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Reportaje:

Peones sin casilla

Tereixa Constenla

Sobre el armazón de acero de una silla han improvisado una parrilla. Cocinan al aire libre, sobre un fuego tan primitivo que avivan con maderos y protegen con ladrillos. Desde la explanada donde moran, al menos, una quincena de mauritanos se divisa parte del pueblo y varios invernaderos, los mismos que atraen mano de obra estacional hasta Moguer (Huelva), uno de los municipios productores de fresas. La campaña, como ocurre en la agricultura intensiva, se adelanta cada vez más y ya abarca de enero a junio. Atender la superficie fresera, que ocupa 8.267 hectáreas en toda la provincia, exige cada vez más mano de obra. En Moguer también se percibe la creciente demanda. Los temporeros españoles, que se trasladan desde Sevilla, Málaga, Cádiz, Extremadura o Huelva, siguen siendo hegemónicos, pero la llegada de inmigrantes africanos y algunos europeos de países del Este aumenta de año en año.

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Bah Ould Sidi Zemin descansa junto a dos compañeros y un teléfono móvil sobre un colchón al aire libre. Apenas lleva un trimestre en España y, como otros mauritanos, entró con un visado en el país. Gana 4.500 pesetas al día por siete horas de trabajo, algo de lo que carecía en Mauritania y que le empujó a emigrar. Zemin posee una dignidad que contrasta con la miseria en la que vive. Come bajo el cielo raso y duerme sobre el suelo en una chabola armada con palos y plásticos. Ni luz, ni agua. Para ducharse, los inmigrantes han de recorrer varios kilómetros hasta Moguer, donde Huelva Acoge gestiona un centro de día.

Aziz, que se encarga de traducir, explica que a Zemin le gustaría instalarse en España con su familia, pero que es "muy duro" vivir así. Pese a la miseria, los mauritanos pelean por conservar su identidad. El jueves festejaron la fiesta del Cordero con tres animales. Respetan su ortodoxia musulmana a rajatabla: rechazan intercambiar un apretón de manos con una mujer.

Zemin asegura que ha buscado casa, pero que los vecinos son reacios a alquilar viviendas a los árabes. Una aseveración que repiten otros inmigrantes, como el argelino Houari Hakim, de 35 años, que se apaña con una casa abandonada. Después de comparar sus experiencias en otros lugares, concluye que sólo en Andalucía se enfrenta a la negativa de los autóctonos a arrendar casas a extranjeros. Hakim recalca que las facilidades para hallar empleo contrastan con los impedimentos para integrarse socialmente. "Esta misma mañana se han negado a darme la llave para entrar en el servicio del bar donde estaba tomando algo", indica. Su retahíla de reproches prosigue con la desagradable sensación de sentirse "vigilado y seguido": "La gente piensa que todos somos iguales, y yo no soy un ladrón". "Aquí no te dejan entrar en la sociedad", remacha.

Las barreras infranqueables que sufren los inmigrantes extranjeros para acceder a una vivienda contrastan con las facilidades de los temporeros españoles. Javier Pérez, que coordina el programa de temporeros de Huelva Acoge en la localidad, achaca esta desigualdad a la familiaridad. La mayoría de los temporeros españoles repiten en cada campaña y suelen llegar con el contrato de trabajo cerrado. Salvo excepciones, no suelen tener problemas para alquilar casa.

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Algunos agricultores facilitan alojamientos a sus jornaleros, pero no abundan. Aziz Zrouqui, mediador intercultural, lamenta que los empresarios empleen a inmigrantes sin documentación sin cederles viviendas. "Hay que prevenir antes de curar", advierte. La convivencia en Moguer dista mucho de la hostilidad que se respiraba en El Ejido (Almería) entre la comunidad de acogida y la inmigratoria. "Por el momento no hay incidentes, pero la gente tiene prejuicios sobre los inmigrantes; no tienen casa y están en la calle, su aspecto es lamentable y por ahí empiezan los incidentes", señala Zrouqui.

No hay problemas, pero los inmigrantes todavía son pocos, aunque su presencia aumenta. Javier Pérez calcula que, en esta campaña, han llegado unos 850 a Moguer y prevé que se incrementarán conforme se extiende el cultivo fresero. Unos 50 extranjeros, sin problemas para integrarse, se han asentado ya en el pueblo con sus familias.

No es el caso de Cherif El Moctar, que se desplaza detrás del empleo. Llegó a España hace cinco meses escasos y, en tan corto periodo, ha recorrido Valencia y Almería. Ould Mane Taleb Zeidane, 30 años, también ha pasado por el extremo oriental andaluz. Estaba en Roquetas de Mar (Almería) cuando ocurrieron los incidentes de El Ejido. Tuvo miedo: "Igual que todos".

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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