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Una propuesta a la Academia

La Real Academia Española ha despedido el siglo con la vuelta a una imagen que la incorporación, en los últimos tiempos, de gente perteneciente a este planeta permitía abrigar esperanzas de superar. La Real, que se dedica a la digna tarea de las empleadas de hogar (limpiar, fijar y dar esplendor) se había enquistado desde el franquismo en el lado malo de su ocupación, es decir, en una suerte de vida pequeña y cerrada llena de chinchorrerías domésticas y nadie la tomaba muy en serio, salvo un sector que la consideraba algo así como el recinto de una pretendida aristocracia intelectual.Como el lector sabrá esta Institución ha decidido rechazar la candidatura al sillón E de José Manuel Caballero Bonald, poeta y novelista de probada honorabilidad y dignidad y una de las cabezas de la cada vez más importante Generación de los 50, y a quien este país debe un empleo vivo de la lengua. Por graciosa coincidencia, fue secretario durante años del seminario de lexicografía de la Academia con Rafael Lapesa. Pero no ha sido un rechazo cualquiera sino expreso, específico. Era candidato único, presentado y apadrinado, como es costumbre, por tres académicos. Es, por tanto, un rechazo que significa con claridad: no le queremos a usted aquí.

Cabe aceptar, sin duda, que la Academia no es un bloque monolítico sino una suma de personas y que cada una de ellas tiene sus manías, su temperamento y sus opiniones; de hecho yo siempre lo creí así, pero las declaraciones de Lázaro Carreter -ilustre anterior Director de la casa- me han dejado perplejo. Ante el estupor producido en el público no académico por la decisión de una mayoría suficiente de los miembros de la Academia para rechazar la candidatura -candidatura única, insisto- de Caballero Bonald, Fernando Lázaro ha dicho: "La Academia ha hablado. No tengo nada más que decir"; lo cual me permite suponer razonablemente, habida cuenta de su indudable autoridad, que la Academia se pronuncia en bloque, sea cual sea el resultado de las votaciones.

Hasta ahora, el sistema de la Academia de ir apartando candidatos non gratos era el de escudarse en un sistema de dúos o ternas de los que había que elegir sólo a uno; el sistema servía para poner a todo aspirante en su sitio, que se supiera quien mandaba y, además, para escudarse en otros a la hora de apartar a alguno. Por lo mismo, se suponía que la candidatura única era irrechazable, no porque no se pudiera rechazar sino porque, como estas cosas no suceden por casualidad, a nadie que llega en esa condición se le hace un feo. Es un asunto de educación, primero, y de la propia dignidad de la Institución, después. Los candidatos son propuestos por académicos, la propuesta se debate en el seno de la Institución y, aunque su presentación no garantice su elección, todos sabemos lo que significa una candidatura única.

¿Por qué la Academia ha decidido que Caballero Bonald no tiene autoridad ni conocimiento suficiente como para pertenecer a ella?. Pues sólo se me ocurren dos posibilidades: O bien la carcundia y la desidia son mayoritarias o bien hay quien puede dictar órdenes que son obedecidas. Ninguno de los dos supuestos es muy alentador para la Institución, la verdad. El tercer supuesto -el inmerecimiento- se desmorona por el peso de la obra de Caballero Bonald.

Por eso, para salir de dudas, hago una propuesta a la Academia: que las votaciones no sean secretas. Entre el sistema de dúos y ternas y el secreto de la votación, la impunidad de cualquier maniobra está asegurada. Como cotestación a la declaración de Lázaro Carreter, yo diría: Pues bien, que no hable la Academia, que hablen los académicos. ¿Habrían puesto su nombre al frente del rechazo al candidato los que lo rechazaron?. Porque lo ocurrido señala a la Academia, no a los autores del desaire. Esa impunidad me parece, a más de perniciosa, cobarde. La Academia, por su propia dignidad, debería defenderse de ella. La limpieza, fijeza y esplendor bien entendidos empiezan por uno mismo.

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