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El comercio es inseparable de la política

Los enormes desacuerdos y controversias internacionales que amenazan con bloquear la Ronda Milenio de negociaciones mundiales sobre comercio que acaba de comenzar en Seattle han establecido ya un punto importante: no se puede tratar el comercio como si fuera una mera cuestión económica.En los países industrializados predomina la suposición de que las cuestiones de comercio deberían abordarse aisladas de los contextos político y social. Esta idea ha recibido un golpe del que nunca se recuperará.

Por una parte están los sindicatos y los grupos de derechos humanos, ecologistas, analistas políticos y economistas disidentes, que insisten en que hay que prestar atención al daño que la expansión del comercio ha hecho a las normas laborales, a la calidad de vida en determinados sectores tanto de países desarrollados como de países en desarrollo, a la ecología natural y a la base de recursos, y a la estabilidad social y política.

Por otra, están la mayoría de los gobiernos del mundo desarrollado, de los organismos económicos internacionales y de los bancos y empresas internacionales, que hacen hincapié en el crecimiento económico, la multiplicación de las oportunidades y la prosperidad sectorial que, en los últimos años, ha provocado la liberalización del comercio. Han insistido sobre todo en que el mercado no puede funcionar con eficacia plena ni producir el mayor beneficio para todos si se permite que factores ajenos a los puramente económicos influyan en los intercambios del mercado.

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Su argumento, el ortodoxo, se basa en la interpretación académica sobre cómo funciona la economía real. Es una proposición teórica defendible, pero nada más, ya que ninguna economía real ni mercado actual, pasado o futuro, están libres de las distorsiones impuestas por la política, la sociedad y la vida en sí.

Aquellos que han utilizado este argumento, lo hacen en realidad para provocar polémica. Tomemos la agricultura, el principal tema de desacuerdo internacional:

Estados Unidos ataca a Europa por ayudar a los precios, subvencionar la exportación y por compensar a los agricultores que reducen la producción. Los europeos replican que Estados Unidos subvenciona las exportaciones agrícolas, da ayudas de emergencia a los agricultores (en especial por la "emergencia" que supone perder cuota de mercado) y apoya o ha apoyado muchas exportaciones permitiendo que el pago de las mismas se realice a filiales de empresas de Estados Unidos situadas en paraísos fiscales extranjeros.

Ninguno de los bandos intenta realmente restablecer (o establecer) un mercado no distorsionado. Ambos quieren proscribir los métodos utilizados por el otro para apoyar a sus exportadores, y mantener aquellos que obran en su propio beneficio.

Los europeos afirman defender una agricultura multifuncional. Los 15 miembros de la UE dicen que su agricultura respeta al consumidor, a los animales y al medio ambiente. Afirman que su principal preocupación es la seguridad de los alimentos. Esta cuestión ha enfrentado a los británicos contra franceses y alemanes con motivo de la carne de vacuno británica. Justifica el boicot de la Unión Europea a la carne de vacuno estadounidense, alimentada con hormonas, y a las exportaciones de grano y soja genéticamente modificados.

La alegación europea inspiraría más respeto si su agricultura fuese tan segura como quieren sus defensores que sean las importaciones. Los investigadores han descubierto en repetidas ocasiones la existenciade piensos para ganado y aves compuestos de ingredientes molestos y a menudo ilegales.

En los últimos años, las tiendas y supermercados europeos se han ido llenando cada vez más de verduras y frutas burdas e insípidas que, si no están genéticamente modificadas, sólo podrían mejorarse modificándolas.

Tanto Europa Occidental como América del Norte pasaron hace tiempo a una agricultura industrial de gran producción, que satura sus mercados y lucha por aumentar la cuota de mercados extranjeros. De eso tratan las guerras agrícolas. Las explotaciones familiares, la agricultura artesanal y orgánica, han sido marginadas, y la tradicional agricultura de subsistencia de los países en desarrollo se ha visto socavada.

La "mundialización" atañe a algo más que al comercio. En la práctica, la liberalización se ha referido más a las transacciones financieras que al comercio de mercancías. El valor total de derivados financieros durante 1997 ascendió a 12 veces el valor de toda la economía mundial.

Antes de la globalización, el comercio consistía abrumadoramente en bienes y mercancías. Ahora, el comercio de esas cosas, que es lo que la gente utiliza realmente en su vida, se queda pequeño al lado del mercado financiero internacional, buena parte del cuál es especulativo (aunque también tiene sus usos).

Todo esto es eminentemente político. Durante los últimos años, la liberalización de los intercambios financieros y los flujos especulativos de inversiones, junto con las prácticas abusivas de sociedades anónimas no controladas, han hecho que las economías prosperasen y se hundiesen, han arruinado divisas, puesto de rodillas a las economías asiáticas, atacado la agricultura tradicional y las industrias artesanales, desestabilizado gobiernos y provocado violencia y convulsiones sociales, al mismo tiempo que beneficiaban a las economías desarrolladas y a ciertos sectores de los países en vías de desarrollo.

Todo ello se ha hecho en nombre de una vida mejor para todos, pero los beneficios han ido a parar fundamentalmente a los países desarrollados.

La controversia provocada a raíz de la Ronda del Milenio ha demostrado que, en estas negociaciones, deben tomarse en cuenta los factores no comerciales. Que son inseparables de las cuestiones económicas. Prestarles atención es prestar atención a la realidad. Si no, la realidad se vengará.

William Pfaff es experto estadounidense en política internacional.

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