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Tribuna
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Persona grata

Uno no sabe si en el ánimo del jurado que ha concedido el Premio Cervantes a Jorge Edwards ha pesado el notorio anticastrismo del escritor, cifrado en un libro que ha sido tan simbólico como Persona non grata, donde dejó constancia de su difícil experiencia como diplomático en la Cuba del socialismo real. Los enterados manejaban, desde luego, el nombre del escritor. Pero las apariencias pueden ser engañosas, como ya ha ocurrido alguna vez en la historia de este premio.En todo caso, el hecho es que el autor galardonado fue también amigo personal de Pablo Neruda, a quien dedicó una apasionada biografía (Adiós, poeta) y en cuya fundación ha ejercido responsabilidades centrales. Edwards es, en definitiva -importa subrayarlo-, un liberal templado, cuya oposición a la dictadura pinochetista ha sido notoria, y que encarna bien el papel del diplomático latinoamericano doblado de escritor, o a la inversa, que ha dado figuras tan notables -y dispares- como Rubén Darío, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Gabriela Mistral y hasta el mismo Pablo Neruda, aunque el escritor es diplomático de carrera. Es el primer autor chileno que obtiene el Cervantes: en esto ha tenido más suerte que su ya desaparecido compatriota José Donoso.

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Al contrario que a este último, el experimentalismo no ha tentado a Edwards como narrador: lo suyo ha sido, más que nada, la prosa elegante, elaborada, matizada, irónica, incluso a veces de abierta comicidad. Cuenta en su haber con varias novelas, de las que acaso la más conocida sea El museo de cera (hay edición española en Tusquets, que ha publicado diversas obras suyas), donde toca un tema que le es especialmente grato: la decadencia de una clase social, la oligarquía chilena, medio que el escritor conoce bien, resumida en la extravagante figura del supuesto marqués de Villa Rica. La materia chilena ha sido permanente cantera del narrador. En este sentido conviene llamar la atención de modo especial sobre sus cuentos. El autor ha dado a la luz varias colecciones, entre ellas, la titulada Fantasmas de carne y hueso (también en Tusquets), donde se abordan, entre otros asuntos, el de la iniciación erótica en un medio hostil, represivo, y emerge también el dolor chileno de los tiempos impíos. Me importa destacar, sobre todo, una pieza por lo que tiene de paradigma. Se titula El amigo Juan y en ella se enlaza el escenario parisién, recurrente en Edwards, con el chileno. El tema erótico se eleva aquí a la categoría de mito al dibujarse el encuentro del protagonista maduro con una niña pobre de los extrarradios de Santiago, una especie de Lolita al revés, que ilumina de súbito, para borrarse enseguida, la vida del protagonista. El indirecto retrato social, de sordidez magistralmente transmitida, y la aureola mítica -revelación de la inocencia- de la niña hacen de éste un excelente y muy significativo relato.

En determinado momento del libro el narrador protagonista se interroga con tono de réquiem, que es definidor por extensión de la conciencia crítica que nutre casi todo ese conjunto narrativo: "¿Qué nos ha pasado a todos nosotros?". Y añade: "Preguntas retóricas, inútiles". El comentario no pasa de ser una atenuación de calado evidente y explica un poco el alcance de toda la obra de Edwards.

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