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Tribuna
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Entre lo académico y cultural

Juan José Tamayo

Las religiones son uno de los caudales culturales más preciados de la humanidad y una fuente de sabiduría. En ellas se encuentran depositadas algunas de las grandes preguntas sobre el origen y el futuro del universo, el destino de la historia y el sentido o sinsentido de la existencia humana. A su vez, constituyen otros tantos intentos de respuesta a dichas preguntas. Han hecho importantes aportaciones a la cultura de los pueblos, y en muchos casos han contribuido sobremanera al desarrollo del pensamiento humano. En no pocas tradiciones culturales, filosofía y religión están estrechamente unidas. Además, las religiones contienen principios éticos fundamentales en favor de la paz, de la justicia, de la igualdad de los seres humanos y de la defensa de la naturaleza. Proponen, en fin, vías de salvación, tanto inmanente como trascendente, que iluminan el camino de la humanidad hacia su plena realización.Pero no es oro todo lo que reluce. Las religiones han operado, con frecuencia, como fuente de fanatismo e intolerancia y como factor de violencia, dando lugar a guerras religiosas; han avanzado por caminos contrarios a la razón fomentando actitudes supersticiosas, y han impuesto sistemas de creencias por medio de la coacción. Lejos de fomentar el sentido crítico, han destacado por su conformismo. Todo esto lo ha puesto de manifiesto la crítica moderna de la religión. Remedando el título del libro de Adorno y Horkheimer, bien puede hablarse de la "dialéctica de las religiones".

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España es un buen ejemplo del cruce de culturas y de encuentros y desencuentros de religiones. La identidad de los pueblos que lo conforman, sus estructuras sociales, económicas y políticas, y su legado cultural acusan la marca de los sistemas religiosos que han convivido pacíficamente unas veces y de forma conflictiva otras. Y, sin embargo, durante siglos, las religiones han estado ausentes del entorno académico. Sólo el catolicismo, convertido en religión oficial del Estado -nacionalcatolicismo-, gozaba del don de la ubicuidad y tenía trato de favor en la escuela más por vía de adoctrinamiento catequético que de estudio científico. Era precisamente en la escuela donde empezaban a gestarse las actitudes católicofundamentalistas, que desembocaban en exclusión del resto de las religiones.

Hoy nos encontramos en un nuevo escenario, caracterizado por la laicidad del Estado, el pluralismo sociocultural y religioso y el diálogo entre las distintas religiones y culturas. Ello exige revisar la propia Constitución, que, a mi juicio, mantiene restos de confensionalidad católica indirecta o, si se prefiere, encubierta, en el artículo 16.3, donde se empieza afirmando que "ninguna confesión (religiosa) tendrá carácter estatal" para, a renglón seguido, concluir, de manera poco coherente, que "los poderes públicos... mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones religiosas".

Deberá revisarse, asimismo, la legislación sobre la enseñanza religiosa escolar que conserva elementos confesionales procedentes del artículo citado de la Constitución y de los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado español. Creo que el estudio de las religiones, de todas las religiones, y muy especialmente de las que han configurado nuestra cultura, debe formar parte del currículo escolar y ser cursado por todos los alumnos. Ningún estudiante puede ser privado del conocimiento de dicho caudal. Ahora bien, dicho estudio ha de hacerse no apologéticamente, sino con sentido crítico, con rigor científico, es decir, desde las distintas disciplinas que se ocupan del fenómeno religioso: etnohistoria, antropología cultural, filosofía de la religión, fenomenología de la religión, sociología de la religión, psicología de la religión, historia de las religiones, teología, etcétera. Con la pedagogía adecuada, ¡claro está! Esas enseñanzas deben ser impartidas por profesores/as con titulación universitaria. El acceso a la docencia no puede tener lugar por designación de las autoridades religiosas, sino que ha de seguir los mismos cauces que el resto de los profesores del claustro. Habrá de someterse, además, a los procesos evaluativos normales, como corresponde a una asignatura del currículo académico.

La adopción de esta modalidad en el sistema educativo español supondría un paso importante en la laicidad de la institución escolar, contribuiría a superar la ignorancia enciclopédica en materia religiosa y pondría las bases para la multiculturalidad y el diálogo interreligioso en un país tan aferrado a las "tradiciones" y tan dado a las cruzadas. Y quizá lo más importante desde el punto de vista cultural: las religiones saldrían del ámbito de la insignificancia intelectual en que fueron colocadas por determinadas corrientes ilustradas y adquirirían la relevancia académica que les corresponde en el campo de los saberes.

Juan José Tamayo es teólogo.

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