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Tribuna
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Enseñanzas

Rosa Montero

Leyendo los periódicos con cuidado se aprende mucho. Casi todas las noticias tienen una parte evidente y otra latente, como el hielo azulado y oculto de un iceberg. Por ejemplo, tomemos esa historia de los papeles oficiales del Instituto de la Mujer que han sido encontrados en un contenedor de basura. Pues sí, en efecto, está muy mal que la Administración sea tan descuidada con sus archivos. Pero, más que la chapuza de haber tirado los papeles viejos, lo que verdaderamente me inquieta del asunto es que los hayan encontrado. Vamos, que se diría que existe un número indeterminado de individuos que se dedican a rebuscar por los basureros. Y no se trata de mendigos, desde luego: esa resma de añejos documentos se la refanflinflaría a cualquier mendigo decente. De modo que deben de ser probos ciudadanos, señores ataviados con traje y corbata metiendo medio cuerpo en los contenedores. ¿Será un nuevo deporte? Tanta televisión basura tenía que acabar creando aficiones extrañas.Pero una de las noticias más reveladoras de los últimos tiempos apareció hace poco en EL PAÍS. Resulta que el suplemento dominical sacó en agosto un reportaje sobre el tamaño del pene. Incluía una regla impresa en donde se podía comprobar la medida normal del miembro, que al parecer son 16 centímetros. Pues bien, un mes más tarde se publicó la carta de una lectora de trece años, Irene Rubio, que había notado algo raro y se había tomado el trabajo de medir la regla, descubriendo que, por error, cada centímetro del dibujo equivalía a 1,30 en la realidad, de manera que el pene normal alcanzaba en EL PAÍS 21,30. Fue una equivocación menor y sin importancia, pero lo interesante es que tardara tanto en descubrirse. Me imagino a cientos de miles de lectores pasando atribulados y veloces por las páginas de la regla, por temor a medir y a comparar. Ellos no mirarían para no sentirse pequeñitos; y ellas tal vez miraron y la regla les confirmó la despechada impresión de que todos los hombres que habían tratado la tenían menudísima. Tuvo que llegar una inocente niña de trece años para poder ver que el rey estaba desnudo; ya digo que a veces los periódicos ocultan enseñanzas profundas.

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