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Tribuna
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Ministro, qué miseria

Los científicos oficiales españoles recibieron a finales de año el resultado del examen de su actividad investigadora. Con el reconocimiento de esa actividad por la comisión nacional evaluadora pretenden un cierto complemento salarial -realmente mísero, en esta España europea que va tan bien, pero apetecible, dada la apocada paga de estos profesionales-. Contabilizada por sexenios, la actividad de muchos investigadores ha sido, sin embargo, considerada "insuficiente". Esto ha sido también común en los proyectos de investigación que solicitaron financiación meses atrás. "En ciencia el café para todos no vale", dice el presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y se admite la competitividad como cosa positiva.Pero la misma actividad que el año pasado acreditó a algunos científicos recibe en éste una evaluación negativa para otros. Años atrás, solicitudes de financiación estatal de proyectos calificados con diez puntos por un evaluador y con cero por otro resultaron rechazadas por aquella comisión, sin más indagación. Hoy seguimos careciendo de paneles de expertos por especialidad. Se desconocen las listas de evaluadores y el número de proyectos revisados por cada uno -no cuáles, que el anonimato es bueno en estos casos-. El responsable de cada área de la comisión nacional decide quién evalúa cada proyecto presentado. Sin dudar de su buena fe, el procedimiento resulta extraño. Sorprende la alta subvención de ciertos proyectos y su escaso alcance, lo que es más llamativo en algunos financiados por determinadas comunidades autónomas.

Pocos científicos comentan su examen, pero hay gran malestar por todo esto. Sexenios con cuatro trabajos recogidos en el Science Citation Index y un libro especializado de gran alcance han sido evaluados como insuficientes por un comité "específico" cuyos expertos no pertenecen al área de conocimiento considerada. ¿Qué es esto? Investigadores admirables son así equiparados a ciertos impenitentes funcionarios que una vez ocuparon su plaza después de un juramento solemne en aquella atrasada España o tras una idoneidad inventada por los que administraron el país en su versión más moderna, (comentario que hago con respeto a las muy honrosas excepciones.)

Todo esto es injusto, lesivo, y debiera ser inaceptable. Con tantos años en el oficio y conociendo algo el gremio -pero muy poco la misión de los patronos de nuestra ciencia-, sigo sorprendiéndome con ello. Mientras la penuria permanece, la nueva ciencia española sufre un ataque sin precedentes de publicitis aguda -nunca ha existido una relación tan mala entre el número de publicaciones científicas y su alcance-. En contra del espíritu que pretendió incentivar esta ciencia y mejorar, aunque fuera tan modestamente, la paga de sus investigadores, las evaluaciones son desalentadoras para buena parte de ellos. El desánimo es más grave si son profesores universitarios y entre sus labores está la de ilusionar con la ciencia a los jóvenes estudiantes. Y quede claro que uno observa el panorama sin motivos personales de resentimiento, por acompañarle siempre la suerte al someter su actividad a la referida evaluación y no tener grandes problemas para financiar la ciencia que cultiva.

Si se quiere que la evaluación periódica surta los efectos deseados (?) la calificación debiera tener criterios tan claros que el propio evaluado conociera de antemano su puntuación exacta. Un administrativo lo certificaría. Si el funcionario certificador no basta a quienes tratan sólo con reputados referees, constitúyanse comisiones certificadoras con expertos del área de conocimiento evaluada. No con otros, como viene haciéndose. Y si la puntuación varía entre cero y diez, tenga la obtenida una retribución consecuente. No es justo el definitivo "suspenso" de seis años de trabajo calificados con cuatro puntos frente al "aprobado" con cinco, retribuido además como el de diez (nada equitativo, por cierto, para este último). Una puntuación de uno debiera retribuir con algo. Bienvenido sería, considerando esta miseria tan nuestra. Muy digna es la marca personal del investigador que no alcanza al atleta de élite. En todo caso, ¿indica la paga del científico español que este país se interese en obtener medallas? ¿Se consigue con ella, y con el sistema de selección al uso, el modelo de investigador o de profesor que deberían requerir nuestras universidades y centros de investigación?

No es difícil elaborar de una vez un panel de expertos evaluadores. Pídase a cada investigador las palabras-clave del tema tratado en sus diez mejores publicaciones. Si tales publicaciones están en el Science Citation Index esas palabras señalan los temas que el investigador domina en realidad. Sobre ellos puede ser consultado. De otras especialidades es mejor que no opine.

¿Tan difícil es, Ministro de Educación y Cultura, tener científicos menos crispados y desilusionados, con mayores motivaciones y mejor productividad? Sus buenas sensaciones pueden transmitirse a diario en las aulas. Esto quizá interese. ¿Es mejor, tal vez, que haya menos investigadores (sólo los de élite, por supuesto)? ¿O se pretende acaso aquello de "que investiguen ellos"? Piense un poco en esto. Pero sin una profunda reflexión no lo comente al Presidente ni a sus compañeros. No deben entender nada de todo esto.

Francisco Díaz Pineda es catedrático de Ecología, Universidad Complutense de Madrid

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