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48º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

"Estoy más cerca de Dickens que de Hollywood"

Michael Caine recibe a los 67 años el Premio Donostia por el conjunto de su carrera

Elsa Fernández-Santos

"Discúlpenme, pero los sábados con resaca no son mi fuerte. Suelo ser mucho más gracioso". Si quedaba algún escéptico sobre la endemoniada capacidad de seducción de Michael Caine, ayer calló para siempre. La conferencia de prensa y las esqueléticas entrevistas de 10 minutos que concedió el actor británico antes de recibir de las manos de la actriz Rosa María Sardá el Premio Donostia fueron el ejemplo del implacable encanto de un hombre que está por encima de su inteligencia, por encima de su genio como actor y por encima de su fama como estrella.

"Discúlpenme, pero los sábados con resaca no son mi fuerte. Suelo ser mucho más gracioso". Si quedaba algún escéptico sobre la endemoniada capacidad de seducción de Michael Caine, ayer calló para siempre. La conferencia de prensa y las esqueléticas entrevistas de 10 minutos que concedió el actor británico antes de recibir de las manos de la actriz Rosa María Sardá el Premio Donostia fueron el ejemplo del implacable encanto de un hombre que está por encima de su inteligencia, por encima de su genio como actor y por encima de su fama como estrella. "Me fascina esta ciudad", dijo, "creo que nunca había visto tanta estrella Michelín per cápita"."He interpretado a asesinos, a homosexuales, a idiotas, a psicópatas y a travestidos", afirmó al desgranar su larga trayectoria. "He hecho de todo. Soy un pragmático". "Anthony Hopkins", continuó el actor, "ganó un oscar por hacer de caníbal; Jeremy Irons, por interpretar a un marido asesino, y yo lo he ganado por interpretar a un marido infiel y a un médico abortista. Los actores británicos de mi generación hemos hecho lo que ni Paul Newman ni Robert Redford querían hacer. Nos hemos beneficiado de sus prejuicios y, por supuesto, no nos importa. Además, ahora que los rusos ya no son el enemigo, los ingleses se han convertido en los villanos favoritos de Hollywood. Así que estamos encantados, vamos a ganar todavía más dinero".

"Yo estoy mucho más cerca de Dickens que de Hollywood", dice el actor como si fuera una declaración de principios. "Nací en su misma orilla del río. Mi condición social me empujó a ser actor, tenía la ambición y la ira de los que quieren cambiar las cosas. Yo me convertí en actor para representar a los hombres de mi clase. Estaba harto de que el cine reflejara a la clase obrera como una caricatura. Lo malo es que me convertí en estrella y todo se fastidió, aunque, si quiere que le diga la verdad, uno nunca deja der ser pobre. El que ha nacido pobre lo será siempre, es una extraña inseguridad que permanece. Siempre se lo digo a mis dos hijas, que, afortunamente, han nacido ricas".

John Huston, Woody Allen y Joseph Mankiewicz son tres nombres imposibles de esquivar para entender quién es hoy este actor, que, según escribe en su autobiografía, se pasó cabreado sus primeros 30 años de vida. "¿Que puedo decir de ellos? Mankiewicz es el director más literario que he conocido. Él amaba como ningún otro la palabra. Huston y Allen coinciden en una cosa: nunca te dicen qué debes hacer. Recuerdo que en el rodaje de El hombre que pudo reinar le dije a Huston: 'John, podrías darme alguna pista sobre lo que quieres''. John me contestó: 'Michael, un actor que cobra tanto dinero por una película se supone que tiene que saber él solito qué hacer con el personaje'. John hablaba como todos nos hemos imaginado alguna vez que hablaría Dios; era un gran aventurero. También recuerdo cómo un día me interrumpió. 'No hables tan lento', me dijo, 'un hombre honesto jamás habla despacio'. Confieso que desde entonces desconfío, y mucho, de los que hablan despacio".

Michael Caine dice que le persiguen "como fantasmas" la gran cantidad de películas menores que ha hecho. "Yo, como todos, he hecho horrores. Clark Gable hizo cientos de películas malísimas y nadie se lo reprochó. Los de mi generación pasamos este calvario por culpa de la televisión, que devuelve como fantasmas aquellas sombras".

Al preguntarle cuál es el secreto de ese cinismo elegante que aparentemente le gusta cultivar, Caine pone la misma cara que cuando su amante adolescente de Lío en Río le pregunta si cree que podrá olvidarla y él le contesta: "Descuida, seguro que te olvidaré cuando me muera".

"¿Cínico elegante?", repite riéndose. "¿Usted cree? Yo no soy un cínico; yo me maravillo con las cosas, me divierte lo que hago y, descuide, todavía me puedo dejar impresionar".

Caine cerró su autobiografía despidiéndose de sus lectores así: "Ha sido un honor y un privilegio compartir mi vida con semejante panda de bribones". La frase resume la mirada, nada soberbia, del actor hacia los desconocidos. Una mirada que parece buscar la complicidad de otros farsantes. "Es cierto que hay una cosa que está por encima de mi trabajo y que es mi única y verdadera ambición: disfrutar de la vida, dar la vuelta a las dificultades y convertirlas en nuevos caminos para vivir bien, para vivir muy bien".

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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