_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bajada al cielo ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS

Hace unos años, Javier Rioyo y José Luis López Linares la emprendieron en Asaltar los cielos a golpes de cámara con el asesino de Trotsky para así poder decir algo inédito sobre el creador de Octubre. Ponerse a indagar en la vida cotidiana de los colosos de la historia es arriesgado, porque todos o casi todos tenemos una idea hecha de lo que estos enormes individuos son o fueron y de lo que aportan o aportaron. Además se corre el riesgo añadido de que en la averiguación nos encontremos con que tales gigantes tenían en realidad sorprendentes rasgos de enanos, aunque siempre es consolador encontrar las huellas del hombre común en la gente a la que sólo es posible medir con el don de lo descomunal.En A propósito de Buñuel, y no sé si a propósito, Rioyo y López Linares han devuelto a la tierra el fantasma volador del cineasta, que andaba encumbrado por las copas de las nubes desde hacía demasiado tiempo. El empuje inicial que el escritor mexicano Carlos Fuentes da a la película y el cierre melancólico y pesimista que de ella hace el productor francés Serge Silberman devuelven a Luis Buñuel al humilde corral de los hombres muertos, y es ahí, en los signos de lo que tuvo de hombre común, donde ocurre nítida e incontenible la percepción de su inmenso talento. El Buñuel demasiado encopetado e idolatrado, el Buñuel encerrado en su condición -o su jaula- de genio institucional, paradójicamente comenzaba a empequeñecerse, a parecer una figura rutinaria. Rioyo y López Linares han sabido capturar en A propósito de Buñuel la rara frescura de sus comportamientos, tal como los evocan quienes convivieron con él, y nos han devuelto en forma de persona viva y reconocible al mito algo acartonado -y, lo que es peor, algo académico- en que el viejo dinamitero comenzaba a convertirse. Buñuel, que propuso quemar el Museo del Prado, comenzaba ya a oler a pieza de museo.

Lo más sorprendente de un artista tan complejo como Luis Buñuel es su capacidad de reducción a la máxima sencillez. Hace un par de semanas, en una cadena de la televisión alemana, volví a ver, después de muchos años de olvidada, Subida al cielo, una de las películas que Buñuel hizo en México con presupuesto de juguetería. Es, sigue siendo, una película de formidable inteligencia y de las más irreverentes y subversivas que hizo, pero su ligereza es tanta que nada de esto se percibe en ella como uno no quiera percibirlo y lo busque aposta. Todas las explicitudes iconoclastas de La vía láctea y todas las nieblas sexuales de Belle de jour son juegos de niños comparados con las velocísimas y casi imperceptibles punzadas de burla transgresora que se escapan del entrelineado erótico y político de las imágenes de Subida al cielo.

El viejo gigante Buñuel ha cumplido un siglo, y Rioyo y López Linares nos lo han devuelto aquí, a la altura de la gente común, para que lo veamos de cerca y, por sentirnos a ras de él, nos sintamos más concernidos por su cine. Nunca se termina de ver una película suya. Tienen las películas de Buñuel infinidad de visiones o, si se quiere, de lecturas. Subida al cielo es lo que se ve a primera vista, más lo que luego se verá a segunda, a tercera y a enésima vista. Y Subida al cielo es un sainetillo. ¿Qué decir de lo que hay por debajo de la gravedad formal de El ángel exterminador? Pues tal vez no mucho más, o incluso menos. Buñuel disparaba la misma pólvora con el mismo revólver, lo mismo cuando hacía una comedieta ligera que cuando se metía en severas honduras dramáticas. Se decía de él que era un director técnicamente deficiente, que rodaba con desaliño, incluso que rodaba mal. Y fue éste, entre muchísimos, probablemente el mayor de los disparates que se dijo acerca de él, porque el oficio de Buñuel no era bueno, sino que era perfecto, de altísimo refinamiento. Necesitaba inexcusablemente ese refinamiento técnico para poder dar cauce a la sorprendente sencillez que exigía para que se manifestase la complejidad de su espíritu. Y esto, nada menos que esto, es lo que ha sabido extraer de la obra de Buñuel la cámara sacacorchos de Rioyo y López Linares en A propósito de Buñuel. Cuanto más se aleja en el tiempo, más se agiganta Buñuel. Pero su colosalismo no es una cuestión de tamaño, es otra cosa.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_