Negro Llidó
ROSA SOLBES
Pantalla en oscuro: una voz cascada reconociendo que debería dejar de fumar. Hace 25 años, pero la magia del vídeo los bota en un suspiro. Magdalena, ya mayor, comunica por teléfono la buena nueva que, para los amigos de Chile, supone la llegada del joven Andreu en persecución de las huellas de Antoni: "¡Vino el sobrino del chico Toño...!".
Xàbia. Alfons Llorenç entrevista en la Aitana de antes del color a una familia de luto. Hace 20 años. Los pueblos de El Comptat, hoy, siguen sin aceptar lo que pasó con aquel párroco marchoso y trabajador. Don Antonio, que tanto bien les hizo con la ahora llamada pedagogía del compromiso, título de mesa redonda que un campesino interpreta a su modo: "La vertadera revolució és la capacitació, per a no fer les coses a trompades".
En Quillota i La Calera, lugares de miseria y latifundios quedó su otra gran familia. Ante el objetivo de Andreu Zurriaga Llidó, alguien dice con serenidad y firmeza: "El derecho y la dignidad de la gente sencilla estaban siendo permanentemente pisoteados. Es que la injusticia social es un producto típico de Chile que se exporta muy bien al mundo entero".
Magdalena señala el árbol bajo el cual se sentaba a charlar con sus amigos, y a comer cebolla y tomate sin aceite ni sal. Conocemos también el lugar donde organizaba colonias con niños que sin él jamás hubieran jugado, ni comido, ni leído. "No le interesaba cambiar la Iglesia, sino el mundo. Antonio era un sujeto tremendamente peligroso".
La prensa momia dio la noticia de que un "ex cura" había sido castigado por la jerarquía eclesiástica, pero no de que los pueblos se manifestaron por él. Y luego vino el golpe, y la huída bosque a través hasta una cabaña, el disfraz, y el autobús... Valparaíso, Santiago, y el centro de tortura donde por mis principios jamás delató a nadie, y en el que aún tenía ánimos para expresar reflexiones teológicas. Lo cuenta José Domingo, que como los electrochoques le daban tanta sed, había que mojarle la boca con un pañuelo inmundo empapado con la condensación de su propio sudor, llovido del techo del armario que les servía de celda. "¡Pobre negro chico!" (Magdalena).
Héctor García y Júlia Ribes son testigos: en Quatretonda y Balones había más estudiantes de bachiller y universidad que en ningún otro pueblo, no por casualidad. Carles Solà, hoy rector en Barcelona, atestigua. Antoni Llidó estaba convencido de que la investigación y la cultura que emanan de la universidad han de ponerse al servicio de la justicia y de la solidaridad entre las personas y los pueblos.
"No me quedan lágrimas", confiesa Magdalena en un documental escalofriante llamado Queridos todos, aunque las cartas, y mucho más, están en Tàndem de la Memoria, que Rosa Serrano ha editado y presentado no sólo con profesión, sino también con pasión.
"No nos quedemos con el dolor". Jorge Romero, profesor de secundaria en Chile, volvería a vivir aquellos tres años, un episodio "en que nos hicimos profundamente humanos".
Uno entre miles. Pero también símbolo y bandera. El negro Toño está bastante menos desaparecido que la Democracia Cristiana y el obispo de Valparaíso que debieron ayudarle y salvarle, en lugar de ponerse del lado del fascismo.
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