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Tribuna
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Un premio también para las víctimas

Ramón Lobo

En un mundo en el que los Gobiernos han privatizado su responsabilidad en el socorro de las víctimas, ninguno de ellos podía aspirar al premio. No se lo merecen. Jamás podrán presumir de defender la paz quienes fabrican minas antipersona o armas ligeras (causantes del 90% de los muertos en el Tercer Mundo), azuzan los rescoldos tribales o nacionales en beneficio propio, o exprimen a los países más pobres en un mar de deudas llamadas externas.Son las ONG, con sus defectos y sus virtudes, las que han tomado el relevo. Éste es un premio al movimiento humanitario y a sus gentes. Ha sido a Médicos sin Fronteras (MSF) por tratarse de una de las pioneras: el francés Bernard Kouchner la soñó junto a un grupo de amigos durante la guerra de Biafra. Desde entonces, MSF ha vivido todas las guerras del último cuarto de siglo; miles de voluntarios sobre el terreno: Afganistán, Bosnia, Kosovo, Ruanda, Nigeria, Sudán, Zaire o Sierra Leona. Siempre al lado de la víctima, sin importarle su color, apellido o delito. Desde hace unos años, MSF y otras ONG de prestigio (Intermón, Amnistía Internacional) han compaginado la emergencia médica (su especialidad) con campañas informativas globales para atacar las causas de los conflictos. De ahí surgió la prohibición de las minas antipersona. Ahora, luchan por regular el mercado de las armas ligeras, ese gran negocio secreto. Otras ONG, vinculadas a la Iglesia (como Cáritas), exigen el perdón de la deuda del Tercer Mundo. Sin causas, no hay efectos, dicen.

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MSF, con sus defectos y sus virtudes, es una ONG de referencia. En un mundo en el que se privatiza hasta la culpa, miles de organizaciones han brotado sumándose a la moda: son 16.000. Las hay buenas, regulares y malas. El deber de las primeras es señalar a las últimas; evitar que el dinero se pierda por los desagües del amateurismo o de la mala fe. No cabe esperar a que el mercado decida cuáles son la mejores.

Unas ONG viven en un periodo de infancia; otras han comenzado a madurar, como MSF, y son capaces de alcanzar acuerdos con otras organizaciones para proyectos globales: viviendas, agua potable, educación, medicina. ¿Qué sentido tiene competir por una cuota en el mercado del dolor? En Nigeria, por ejemplo, MFS sostiene un proyecto de alerta temprana sobre enfermedades infecciosas para detectar un brote y actuar de inmediato. La prevención salva vidas. MSF ha pasado de la emergencia pura (la cirugía actúa cuando fracasa la medicina) a la prevención y a las campañas de concienciación.

MSF (la ONG que más se reúne del mundo, según se quejan sus propios integrantes) sólo tiene un defecto: su obsesión por la denuncia. A veces, como en Kosovo, aciertan: ¿puede la OTAN bombardear y montar campamentos de refugiados a la vez? U otras, como en Zaire, yerran: denunciar los crímenes de Kabila sin haber señalado antes los de Mobutu durante 32 años, resulta extraño. O en Ruanda, en 1996, cuando una palabra de más ponía en peligro la misión. Es necesario cooperar, pasar la información a las ONG de denuncia, como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, aunque reste protagonismo. No existe la ONG global, capaz de tocar todos los instrumentos. A la desidia de los Gobiernos y la respuesta timorata y tardía de las agencias de la ONU hay que enfrentar un mundo de ONG diversificadas y profesionales. Para ello se necesita talento y generosidad, y no olvidar jamás que el verdadero protagonista del movimiento humanitario es las víctimas. A ellas también les han dado el Nobel de la Paz.

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