Los bandazos de Bush desconciertan a la UE
Los Quince observan poca coherencia en la política exterior de Washington
La Unión Europea ha entrado en un periodo de interrogantes sobre EE UU ante la falta de consonancia en política exterior que se percibe en la nueva Administración desde la llegada de George Bush a la Casa Blanca. Del entusiasmo que dejó la visita del secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, a Bruselas hace un mes se ha pasado a un clima de mayor cautela. A las divergencias, principalmente, sobre Oriente Próximo, Rusia, península de Corea, defensa europea, escudo antimisiles y, en menor medida, los Balcanes, se acaba de sumar la contundente decisión de Washington de desligarse del Tratado de Kioto para la reducción de emisión de gases.
Más de una decena de denuncias entre ambas partes se acumulan ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) por asuntos tan variados como el plátano, los productos genéticamente modificados o la venta de aviones. Los Quince creen que la nueva política exterior de EE UU es bicéfala. De un lado, Powell y el representante de Comercio Exterior, Bob Zoellick, y del otro, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. En medio, la consejera de Seguridad, Condoleeza Rice. Es más incierta la actitud de Bush, si bien su filosofía encaja mejor con Cheney que con Powell.
'Powell es música celestial para la UE', comenta una fuente diplomática. 'Lo que dijo en la OTAN hace un mes es lo que los aliados querían escuchar, pero, desgraciadamente, no es la única voz oficial de la Administración de Bush', agrega. Un dirigente europeo confesaba hace poco las dificultades de Powell para hacerse valer dentro de la Casa Blanca, pero apostaba fuertemente por el secretario de Estado. 'Todos saldremos ganando. De ahí que sea conveniente apoyarle', reconocía. Es probable que ninguno de los dos bandos emerja como ganador del combate y que fusionen sus criterios para dar a la política exterior norteamericana una voz más coherente.
Además de Kioto, gestos recientes de EE UU sobre la crisis en Oriente Próximo o las relaciones intercoreanas han servido para que de nuevo resurjan los sempiternos recelos de los europeos con su principal socio. Algunos analistas ven los intereses de la industria petrolera tejana detrás de la decisión de Bush de incumplir lo que Washington suscribió en 1997 en la cumbre climática. De ser cierto todo ello, puede ser el aperitivo de nuevos frentes de guerra comercial entre norteamericanos y europeos.
'En estos momentos no hay graves discrepancias en temas concretos de política exterior entre Washington y Bruselas. Lo que hay más bien es una sensación general de interrogación sobre hacia dónde se dirige la Casa Blanca', opina una fuente diplomática europea que quita hierro al distanciamiento de ambos lados respecto a la crisis entre israelíes y palestinos.
La UE ha dado en las últimas semanas señales de querer ser mucho más activa en esa crisis y más independiente que EE UU. Ambos instan a las dos partes a terminar la violencia y reanudar el diálogo, pero Bush prefiere escuchar al primer ministro israelí, Ariel Sharon, antes que al líder palestino, Yasir Arafat. No hay atisbos de un próximo encuentro entre Bush y Arafat, a diferencia de lo que sucedía durante la presidencia de Bill Clinton. Por el contrario, dirigentes de la UE se han reunido ya con ambos líderes después de las elecciones israelíes. Países europeos como Francia estiman una equivocación la postura norteamericana de vetar el envío de observadores a Palestina y se sienten decepcionados por la política de Bush en Oriente Próximo, no sólo en la crisis palestino-israelí, sino también en la firmeza hacia Irak
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.