Contra la tortura
El autor señala que la tortura es practicada aún en 150 países, por lo que sigue siendo necesario luchar para erradicarla.
"Dos hombres ataron a Fabián Salazar con cinta adhesiva a una silla, lo amordazaron y le vendaron los ojos. Registraron el despacho y le exigieron que les dijera dónde había conseguido el material. Cuando el periodista se negó a contestar lo golpearon y empezaron a cortarle las muñecas con una sierra". Este relato corresponde a la tortura que sufrió el periodista Fabián Salazar Olivares en Perú, hace apenas cuatro meses. Así de caro pagó Salazar sus investigaciones sobre la corrupción en las elecciones peruanas.La víctima señaló como presuntos autores del ataque a miembros del Servicio de Inteligencia de este país.
Desgraciadamente, el relato de este horror no es un hecho único ni aislado.
La tortura se emplea en al menos 150 países del mundo para acallar a quien se atreve a hablar, para obtener información de quien se supone que la esconde, para castigar a quienes piensan diferente o a quienes tienen un aspecto o una identidad sexual que no gustan a los que dan las órdenes.
Incluso algunas naciones contemplan o han contemplado la tortura como un método legal de conseguir información en los interrogatorios que llevan a cabo las fuerzas de seguridad o los servicios de inteligencia. Hasta hace muy poco, en Israel estaba permitido aplicar lo que eufemísticamente se denominaba "presión física moderada" a los detenidos acusados de terrorismo.
Decenas de personas padecieron las consecuencias de esta medida, que hoy en día, gracias, entre otros factores, a la presión de la opinión pública internacional, ha sido derogada. Pero esta vergüenza del comportamiento humano persiste, según Amnistía Internacional, en otros países como Afganistán, Nigeria o Somalia, donde el castigo corporal forma parte de las leyes y de la tradición. En Arabia Saudí, el robo es castigado con la amputación de una mano y las mujeres que se atreven a abortar y son descubiertas pueden recibir 700 latigazos. En Irán el adulterio femenino supone la lapidación inmediata de la acusada.
La práctica de la tortura ha generado toda una industria a su alrededor, que produce y vende materiales pensados exclusivamente para provocar mayores sufrimientos en las víctimas de los malos tratos. Desde grilletes a bastones eléctricos, los inventos del dolor alimentan un comercio macabro.
Planchas calientes acercándose a los rostros de las víctimas, descargas eléctricas en los genitales, violaciones y abusos sexuales son solamente algunos de los métodos que aparecen en el manual de los torturadores del mundo. Y la tendencia es siempre a ser más crueles, para que la huella de estas crueldades no desaparezca nunca de la memoria de las víctimas. Por eso, Amnistía Internacional vuelve a lanzar una campaña para combatir la práctica de la tortura. No es la primera que llevamos a cabo, pero la realidad nos demuestra que estas acciones siguen siendo necesarias. Sin embargo, Amnistía Internacional sabe que sus campañas no serán nunca efectivas si los ciudadanos no tomamos conciencia de que la tortura está pensada para destruir la dignidad de las personas, para arrebatar a quienes la sufren el derecho fundamental de reconocerse a sí mismos como humanos y que por lo tanto, no puede ser tolerada en ninguna circunstancia y bajo ningún pretexto.
La lucha contra la tortura es también la lucha contra la impunidad. En Amnistía Internacional sabemos que todos los esfuerzos servirán de poco si los responsables de haber ordenado o practicado torturas no responden ante la justicia. Acabar con la tortura debe ser una prioridad para los ciudadanos, para los gobiernos y para la comunidad internacional y una oportunidad para demostrar al mundo y a nosotros mismos que la barbarie de la tortura no nos deja indiferentes, ni mudos, ni quietos.
Andrés Karakenberger Larsson es presidente de la Sección Española de Amnistía Internacional.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.