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Columna
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'Tempus fugit'

El SCH ha advertido públicamente que se están agotando el tiempo y el dinero de su permanencia en Argentina. Algunos se muestran sorprendidos, pero, como los viejos relojes de pared recuerdan en latín, el tiempo huye eternamente, y cuando el dinero decide imitarle lo hace a más velocidad, pues bien conocida es de todos su timidez. Por todos menos, al parecer, por el ministro argentino de Economía que toca este mes, Roberto Lavagna, quien ha pedido nada menos que explicaciones al embajador español en Buenos Aires, aparentemente escandalizado por la nueva actitud de este significativo representante de los inversores españoles en su país, que ha cambiado las medidas palabras de fe en un futuro compartido y feliz por un aviso al estilo taurino. Todo ello cuando apenas Lavagna ha pisado el albero del corralito, esa alargada cuarentena financiera tristemente famosa en un país 'quebrado y fundido', según una de las dos frases creíbles pronunciadas por Eduardo Duhalde durante su mandato presidencial.

El novelista argentino Andrés Rivera ha escrito que 'ya nadie cree en la Argentina que fue y en la Argentina de la corrupción y del sálvese quien pueda', y sobran testimonios de que los ciudadanos de ese entrañable país han perdido efectivamente la fe en su moneda, sus instituciones y su 'dirigencia de mierda' (Duhalde dixit, en su otro homenaje a la verdad). De lo que opinan el Fondo Monetario Internacional y demás acreedores es mejor no acordarse, pues ni el mate ni el tango sirven ya de consuelo. En estas dramáticas circunstancias, resulta cuando menos irritante que un Gobierno especialista en tirar por la calle del medio, en incumplir los compromisos firmados y pisar los derechos de propiedad pueda atreverse a pedir explicaciones y a reclamar la 'comprensión y cooperación' de los inversores extranjeros, al tiempo que destruye los últimos restos de su confianza. Sólo la perseverancia en la estrategia del avestruz que caracteriza últimamente a los Gobiernos argentinos justificaría tal abrazo a la desfachatez y a la irrealidad.

Socios y prisioneros

Ahora bien, el problema más importante no se infiere sólo de la costumbre que el peronismo tiene de despreciar a los únicos que pueden ayudar a reconstruir el país, abandonado hace largo tiempo a su suerte por los capitalistas nativos. El problema es que la apuesta española en Argentina es muy importante y la situación de ese país está condicionando seriamente los resultados, la capitalización bursátil y, en general, la marcha de emblemáticas empresas españolas, no solamente las cinco grandes siempre citadas (BBVA, SCH, Repsol YPF, Telefónica, Endesa), sino otras muchas también relevantes. Algunas de ellas, como Campofrío, ya han anunciado su marcha, y otras se lo están pensando a la vista de tanto surrealismo y tanta espesura. Hay también empresas prisioneras de sus activos físicos y de inversiones de larga maduración que se ven forzadas a resistir, pero a ninguna se le puede exigir paciencia infinita mientras se adoptan decisiones que destrozan sus cuentas de resultados y siguen pendientes los problemas de fondo.

En definitiva, son muchas las empresas españolas que no desean dar por terminada su aventura austral, pero todas ellas esperan como agua de mayo un plan de salida razonable del marasmo actual, capaz de resituar a esa nación en el escenario económico internacional y de abortar el peligro de contagio en Brasil, donde los intereses españoles son también considerables. Un plan más o menos ortodoxo, pues no se puede pedir peras al olmo, pero mínimamente creíble y acordado con inversores y acreedores. Por el momento, el Gobierno argentino sigue pidiendo 'tiempo muerto', una tregua a reloj parado que ya se hace eterna para los inversores y los organismos multilaterales, cuya actuación en la crisis va a condicionar sus futuras intervenciones en el Tercer Mundo. Pero esto no es un partido de baloncesto y, diga lo que diga el tango, el tiempo sigue su marcha inexorable. Tempus fugit.

Roberto Velasco es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad del País Vasco.

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