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Reportaje:ANTE LA CUMBRE UE-AMÉRICA LATINA

Tiempos de fríos intereses económicos

La retórica de la fe y la sangre es agua pasada en las relaciones de España con América Latina. La realidad actual canta en cifras: más de 50.000 millones de euros de inversión en los últimos cuatro años; 14.300 millones anuales de euros de intercambios comerciales; 285.0000 millones de euros cada año en ayuda directa española al desarrollo de la zona, y no menos de 250.000 inmigrantes latinoamericanos instalados en la Península. Son más que suficientes para hacer bueno el dicho de que cuando América Latina estornuda España se constipa, y viceversa.

Los tiempos actuales son fríos. La crisis argentina, los síntomas de inestabilidad en Perú o el golpe fallido en Venezuela, por no hablar del proceso de descomposición crónica de Colombia, proyectan una luz más que preocupante sobre el panorama de crecimiento económico y apertura democrática de la pasada década.

Las relaciones entre España y América Latina se estructuran sobre un arco voltaico que tiene su polo positivo en México y el negativo en Argentina
Más de 50.000 millones de euros de inversión; 14.300 millones de intercambios comerciales; 280.000 millones en ayuda al desarrollo; 250.000 inmigrantes
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La respuesta española a esta coyuntura ha sido diversificar las inversiones, que en 2001 superaron ocho veces en Europa a las realizadas en Latinoamérica, y tratar de conservar las condiciones económicas y jurídicas en que se concibió, con un carácter declarado estratégico, el despliegue latinoamericano de las grandes empresas españolas. Especialmente, BBVA, BSCH, Repsol y Telefónica.

Las relaciones de España con la veintena larga de países que el próximo viernes estarán en Madrid para protagonizar el diálogo latinoamericano con la Unión Europea son, sin embargo, inevitablemente, muy diversas.

De menor a mayor, el interés por los países del ámbito centroamericano se concreta casi exclusivamente en la ayuda, aunque en el caso de El Salvador, debido a la buena sintonía de su presidente, el joven liberal Francisco Flores, con José María Aznar, los contactos políticos recientes han tenido un nivel muy superior al que correspondería a la base económica.

Ecuador es el caso más claro de emigración pura hacia España, y en la regulación de ese flujo se centran los esfuerzos diplomáticos que se le dedican. Unos de los poquísimos latinoamericanos sometidos a la exigencia de visado en España son, sin embargo, los procedentes de Colombia, país con el que los tráficos clandestinos de cocaína parecen tan relevantes como insignificantes las relaciones económicas declaradas. La exigencia de visado ha provocado protestas de intelectuales como el premio Nobel Gabriel García Márquez. Pero las relaciones del Gobierno español con el presidente Andrés Pastrana son muy intensas.

Cuba es un caso excéntrico, porque sus relativamente importantes relaciones económicas con España se mantienen, aunque las relaciones políticas entre Fidel Castro y Aznar sean pésimas.

Para simplificar el diálogo con esa multiplicidad de situaciones y acelerar el desarrollo, el Gobierno español fomenta la integración regional en América Latina. Pero la puesta en marcha de las varias organizaciones, el Pacto Andino, el Grupo de San José o el Caricom, es lenta y su suerte desigual. Mercosur, la principal de todas ellas, ha caído bajo la crisis argentina.

Las relaciones entre España y América Latina se estructuran, entretanto, sobre un arco voltaico que tiene su polo positivo en México y el negativo en Argentina.

Aznar ha potenciado las relaciones con un pujante México hasta el punto de haberse reunido con el presidente Vicente Fox seis veces en el último año. El mexicano sueña con constituir un eje México-Madrid que, bajo el paraguas de Washington, resuma la esencia meridional de las relaciones transatlánticas en un marco en el que su relación con el presidente George Bush resulte prioritaria.

Los esfuerzos de Aznar por desarrollar su propia sintonía con Bush incluyen la coordinación política en América Latina y han dejado alguna fricción reciente en Caracas, cuando España pareció alinearse con EE UU frente a un Hugo Chávez acosado por el golpista Fernando Carmona. En Venezuela, y en menor medida en Perú, la política española adolece de evidentes dudas sobre la estabilidad democrática de los Gobiernos.

En Brasil, el avance español es tan espectacular como las cifras de inversión, que en los dos últimos años han más que triplicado las registradas en México o Argentina. Pero el factor cultural sigue dificultando el reflejo político de esa realidad, pese a la creciente introducción de la lengua española.

Aunque las relaciones económicas con Chile van viento en popa, las políticas siguen lastradas por la carga emocional que el proceso español contra Augusto Pinochet dejó en parte de la sociedad chilena.

En Argentina, Aznar ha afirmado públicamente que nadie puede obligar a las empresas a permanecer en un país contra sus intereses. Con ello, le ha dado al presidente Eduardo Duhalde una indicación clara de que ninguna paciencia puede ser infinita.

Fidel Castro siempre puede protagonizar una cumbre muy compleja

LA CUMBRE ENTRE la Unión Europea, América Latina y el Caribe, que se reúne del viernes al sábado próximos en Madrid, tiene una estructura tan compleja como la variedad de situaciones registradas en la zona y capaz de dificultar que se abra camino cualquier mensaje definitivo sobre los resultados del encuentro. A la estructura sectorial, que se va plasmando en sucesivos comunicados e informaciones sobre las sendas reuniones bilaterales de la Unión Europea con Mercosur, con el Pacto Andino, con el Grupo de San José, con México, con Chile -que rubricará un acuerdo de asociación como el que sólo México tenía hasta ahora- y a la reunión de España con el Caricom, se superponen unas sesiones plenarias en las que los líderes pueden tender a abusar del turno de palabra. Para evitar el exceso de retórica, la presidencia española ha encargado a personalidades como el presidente francés, Jacques Chirac, o el canciller alemán, Gerhard Schröder, que introduzcan y moderen los debates. Pero el entramado organizativo de estos encuentros sigue siendo lo suficientemente frágil como para que un dirigente con capacidad y ganas de ser noticia termine protagonizándolo. Fidel Castro ha demostrado en otros foros -el más reciente fue la cumbre sobre la ayuda al desarrollo de Monterrey (México)- su habilidad para monopolizar una atención que, al menos en la Cumbre Latinoamericana celebrada hace un año en Panamá, cuando quedó aislado por no condenar el terrorismo de ETA, le resultó negativa. Castro, como es habitual en él, no confirmará si viene o no a Madrid hasta el último minuto. Más que por su mala sintonía con José María Aznar, su ausencia o su presencia será interpretada u observada, en este caso, en relación con los recientes enfrentamientos que ha tenido con el presidente de México, Vicente Fox, y con el de Uruguay, Jorge Batle.

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