José Saramago cree que los traductores deberían cobrar derechos de autor
Clausura de las jornadas sobre el Premio Nobel
El impulso renovador y creativo surgido de la convivencia entre árabes, judios y cristianos en la Escuela de Traductores de Toledo, durante los siglos XII y XIII, impregnó las jornadas Saramago y sus traductores, que han unido por primera vez a varios traductores del Nobel de 1998 para debatir sobre la callada labor de aquellos que universalizan las letras. Un trabajo "mal considerado y peor pagado, por el que se deberían cobrar derechos", dijo Saramago.
La conciencia de habitar durante dos días en la Escuela de Traductores de Toledo, foco cultural intenso y sobre todo plataforma de intercambio de lenguas y conocimientos, hizo aflorar en el escritor José Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922) su espíritu crítico. El escritor reclamó más reconocimiento para los traductores en la clausura ayer de las jornadas Saramago y sus traductores, celebradas entre los días 8 y 9.En presencia de varios de sus traductores, Basilio Losada (castellano); Midara Caragea (rumano), Dejan Stankovic (serbio); Gabriel Sampol (catalán); una de sus traductoras al inglés, Amanda Hopkinson, y el revisor en ese idioma, Juan Carlos Sager, el autor de El año de la muerte de Ricardo Reis, que tuvo que traducir durante unos años para poder vivir, subrayó que la complejidad del trabajo de traductor está infravalorada. "Sin los traductores, los escritores no somos casi nada", manifestó Saramago tras dedicar un sentido elogio a Giovani Pontiero, su traductor al inglés fallecido en 1997. "A veces trabajan con unos plazos impuestos por el editor, a lo que no hay derecho, porque su labor es una aventura lenta en la búsqueda de las palabras, y lo mismo que existen los derechos de autor debería existir los derechos de traducción, porque ellos son los autores de sus textos", añadió Saramago.
Errores y vicios
Para el escritor portugués afincado en España, de la misma forma que existe una crítica literaria debería existir por norma una crítica de traducción; él distingue entre dos tipos de traductores: los que no tienen dudas (de los que desconfía) y los que dudan, que le enseñan a comprenderse mejor.Los traductores de Saramago destacaron su compleja sintáxis y el sentido oral e histórico de su literatura, y coincidieron en afirmar que su trabajo precisa de cierta temeridad para acertar con el ritmo y el sentido de los textos. El traductor al catalán, Gabriel Sampol, añadió que también de cierto masoquismo: "A menudo se habla de la traición como del auténtico vicio del traductor. Para mí, es el masoquismo, al que tampoco podemos renunciar". Porque más vale cometer una infidelidad leve con el texto que hacer tropezar al lector, una máxima de la traducción.
Y una paradoja: cuanto más parecido existe entre el idioma original y el traducido más fácil resulta incurrir en el error. "Si los dos idiomas se parecen, uno resbala sobre el texto y no localiza una preposición que cambia el sentido de la frase, y como Saramago tiene una sintaxis ramificada y barroca, con un uso del verbo lejos de la preposición y con continuas oraciones subordinadas, exige vigilar constantemente la sintaxis castellana. Esto no me pasa con el alemán, que al ser muy diferente me obliga a releer varias veces el texto", indicó Basilio Losada, traductor de Saramago al castellano.
Para Losada, el libro más complejo que ha traducido de Saramago desde el punto de vista técnico es Memorial del convento, y como inmersión literaria, Ensayo sobre la ceguera.
Amanda Hopkinson, traductora al inglés de Viaje a Portugal, indicó que ese idioma y el portugués se acoplan bien, porque el litoral (Portugal) y la isla (Reino Unido) participan del mismo imaginario colectivo, empapado de ironía y de cierto carácter depresivo y melancólico.
El Premio Nobel afirmó que traductores y escritores conforman una especie de comunidad, que a veces él llama la tribu de la sensibilidad ("y que la sociedad no paga", lamentó) de la que hay que sentirse orgullosos. "Ése es nuestro reino, la sensibilidad es lo mejor que uno puede tener", concluyó.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.