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Tribuna
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La encrucijada de Duisenberg

Emilio Ontiveros

La interdependencia propia del actual proceso de globalización también se manifiesta en las decisiones de los bancos centrales, especialmente entre los dos más importantes del mundo, la Reserva Federal estadounidense y el Banco Central Europeo (BCE). La posición cíclica de la economía norteamericana, la más explícita intensidad de su ritmo de crecimiento y las mayores amenazas aparentes a la estabilidad de sus precios, hace que sea ese banco central el que lleve la iniciativa en el endurecimiento de la política monetaria y, en todo caso, que sus movimientos sean susceptibles de anticipación por los mercados. Al menos en mayor medida que los del BCE, que a las circunstancias propias de su falta de tradición añade las de una posición cíclica de la zona euro menos inequívoca.La elevación ayer del tipo de interés en Estados Unidos y la apreciación del dólar frente al euro de la que ha estado precedida sitúa al BCE, cuyo Consejo celebra hoy la reunión quincenal, ante una encrucijada. Aun cuando la tasa de inflación en la zona euro se mantiene por debajo del objetivo del 2% y las evidencias de crecimiento en las principales economías del área no son excesivas, un tipo de cambio del euro por debajo de la paridad con el dólar, un 19% depreciado desde su nacimiento, empieza a resultar incómodo. El propio presidente Duisenberg ha recordado el carácter referencial que el tipo de cambio tiene en la definición de la política monetaria, y el riesgo de importación de inflación implícito en una excesiva depreciación, para dejar entrever que el consejo podría anticipar la elevación de los tipos en el área, hasta hace poco mayoritariamente prevista para bien entrado este trimestre.

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Anticiparlo tanto como para decidirla esta misma mañana generaría probablemente más inconvenientes que ventajas. En primer lugar, acentuaría esa percepción de dependencia excesiva, de seguidismo, y definiría una señal excesivamente vinculada a la evolución del tipo de cambio que más allá del precedente que supondría, no garantiza por sí solo la reversión de esa tendencia depreciadora del euro. También se pondría en cuestión, y en este punto en acusado contraste con la Fed, la habilidad para modular sus actuaciones sin precipitación, con ritmos y cuantías compatibles con el necesario afianzamiento del proceso de recuperación económica de la zona. En estos días de exaltación del balance macroeconómico que exhibe la denominada "nueva economía" y de análisis de sus posibilidades de extensión a otras latitudes, el presidente de la Fed, Alan Greenspan, comparte honores con los nuevos emprendedores en el sector de las tecnologías de la información, no tanto por contribuir a su nacimiento como por no interrumpir su arraigo, preservando la satisfacción de su principal misión, el mantenimiento de la tasa de inflación subyacente en niveles históricamente bajos.

Con todo, los más escépticos operadores se curaron en salud el pasado martes demandando un volumen de fondos en la subasta a 14 días del BCE, que dobló al de la anterior, asumiendo el peor de los escenarios: que en Francfort siga siendo dominante la vieja fe y los paradigmas de siempre y, opten por ponerse la venda antes de que emerja la herida inflacionista. No tardaremos en saberlo.

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