Miles de ecologistas se enfrentan a la policía al paso del convoy radiactivo
Un gigantesco despliegue protege el envío de los residuos a Alemania
La arena consistió ayer en un sinnúmero de bloqueos de carreteras, puentes y vías ferroviarias. Algunas de estas acciones estuvieron muy bien planeadas, como una de los activistas de Greenpeace que se colgaron de un puente por el que horas después pasaron los seis cilindros Castor. Los contenedores tienen cerca de 85 toneladas de residuos nucleares enviados la víspera desde la planta de tratamiento de La Hague (Francia).
Tras todo un día de recorrido por Alemania, el convoy tenía previsto llegar anoche a Dannenberg, donde los cilindros se deberán trasladar a los camiones que cubrirán el trayecto final hasta Gorleben. Previamente, los ecologistas lograron parar varias veces el transporte, haciendo alarde de una ingeniosa combinación de formas de lucha: sentarse sobre las vías, encaramarse en un cilindro o encadenarse a un raíl. Además, miles de manifestantes se congregaron anoche en Dannenberg para obstaculizar la fase final del transporte, que previsiblemente concluirá hoy.
Aunque hubo dos heridos leves, nueve detenidos y varios cientas de personas que, temporalmente, fueron puestos bajo custodia policial, tanto ecologistas como agentes se trataban con notable civilidad. 'Antes de actuar siempre hay que intentar comunicarse con los manifestantes', recitaba un joven agente apostado delante de la vía férrea. Su amabilidad no era casual: forma parte de toda una estrategia policial de distensión, con cursillos de entrenamiento y una docena de 'gestores de comunicación'.
Al igual que en el caso de los agentes, para muchos de los manifestantes, ésta ya es la segunda o tercera protesta por un transporte radiactivo a la que acuden. En esta ocasión, la estrategia de los grupos antinucleares ha sido expandir el radio de acción más allá del tramo final que se inicia en Dannenberg.
'Yo me manifesté por primera vez en contra del depósito hace 25 años', recuerda la maestra de escuela Jutta Siehl, quien viene de regreso de unas clases, a las que -por el estado que vive la zona- sólo asistieron cuatro de sus 15 alumnos. Como muchos entrevistados, Siehl se mostraba indignada con el Gobierno formado por socialdemócratas y verdes. Este Ejecutivo decidió reiniciar los transportes tras llegar, el año pasado, a un acuerdo con la industria para poner punto final a la energía nuclear cuando cada una de las 19 plantas nucleares alemanas cumpla 32 años de funcionamiento.
No sólo Los Verdes, que en Wendland, la zona de donde procede la mayoría de los activistas, solían obtener un 25% de la votación, sino el mismo canciller Gerhard Schröder, cuando aún era primer ministro de Baja Sajonia, prometieron a los habitantes quitar el depósito nuclear. En vista de las realidades políticas y empresariales -hay contratos internacionales que son vinculantes y plantas nucleares que siguen produciendo residuos- en Berlín ya nadie habla de ello. 'El transporte llegará a Gorleben', admitía ayer por la tarde una joven estudiante. 'Pero a ellos les costará tan caro que ojalá lo piensen dos veces en un futuro'. A falta de las cuentas finales, ahí están las cifras de 1997, cuando el Estado tuvo que desembolsar 9.358 millones de pesetas por un convoy similar.
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