustituir a su presidente, Thomas Middelhof, y ha iniciado una fase de repliegue. O las de Deutsche Telekom, que también destituyó a su jefe, Ron Sommer, después de que las acciones se hubieran derrumbado. O las de la multinacional farmacéutica Bayer, que ha anunciado 15.000 despidos, etcétera. El número de empresas insolventes en el país aumenta de manera imparable: en el primer semestre, 18.500 empresas presentaron suspensión de pagos, un 14,2% más que en el mismo periodo del año pasado.

El contexto macroeconómico no ayuda al optimismo: el crecimiento del PIB en 2002 no llegará al 0,6% y la cifra de parados supera los cuatro millones. A pesar de seguir siendo la principal potencia económica europea, una publicación se ha atrevido a titular un reportaje ¡Pobre Alemania! Nada más corrosivo.

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