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¿Un pitillito? No, gracias

Andrés Ortega

La Comisión Europea acaba de proponer una directiva sobre límites más estrechos en los contenidos en alquitrán y nicotina de los cigarrillos, otras normas e incluso la forma en que en los paquetes debe figurar: "Fumar mata". Al presentarla la pasada semana, el comisario David Byrne, encargado de la cartera de Consumo y Salud del Consumidor, declaró su "interés por proteger lo máximo a la gente contra los efectos perjudiciales del fumar". Las mejores intenciones animan esta propuesta, en la que se viene trabajando desde 1996 y para la que se han realizado consultas al Parlamento y al Consejo de Ministros. Y que, además, está en consonancia con la preservación del mercado único y la armonización de los productos. Eso es lo malo.Pues, ¿realmente tiene que ocuparse de eso la Comisión Europea? El comisario Byrne quiere proteger a todos, es de suponer que a fumadores y no fumadores. ¿Quiere proteger a los ciudadanos europeos de todo, del vino, que en exceso también puede matar, o de la adicción al juego? ¿No es esta propuesta sobre el tabaco un despropósito, de un exceso de integración, que ataca al corazón mismo de ese concepto cada vez más básico que es la subsidiariedad? ¿Se va a meter la UE en todo? Es el truco de la absorción de áreas contiguas, contra el que avisara Joseph Weiler como método para que la UE vaya ganando competencia y entrando en terrenos no previstos. Incluso con la connivencia de los ministros nacionales, como se acaba también de ver. Pues, ¿debe la UE prohibir las máquinas expendedoras de tabaco, como éstos parecen pretender? ¿Acaso no lo pueden hacer los Gobiernos nacionales o locales por sí solos? ¿O buscan, a su vez, en el marco comunitario, en la UE, una imagen de marca, una franquicia, una excusa -que les libra de luchar contra otros ministerios y del control de sus parlamentos- para decisiones que, si acaso, deberían tomar nacionalmente?

Falta un gran debate sobre a qué se tiene que dedicar la UE y a qué no. Es un debate que debería llevarse a cabo antes incluso de la próxima Conferencia Intergubernamental, que va a convocar el próximo Consejo Europeo de Helsinki para reformar las instituciones y preparar la UE para la ampliación, si predominara la sensata idea de que antes de reformar las instituiciones hay que tener claro para qué se quieren utilizar. Pues, en ausencia de esa visión esencialmente política, de poco sirve hablar si esto o aquello se ha de aprobar por mayoría o por unanimidad, menos aún cuando en los Consejos de la UE se vota muy poco (aunque, claro está, no es lo mismo decidir bajo la amenaza de un veto que de lograr una mayoría).

La subsidiariedad es el reparto de competencias entre los distintos niveles políticos, del global al personal, pasando por el europeo, el nacional, el regional, el local y otros. Un debate que ha de ser permanente y que ha de recuperar un sentido que tenía esta palabreja en su origen vaticano (1931, Encíclica Quadragesimo anno, y posteriormente en el Concilio Vaticano II) no sólo de autonomía, sino también de ayuda al nivel inferior, de solidaridad. Según los propios tratados, la UE intervendrá "sólo en la medida en que los objetivos de la acción pretendida no puedan ser alcanzados de manera suficiente por los Estados miembros", sino mejor por la propia Unión. Es decir, que la UE tiene que aportar un valor añadido. En el caso del tabaco, cuya producción subvenciona la UE a través de una Política Agrícola Común que habría de ser profundamente revisada, la respuesta parece negativa. Es más, se corre el riesgo de que, por falta de visión y de liderazgo político, la UE se dedique a hacer lo que no tiene que hacer y pierda fuerza y autoridad para hacer lo que tiene que hacer. Que es mucho. Y poco tiene que ver con los pitillitos. Lo dice un no fumador, que cree que Europa ha de ir hacia delante y no hacia un lado.

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