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Genios y genes

"No puede haber certidumbre, cuando física o moralmente es posible que las cosas sean de otra manera". Voltaire acierta con lo más sensato planteado por una de las formas más sensatas de aproximarse a la realidad. Me refiero al método científico. Que lo incierto sea la única certeza, nos coloca donde obviamente no queremos estar. Es más, disminuir el grado de incertidumbre es contra lo que el llamado progreso, el conocimiento y la misma ciencia combaten desde siempre. Pero eso no deja de ser una de las más bellas y al tiempo efectivas formas de pelear contra lo imposible. Algo en lo que coincidimos tanto los científicos como los que nos sentimos aliviados con este aforismo de Elias Canetti : "Mientras siga habiendo ramas del saber ajenas al experimento, estará justificada la esperanza".De ahí que asuste tanto la certidumbre de quienes, por respeto a sí mismos, deberían considerar a toda verdad como provisional. Pero no. Se nos está llenando el patio de una arreciada argumentación cuajada de certezas. Son opiniones contundentes, bien publicitadas y sin duda respaldadas por prestigiosos nombres que merecen respeto. Insisten sobre que el uso de transgénicos carece de riesgo alguno. Podría ser. Pero podría ser todo lo contrario.

Convendría en primer lugar recordar que son decenas las opiniones de otros científicos, vertidas incluso en las más prestigiosas publicaciones del mundo, que mantienen que en este campo, como en todos, debemos movernos con precaución. Y esa palabra significa la aplicación, pero con todo el rigor posible del propio método científico.

¿Hace falta recordar que la fusión nuclear, las dioxinas, o el exceso de CO2 eran completamente seguros?

Pero ciertamente no se trata sólo, ni siquiera principalmente, con relación a la posible incidencia en la salud, de cómo se debe abordar esta cuestión. Puede que comer transgénicos sea poco o casi nada peligroso. Es más, la posibilidad de que conozcamos más y mejor la intimidad de los genes, merece todo el apoyo posible. Ni que decir tiene que aún más la posibilidad de su uso terapéutico para los humanos.

Con todo, lo primero que llama la atención es la agresividad exhibida por parte de los implicados en el uso de los productos transgénicos. Tanta que incluso parece querer anular la libertad de expresión, ya muy reducida para los que nos sentimos inseguros frente a cualquier manifestación de certeza. Todavía más cuando ya es posible que algo vivo, desde un proceso a un órgano o la información más crucial, que es la contenida en el ADN, pueda pasar a ser propiedad privada.

Pero, como han puesto de relieve los trabajos coordinados, compilados o escritos por el profesor Jorge Riechman, sin duda los más completos que circulan por nuestro país, la faceta más preocupante de los genios e ingenios genéticos es que, como todo lo demás, van a aumentar la inseguridad colectiva y en consecuencia son escasamente progresistas. Y la aumentan porque lo descubierto por la Naturaleza para enfrentarse, al igual que la Cultura, con la inseguridad es la multiplicidad, la variedad de las soluciones, la inabarcable cuantía de las respuestas.

Los transgénicos, de momento y sobre todo, concentrarán en muy pocas manos decisiones clave para la alimentación mundial. Las especies modificadas, casi siempre lo son para responder a tratamientos fitosanitarios o herbicidas que sólo venden las mismas empresas que comercializan las semillas. Es como si el petróleo, la refinería, la estación de gasolina y el automóvil fueran de la misma empresa. Lo que aterra no es el efecto sobre la salud, sino sobre la libertad, que será tanto más amplia cuanta mayor sea la oferta y los productores de la misma. Sea comida, energía, servicios bancarios o informativos lo que vendan.

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