Los dirigentes de la Intifada aceptan sumarse al alto el fuego de Arafat
Un choque entre milicias palestinas y soldados israelíes deja 30 heridos
Todos coinciden en que la situación más incómoda es la del presidente Arafat, que desde hace dos días se enfrentaba a esa tarea titánica: convencer a todos los partidos políticos, incluso a su propia formación Al Fatah, la más importante del Comité Supremo de la Intifada, de que acaten la orden de alto el fuego que decretó en solitario el pasado domingo, en el último minuto, para aplacar las iras de los israelíes e impedir los bombardeos judíos en represalia por el atentado a la discoteca de Tel Aviv, que dejó 20 muertos.
Arafat convocó ayer en Ramala a los representantes del Comité nacionalista e islámico, formado hace nueve meses al surgir la revuelta palestina, para explicarles la situación y obligarles a dar marcha atrás en su decisión de continuar con la Intifada. El acuerdo se hizo de rogar y solo asomó entrada la noche. "Entendemos la postura del presidente Arafat y la respetamos", decía el comunicado.
A pesar del pacto, la operación es complicada, ya que desde hace meses Arafat no controla políticamente una situación que le es impuesta por los sectores más duros, los que defienden la radicalización. Estas facciones siempre se han negado a optar por una Intifada blanda, de movilizaciones populares pacíficas, y está por ver hasta dónde llega el cese de hostilidades.
Arafat contó ayer para convencer a las 13 organizaciones con su prestigio personal, el apoyo incondicional de los jefes de sus fuerzas de seguridad y con algunos sectores de Al Fatah. Ante él estaban las críticas y la actitud levantisca del resto de las organizaciones políticas palestinas, entre las que se encuentran los caciques locales de Al Fatah y sobre todo los dirigentes de las organizaciones fundamentalistas Hamás y Yihad Islámica, dispuestos siempre al "todo o nada".
Los brazos armados
Antes del alumbramiento del pacto, entraba en vigor un alto el fuego, aunque muy condicionado, decretado por el brazo armado de Hamás y otro grupo similar de Al Fatah. Si el Ejército israelí se repliega de los territorios autónomos, dicen, ellos dejarán de atacar en zona israelí; por eso se reservan el derecho de seguir luchando en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este si no cesa esa ocupación.
Rafah, al sur de la franja de Gaza, en la zona de los campos de refugiados, fue ayer un ejemplo de la inestabilidad de la situación. Las fuerzas de seguridad de Arafat fracasaron al tratar de impedir que milicias palestinas armadas se enfrentaran a los tanques y excavadoras israelíes que trabajan desde hace meses en impermeabilizar la frontera con Egipto, creando un corredor limpio de 500 metros al lado de la verja, aunque ello signifique derribar casas y destrozar campos de cultivo.
Las fuerzas de seguridad de Arafat, cogidas en un fuego cruzado, acabaron convirtiéndose en testigos de una batalla que se saldó con 30 heridos, entre ellos tres soldados israelíes.
Un responsable palestino aseguraba ayer que, a pesar de estos incidentes aislados, los tiroteos contra las fuerzas israelíes habían descendido en los últimos dos días en un 99%. Estas cifras no parecen contentar al Gobierno de Israel, que pide mucho más a Arafat: el arresto de los radicales liberados en los últimos meses, especialmente de Yihad Islámica y de Hamás, y la detención de quienes durante la Intifada hayan matado a israelíes.
La diplomacia internacional se releva en la zona para tutelar el alto el fuego y apuntalar la situación. Ayer, pocas horas después de que el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joschka Fischer, abandonara Israel, llegó el emisario ruso Andrei Udovine para coadyudar en las gestiones que desde el sábado está haciendo en el territorio el representante europeo Miguel Ángel Moratinos.
No se descarta el desembarco de otros pesos pesados de la diplomacia: el secretario de Estado norteamericano, Collin Powell, o el jefe de la diplomacia europea, Javier Solana.
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