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Reportaje:

Un corazón palestino en un cuerpo israelí

Los órganos de un árabe asesinado por un colono en la Intifada darán vida a cuatro israelíes

Los restos de un palestino, Mazen Julani, de 32 años, farmacéutico y padre de tres hijos, asesinado el pasado viernes por el disparo de un colono, servirán para dar vida a cuatro israelíes. Su corazón sigue latiendo desde ayer en el cuerpo de otro hombre: Yigal Cohen. Sus restantes vísceras -hígado, riñones y páncreas- serán también trasplantadas en breve a otros tres judíos. Sus familiares aseguran que esta donación no tiene un mensaje político y que no está vinculada a la turbulenta situación que vive la zona desde hace más de ocho meses; 'simplemente es un acto humanitario'.

'No hubo ninguna discusión. La decisión de donar los órganos de mi hijo la tomamos de manera unánime en una reunión en la que participaron 20 miembros varones de nuestra familia, los Julani', afirma dolorido el jefe del clan, el padre, Lutfi, de 71 años, taxista y vecino del barrio de Al Ram en la frontera del Jerusalén Este. Habla en voz baja mientras permanece sentado en medio del Diwan, este local social de las familias palestinas, en el que tan pronto se celebra una boda, un cumpleaños o una cena de Ramadán y que hoy sirve para un funeral.

La familia de Mazen insiste en que la donación no es un mensaje político, sino 'un acto humanitario'
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La asamblea de los Julani, una numerosa familia originaria de la ciudad cisjordana de Hebrón, se celebró en los pasillos del hospital Hadassa de Jerusalén el mismo sábado de madrugada, donde había sido trasladado urgentemente el cuerpo sin vida de Mazen. Un colono, tocado con una kippa blanca, a bordo de un turismo marca Toyota, había disparado con su arma automática desde la ventanilla del coche, contra los contertulios del café Shalom (Paz), en el Jerusalén árabe, para escapar luego rápidamente en dirección al asentamiento cercano de Pisgat o de Anatot, según aseguran testigos presenciales.

El asesinato, en aparente venganza por el atentado suicida efectuado por un militante de Hamás contra una discoteca de Tel Aviv, perpetrado 45 minutos antes, está siendo investigado por la policía israelí. 'Mazen estaba tomando café, sentado en una mesa, junto con cuatro amigos con los que había pasado la tarde jugando a las cartas. La bala traspasó la vidriera de la puerta. Luego entró por su cuello y salió por la mejilla. Una parte del proyectil estalló en el interior de su cabeza', explica el padre, al tiempo que saca de una bolsa de plástico los últimos recuerdos de su hijo: los jirones de un pantalón verde oliva, dos zapatos mocasines de piel negra, un retazo de calzoncillos blanco de algodón, un calcetín gris y una nota de papel escrita en inglés. 'El resto de sus pertenencias están en la administración'.

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Ayer, cinco días después del asesinato de Mazen, los Julani volvían a reafirmar que la donación de los órganos no conlleva un mensaje político de ningún tipo. 'Es un acto humanitario', dicen, adoptado de acuerdo con los principios de su religión musulmana, en la que la conclusión más importante es que 'todos los seres humanos formamos parte de una misma familia y somos iguales'. Han querido dejar al margen su opinión personal sobre lo que sucede estos días en su país, aunque de manera rotunda y firme aseguran con orgullo ser y sentirse palestinos; es decir, están a favor de la Intifada, de un Estado palestino independiente y contra la ocupación israelí.

'Si los órganos de mi hijo hubieran ido a parar a un español o a un francés me hubiera dado lo mismo: de hecho nosotros no decidimos en ningún momento que fueran para un israelí. Pero lo damos por bien empleado', insiste el viejo Lutfi, entre la aquiescencia de varios de los varones de su familia, que ayer, último día de duelo, volvieron a reunirse en el Diwan. A la puerta del local han colocado dos enormes pancartas, en la que se ve en un primer término la fotografía de Mazen, con traje y corbata, y en un segundo plano la mezquita de Al Aqsa, de Jerusalén. Para ellos, él siempre será un shahid, un mártir de la Intifada.

Un miembro de la familia Julani comentaba de tapadillo, a modo de despedida, que nadie había osado aún explicarle a su hija mayor, de cuatro años y medio, que su padre había muerto por los disparos de un colono. Simplemente le han dicho: 'Se ha ido lejos, cuando vuelva te traerá un regalo'. Un día, creen, acabará por entenderlo todo. Entonces la llevarán de visita a la casa de los Cohen, al otro lado de Jerusalén, en el lado oeste de la ciudad, en la zona judía, donde Yigal continuará viviendo con el corazón de su padre.

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