Nada más que perdón
El Ejército y la jerarquía eclesiástica argentinos han pedido perdón finalmente por los atroces crímenes cometidos durante la dictadura de la Junta Militar entre 1976 y 1983. Es una reparación ante la historia, no para las 30.000 víctimas de aquellos ya lejanos tiempos que la falta de justicia ha mantenido siempre presentes. Hoy, varios de los asesinos y torturadores, protegidos en su país por las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, se ven, sin embargo, perseguidos por la justicia internacional, que lucha contra la impunidad de estos crímenes.Los sucesores orgánicos de los autores de estos desmanes, más que los que los perpetraron en su día, piden perdón, pero cabe dudar si detrás de tales manifestaciones hay un arrepentimiento genuino o tan sólo una consideración de conveniencia. Sea como sea, la demanda de perdón se había retrasado excesivamente, dificultando el cierre de las heridas sin cicatrizar. Pero al menos es un paso positivo que, siguiendo las recomendaciones del Papa, la misma Iglesia argentina admita que pecó por omisión y comisión, aunque los sacerdotes implicados escaparan de cualquier condena terrenal. Por fin, el episcopado argentino que apoyó el golpe del 24 de marzo de 1976 ha pedido perdón en un histórico documento en el que habla de "pecados", aludiendo a los "silencios irresponsables y participación efectiva de muchos de sus hijos en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación", y en tantos otros actos criminales. Y pide "ayuda divina" para "refundar los vínculos sociales", mencionando incluso el narcotráfico o la corrupción que estos días aqueja profundamente al Senado de ese país. Perdón, aunque de momento la Iglesia no abra sus archivos de esta pavorosa época, lo que podría contribuir a conocer la suerte -la mala suerte- de tantos desaparecidos.
Un día después de la Iglesia -formalmente pura coincidencia-, ha sido el Ejército, a través de su actual jefe, el general Ricardo Brinzoni, el que habló también para pedir perdón. En 1995, su predecesor en el cargo, el general Martín Balza, fue el primer alto mando en reconocer que las Fuerzas Armadas habían participado en "crímenes atroces y aberrantes". Brinzoni ha sido menos sincero o preciso en los hechos -no hizo alusión a los secuestros de niños y recién nacidos-, pero su demanda de perdón con motivo del Día de la Infantería y ante un grupo de militares retirados, de ceño fruncido, fue más drástica y directa: "Perdón por nuestras responsabilidades". Anteriormente, ante el rechazo de los grupos de defensa de los derechos humanos, Brinzoni había fracasado en su intento de poner en marcha una mesa de diálogo que contribuyera a la localización de algunos de los 30.000 desaparecidos.
En Argentina, el Ejército y la Iglesia católica han dado, pues, un paso importane hacia adelante; aunque tardío e incompleto, puede tener efectos morales positivos en una sociedad que todavía no ha recuperado la normalidad después de la dictadura militar y en la que ha hecho profunda mella el acoso internacional contra este tipo de criminales. El último episodio se ha desarrollado este verano con la detención en México -a instancias de la Audiencia Nacional española, que ha pedido su extradición- de Ricardo Miguel Cavallo, un siniestro torturador argentino que se hacía apodar Sérpico. La acción internacional de policía judicial ha ido más deprisa que el perdón solicitado por el episcopado y el Ejército.
Con estos pasos, los militares argentinos han ido mucho más lejos que los chilenos. Éstos parecen estar aún muy lejos de entonar un mea culpa. El desafuero de Pinochet en su país, tras su saga en Londres, parece haber alejado esta posibilidad ya que ha envalentonado a los pinochetistas, nada convencidos de demandar el perdón por el cruento golpe contra Salvador Allende (cuyo 27º aniversario se conmemoró ayer), sino por el contrario dispuestos a reivindicar su récord histórico. Pero hoy Pinochet está moralmente acabado. Desaforado, pendiente de la Justicia, convertido en un mal recuerdo del pasado que se resiste a desaparecer. Pero que desaparecerá; aunque no llegue a pedir perdón.
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