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La costumbre de viajar

La bonanza económica de nuestro país está permitiendo a la clase media crear su propia cultura del viaje debido a la facilidad para viajar de manera incomparablemente más frecuente y constante que en la época de Franco, donde, aparte de lo caro e incómodo que resultaba moverse por España, viajar al extranjero se consideraba tan sospechoso como innecesario. De hecho, no recuerdo que en el vocabulario de la época figurase una expresión que hoy hace fortuna: "Lugares con encanto". La industria del turismo explotó en nuestro país con las visitas de los extranjeros a este corral soleado, donde los lugareños estaban a verlos venir, pero ellos no se movían más allá del perímetro de su localidad. La posición mayoritaria del español era la de comprender que los extranjeros viajasen, porque ¿dónde iban a encontrar nada mejor que España? Pero nosotros, si ya teníamos lo mejor, ¿para qué íbamos a querer viajar? ¡Buena gana de desplazarse a sitios donde no te entienden y, encima, no hay paella!Ahora, en cambio, esto de viajar es el frenesí del español medio. Desde el cosmopolita que pasea habitualmente por Bangkok, Miami o las Seychelles, pero no sabe bien dónde está Soria, hasta el consumidor apasionado de la nueva España que liba en la flor de todos los rincones de nuestra geografía, todos están atentos y bien dispuestos hacia la multitud de ofertas con que nos inundan las agencias de viajes con ocasión de cualquier puente, vacación o celebración. Y al hilo de este caudaloso afán de desplazarse ha surgido lo que, en términos un tanto discutibles, pero de uso general, podríamos llamar literatura del viaje.

El término comprende de todo: de una parte, acreditados libros de viaje de todos los tiempos o guías excelentemente concebidas; de otra, las meras informaciones seudo-excitantes acerca de paraísos de todos los rincones del planeta donde se nos detalla el acceso al cuádruple servicio ritual del turista-masa: dormir, comer, beber y fornicar. En la actualidad, quien no tiene viajes que contar y fotos o vídeos que enseñar es un marginado o un antiguo. De manera que el ciudadano a la moda se cruza por tierra, mar y aire con otros tantos millones de ciudadanos ocupados en la misma labor. Y ése es el momento en que el observador se pregunta perplejo si no se tratará de uno de esos casos en los que tanta movilidad lo único que produce, paradójicamente, es inmovilidad.

Sí, porque hoy día parece que el viaje tiene de todo menos de aventura o, si lo de aventura parece muy exagerado, de descubrimiento. La penosa conclusión es que a las masas les encanta viajar como si estuvieran en casa. Las grandes cadenas de hoteles, por ejemplo, han conseguido que dé lo mismo estar en Bangladesh que en Toronto: el local, el servicio, las excursiones y las emociones son siempre las mismas. El mundo se está convirtiendo para el turista-masa en un gigantesco parque temático. Todo el mundo tiene derecho a pisar una vez en su vida Venecia por la misma razón que tiene derecho a comprarse una camisa X o Z. Y si no hace nada de esto, acabará pareciendo un marginado, no un marginado económico necesariamente, claro, pero sí un marginado social o poco menos. Un día, este deseo íntimo de desplazarse como si estuvieran en casa terminará en casa, como es natural, y entonces el mundo ya no será un parque temático sino, sencilla y llanamente, un parque virtual. El ciclo se habrá cerrado: todos a casa, que es donde se está más a gusto. Y ése será el momento en que quizá resuene de nuevo la inmortal exclamación de Antonio Gamero: "Como fuera de casa, en ninguna parte".

Esto es lo que se ve venir. Por ahora, sólo estamos en la cultura del viaje enlatado, que ya es bastante, porque no hay nada peor que ir a visitar lugares con encanto y encontrarlos llenos de gente sin encanto.

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