Vivan tus madres
Era Nueva York y era el estreno de Kika. Pedro Almodóvar me citó en el hotel, antes del estreno, y después de hablar un rato me invitó a compartir su limusina, camino de la sala. Dentro de aquel cochazo inmenso, con un agujero en el techo que daba a los rascacielos, íbamos, como mínimo, el director, Rossy de Palma, Bibiana a la sazón Andersen y yo. A mí me dio el ramalazo Cenicienta pos-príncipe y pensé que, de algún modo, éramos un montón de freaks, cada uno en su estilo, y que en otro mundo habríamos sido condenados a la hoguera. Y allí estábamos, pequeños reyes de Manhattan, por obra y gracia de la gracia inmensa de un manchego nacido para ser único y, ello no obstante, ser reconocido y apreciado por multitudes. Lo cual es una de las formas más sublimes de la freakanidad, cuando se hace hermandad.Al verlo recoger su Globe -gesta que ningún otro cineasta español cumplió hasta el momento-, se me erizaron los pelos con un sentimiento muy especial: el que produce el triunfo de los que se hicieron a sí mismos desde la marginalidad y a favor de ella, mediante la originalidad y el desafío. Pedro Almodóvar ganó este Globe, para mí, el día en que me regaló, en una sesión golfa, en Barcelona, la película por la que le conocí: Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. Que se lo hayan dado creo que debe llenarnos de orgullo. Sobre todo a quienes creemos que hay otras formas de hacer arte además de las académicas y ortodoxas, y que hay vida más allá del recitado pomposo de Galdós.
Está siendo un año brutalmente fecundo para Pedro, en materia de premios, y resulta aleccionador que los esté consiguiendo por la más desmelenadamente sentimental de sus películas. Algo querrá decir. A lo mejor resulta que tiran más dos tetas, aunque sean de silicona, cuando debajo hay un corazón, que dos carretas repletas de efectos especiales. Está Pedro, además, en muy buena compañía. Tampoco American beauty es una película fácil.
Esta especie de George Cukor a lo bestia, en el sentido de que es el director que mejor aprovecha a las actrices con quienes trabaja, es también un hijo del cine, un niño de las salas que le amamantaron junto con la madre que recientemente perdió. Por eso creo que ahora, al triunfar en Hollywood a lo grande, Almodóvar disfruta doblemente: como ídolo y como chaval de cine.
¿Qué más te da, Pedro, si, este año, tampoco te dan el jodido Goya?
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