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El Louvre expone la vida cotidiana de los constructores de tumbas egipcios

Los artesanos del Valle de los Reyes protagonizaron la primera huelga conocida de la historia

Tres museos, el Louvre de París, el de Arte e Historia de Bruselas y el egipcio de Turín, han puesto en pie una extraordinaria exposición que hasta el 22 de julio puede verse en la capital francesa. Organizada en torno a cuatro grandes temas -Vivir, Crear, Creer y Morir-, la muestra es el resultado de más de 80 años de investigación arqueológica en Deir el Medina, nombre actual del pueblo vecino a Tebas en el que residían los artesanos que construyeron y decoraron las tumbas faraónicas del Valle de los Reyes, entre el 1550 y el 1069 antes de Jesucristo.

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En Deir el Medina, un conjunto de unas 60 casas, vivían y trabajaban los artesanos del poder, las familias que se ocuparon de construir los palacios y las tumbas de todos los faraones del Nuevo Imperio, de Ahmosis a Ramsés XI, es decir, los soberanos de la XVIII, XIX y XX dinastías.

Deir el Medina permaneció enterrado bajo la arena desde que el último de los Ramsés fue derrotado hasta 1811, momento en que el cónsul francés en Egipto, Bernardina Drovetti, encuentra el lugar y comienza a visitarlo. No es hasta 1917 cuando el Instituto Francés de Antigüedades Orientales toma cartas en el asunto y se lanza a una política sistemática de excavaciones que tarda años en descubrir el auténtico secreto de la localidad, su carácter de lugar especializado.

La primera pista de la singularidad de Deir el Medina la sugiere la proliferación de ostraca, fragmentos de calcario o de barro cocido en los que aparecen anotaciones personales, esquemas, borradores o croquis de lo que luego ha de transformarse en obra solemne. En los ostraca podemos ver dibujado un elegante ratón servido por un humilde gato (quizá una alegoría política con intención satírica), o un poema de amor en el que ella explica: 'He deseado meterme en el agua, bañarme ante ti para que vieras surgir mi belleza a través de una túnica de lino transparente, impregnada de esencias perfumadas y mi cabellera coronada de juncos'.

En otros casos aparece un dibujo corregido varias veces, la caricatura de un escriba o una simple anotación de material a comprar.

'No tenemos pescado'

Un papiro administrativo de 1189 antes de Jesucristo debiera hacer célebre precisamente a un escriba, el llamado Amennakht, que le explica a su señor, Ramsés III, que la construcción de su necrópolis tomará retraso debido a que los trabajadores 'o bien han interrumpido su trabajo o han abandonado el lugar de residencia que les estaba administrativamente asignado'. ¿Por qué? Sencillamente, explica Amennakht, porque 'el retraso en la entrega de las raciones alimenticias supera ya los 18 días'. Es una huelga, la primera inventariada en la historia del mundo.

'Si hemos llegado hasta aquí se debe al hambre y la sed; no tenemos ropa ni perfumes, ni pescado ni verduras', se lamentan los artistas. Y los rebeldes le piden al escriba que se ponga en contacto con 'el faraón, nuestro buen señor, para comunicarle lo que les pasa'.

La crónica laboral de Amennakht permite seguir el conflicto, los paros intermitentes, las intervenciones apaciguadoras del visir To, aportando parte de lo debido, pero también nos permite aprender que, si el salario era magro, el nivel de exigencia en lo que a asistencia laboral se refiere era relajado, pues los papiros revelan las razones que justifican ciertas bajas momentáneas de los trabajadores: borrachera, necesidad de construir la propia casa, de prestar un favor a otro jefe, por picadura de escorpión (muy abundantes en la zona), enfermedad, porque la esposa tiene la regla, mamá está enferma o el hijo en la cama, así como motivos religiosos o funerarios.

Pero los objetos de arte tampoco faltan, no todo se limita a ese dietario de la vida de hace 3.500 años. El ataúd pintado de una mujer llamada Madja -el pueblo de los artesanos incluía una necrópolis para ellos, en la que se han excavado tumbas con bella decoración-, tallado en un tronco de árbol y decorado de manera cuidadosa con pintura de colores muy vivos, los vasos o estatuillas, ánforas y dibujos, hablan de una existencia que no se limita a lo funcional, sino que sabe llenar de sueño y placer la rutina.

Más de trescientos objetos son presentados en cuatro salas del Louvre, alrededor de un espacio que intenta sugerir el hábitat del arqueólogo, su tienda con los útiles correspondientes en medio de unas fotografías que muestran Deir el Medina a principios del XX, mediados los años veinte, ya en los años cincuenta y en la actualidad.

El reino de Maât

La idea de una ciudad de artistas es un poco exagerada porque en el antiguo Egipto, como hasta el Renacimiento, la habilidad manual y creativa no estaba reconocida como algo mágico o especial, sino como un talento más. Eso sí, el artista aparece ya enfrentado a la tentación de aliarse o no con el poder. El faraón le exige que sus obras sean en honor y gloria de la Maât, esa verdad simbolizada en una diosa con una pluma que servía de regla de la vida social y que se erigía en principio cosmológico por la estricta voluntad del poder político. Todos, sacerdotes, funcionarios y artistas, estaban al servicio de Maât, sólo que los últimos, a través de las ya referidas ostracas, nos hacen ver que el Valle de los Caídos de los reyes egipcios también fue levantado por prisioneros, y que éstos no aplaudían siempre a su amo.

Estatua de Sobek, el dios cocodrilo egipcio.
Estatua de Sobek, el dios cocodrilo egipcio.RMN / F. RAUX

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