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LA SITUACIÓN DEL PAÍS VASCO

'Me dijeron que no tenía tiempo de sacar a mi hija de la furgoneta'

'Los jóvenes encapuchados me dijeron que no tenía tiempo de sacar a mi hija de la furgoneta'. Un hombre ecuatoriano, vecino de Bilbao, que regenta junto a su mujer uno de los puestos de venta ambulante instalados en las fiestas de Bergara, relataba ayer con amargura cómo uno de los proetarras le aconsejó con esas palabras que abandonase a su hija, dormida en una furgoneta, porque iba a explotar una bomba y no iba a llegar a tiempo para sacarla. El hombre, que prefiere no dar su nombre, no hizo caso y sacó a la asustada niña, de cuatro años, en pleno combate entre vándalos y ertzainas. Al final, su vehículo sufrió daños en los cristales. Ahora se pregunta quién pagará la reparación.

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Este hombre, como el resto de los vendedores ambulantes, testigos directos de los disturbios, huyó a refugiarse en una hamburguesería, que le abrió las puertas. 'Parecíamos ratones y no sabíamos dónde ir', aseguró una mujer, agradecida a los responsables de este establecimiento. Dejaron sus puestos y pertenencias. 'No tienes tiempo de coger las cosas. ¿Quieres morir?, le dije a mi marido'.

Un testigo presencial recordaba que un vecino quiso encararse con uno de los jóvenes con intención de quitarle la capucha. Un amigo suyo le hizo desistir con una sola frase: 'Hazlo y amaneces frito'. Mientras los vecinos relataban estas escenas de terror, una cuadrilla de chavales de no más de 16 años pasaba en la mañana de ayer por delante de uno de los bancos atacados aplaudiendo la acción y dando patadas a la verja de la entidad.

Ataques de decenas de encapuchados similares al de Bergara se han producido en otras celebraciones festivas en Euskadi, como los registrados el pasado año en el barrio de San Vicente en Barakaldo o en el getxotarra de Las Arenas, ambos en Vizcaya.

Entre la resaca festiva y el anonimato, en Bergara se hablaba ayer de 'indignación', de 'falta de libertad' y de 'opresión por el miedo'. 'Reivindican derechos para ellos, ¿y para los demás? Ahora estamos oprimidos por el miedo a una bomba. Que nos dejen tranquilos, que sólo queremos vivir en paz', decía asqueada una mujer.

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