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El sueño de Bill Gates

Amaya Iríbar

Uno de los primeros juguetes que pide hoy un niño es un ordenador y, a menudo, conectado a Internet. Es un sueño del fundador de Microsoft, Bill Gates, que parece haber calado en la comunidad educativa española. Esta realidad dibuja necesariamente un futuro escolar interactivo. Pero, mientras unos expertos aseguran que las nuevas tecnologías cambiarán en los próximos años la forma de entender la educación, la organización de las clases, el papel del profesor y hasta los odiados deberes, otros subrayan que ese cambio sólo será superficial, que los estudiantes seguirán aprendiendo los contenidos de siempre, aunque aparezcan otros y cuenten con nuevas herramientas.Bill Gates ha bautizado a esta generación de estudiantes generación I. La I de Internet, pero también de información, venga ésta a través del ordenador, la televisión o cualquier otro medio digital. Esa I divirá al mundo del próximo milenio. Los que tengan acceso a la información y, sobre todo, sepan utilizarla, tendrán hecha parte del camino, coinciden los expertos porque la sociedad de la información hará que el aprendizaje sea un proceso para "toda la vida".

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En este panorama, las nuevas tecnologías serán sólo una herramienta más, advierte el responsable de Política Educativa de UGT, Jesús Ramón Copa. Hoy, los ordenadores y, a través de ellos Internet, sólo llegan, en el caso de colegios e institutos públicos y casi todos los privados, a las aulas de informática. Si logran romper sus paredes y colarse en las clases normales cambiarán de forma radical la forma de aprender. Y de enseñar.

El docente seguirá al frente de la clase, pero con un papel diferente, al igual que cambiarán los planes de estudios, subraya el profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid Juan Antonio Lorenzo. El enseñante debe anticiparse. Como ya no será la única fuente de la que beben sus alumnos, estará obligado a aprender a usar toda esa información. Los profesores deberán ser "guías", orientadores capaces de enseñar cómo buscar y encontrar en ese mar de información lo que es útil. Y, sobre todo, no limitarse a transmitir contenidos, sino también a crear la base para una educación permanente.

La mayoría de los consultados cree que esto es imposible sin cambiar la formación inicial del profesorado, para lo que será preciso convertir la actual diplomatura de Maestro en una licenciatura. Unos expertos creen que habrá que crear centros específicos para formar a los profesionales de la educación primaria y secundaria y otros opinan que los docentes de secundaria serán también estudiantes de licenciaturas que deciden pasarse a mitad de carrera a unos nuevos estudios de magisterio (centrados en didáctica) en los que obtendrá en título de licenciado en enseñanza de las matemáticas o de la lengua, por ejemplo.

Para que las nuevas tecnologías lleguen a la escuela es necesario llegar al corazón de una de las profesiones que más resisten los cambios, asegura Neus San Martí, coordinadora de los cursos de adaptación pedagógica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Cuando mira hacia el futuro, San Martí ve más reminiscencias del pasado que grandes revoluciones. La tecnología cambiará sobre todo la forma de trabajo en las aulas, dice, pero no alterará la raíz del sistema. Juan Antonio Lorenzo coincide con esta opinión que implica que los alumnos tiren el lápiz, pero no que dejen de escribir el mismo comentario de texto. Eso sí, tendrán a mano nuevos materiales.

Los que anuncian la desaparición del libro de texto se equivocan, aseguran Jaime Mascaró, director de investigación y proyectos de la editorial Santillana, y Fernando López Aranguren, director de publicaciones escolares en Ediciones SM. El papel impreso perderá importancia, aligerando las mochilas de los escolares con el desarrollo del uso de materiales alternativos, como CD-ROM.

Para José Luis Lorenzo, las dificultades del cambio son también de dinero: "Nuestro drama ha sido que los políticos se han preocupado de regular, pero no de financiar". Si se superan los escollos, la consecuencia será una enseñanza más personalizada. A cada alumno lo que necesita. Los materiales interactivos permitirán seguir horarios propios e incluso autoevaluarse. Para hacer los deberes, por ejemplo, bastará con el ordenador, que almacenará enciclopedia, diccionario y otros materiales básicos.

En ese nuevo modelo de escuela se prolongará cada vez más la enseñanza obligatoria (ahora acaba a los 16 años) y combinará los contenidos básicos (matématicas, lengua, etcétera) con los nuevos lenguajes, según el secretario general de Educación, Roberto Mur. Y estará marcada por el descenso de la natalidad. Los consultados no creen que el número de alumnos por clase baje más allá de los 20, pero sí vaticinan un posible cierre de colegios. Estos últimos tendrán que acercarse más al mercado laboral, subraya San Martí. Y ese mercado ya no será español, sino europeo, mundial, lo que exigirá un esfuerzo básico inicial: la enseñanza de idiomas.

Los padres tendrán un papel fundamental. Muchos niños serán hijos únicos -las españolas en edad fértil tienen 1,07 hijos de media, según el Instituto Nacional de Estadística-, por lo que pueden estar sobreprotegidos. El presidente de la asociación de padres laica CEAPA, Carlos Ladrón de Guevara, descarta que eso vaya a ocurrir y cree que se logrará el equilibrio de respetar la autonomía de los hijos.

La tecnología es un reto "también para las familias", en palabras del presidente de la asociación de padres católicos Concapa, Agustín Dosil. Y para la sociedad. "No queremos que la nueva realidad divida a nuestros niños", aseguró Bill Gates hace unos meses. Y le da la razón la comunidad educativa española, para quien la igualdad de oportunidades es tan importante como el cambio que se avecina.

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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