Médicos sin Fronteras recibe el Nobel de la Paz por su trabajo humanitario "profesional"
La organización critica la política de investigación de los laboratorios farmacéuticos
Una explosión de júbilo y algunas lágrimas de emoción saludaron ayer en la sede de Médicos sin Fronteras de la capital francesa la noticia procedente de Oslo que anunció que el Premio Nobel de la Paz ha recaído este año en esa organización no gubernamental. Contra lo que adelantaban los rumores de días precedentes, que, entre los 136 candidatos, adjudicaban el galardón a los disidentes chinos exiliados Wang Dan y Wei Jingsheng, el Comité del Nobel optó por Médicos Sin Fronteras por su trabajo humanitario "profesional", "eficaz" e "independiente", desempeñado a lo largo de 28 años, y por su contribución a generar un rechazo social a las violaciones de derechos humanos y a los abusos de poder.
De acuerdo con las explicaciones del comité noruego, el premio se sustenta no sólo en la asistencia médica que los miembros de la organización internacional han dado desinteresadamente a las poblaciones de más de 80 países, sino también en la denuncia de las causas que hacen de la población civil la víctima primera de la violencia y la brutalidad. "Al señalar las causas de las catástrofes humanas, Médicos sin Fronteras contribuye a formar corrientes de opinión opuestas a las violaciones de los derechos y a los abusos del poder", proclamó ayer el Comité del Nobel de la Paz al adjudicar el galardón.También se elogian los principios que inspiran a los premiados de que "los límites nacionales o las circunstancias y simpatías políticas no deben influir en la elección de los destinatarios de la ayuda humanitaria". "Al mantener una independencia total, la organización ha conseguido cumplir estos ideales".
La alusión a la denuncia practicada regularmente por Médicos sin Fronteras resulta doblemente significativa porque consagra el reconocimiento internacional a la política de injerencia humanitaria reclamada hace ya 30 años por el hoy administrador de la ONU en Kosovo, Bernard Kouchner y el resto de los fundadores de la organización.
Precisamente, lo que un grupo de jóvenes médicos franceses descubrieron en 1971, en Biafra, ante el genocidio del millón de muertos, es que su trabajo entusiasta era como ponerle tiritas al moribundo. Aquella experiencia lamentable les llevó a separarse de una Cruz Roja internacional demasiado sujeta, a su juicio, a las políticas gubernamentales.
Kouchner, Xavier Emmanuelli y el resto del grupo creó el 21 de diciembre de 1971 esta organización internacional que dispone hoy de unos 10.000 voluntarios -2.000 se incorporan anualmente para trabajar durante períodos de meses- y está presente en unos 80 países.
"No estamos muy convencidos de que la palabra salve, pero sí sabemos que el silencio mata", indicó ayer Philippe Biberson, el presidente de Médicos sin Fronteras de Francia, país que sigue teniendo un gran protagonismo en esa organización no gubernamental. "Es una recompensa, desde luego, pero también un desafío que nos compromete todavía más en la lucha", añadió.
Además de tratar de responder a las situaciones de emergencia, como en Kosovo recientemente, Médicos sin Fronteras trata de asentar las bases de la asistencia médica, rehabilitando hospitales y dispensarios, instalando unidades de intervención para los casos más graves y aplicando programas de vacunación. Dispone de un presupuesto de 433 millones de francos (10.825 millones de pesetas) que en su mayor parte, el 77%, procede de las donaciones privadas, y el resto, de instituciones internacionales como la ONU o la Unión Europea. De cada 100 francos, 83 se destinan a la asistencia, 12 a la investigación y 5 a los gastos generales.
Otro de los pioneros de Médicos sin Fronteras, el hoy escritor Jean-Christophe Rufin, afirmó que el galardón premia al conjunto de las organizaciones no gubernamentales internacionales en un momento en el que, en su opinión, se encuentran en crisis y en peligro de marginación.
La alegría inmensa por el premio no les impidió ayer denunciar el problema acuciante de la falta de acceso en los países pobres a los medicamentos esenciales. "El panorama que se nos presenta", indicó el doctor Bernard Pécoul, "es que los grupos farmaceúticos no están interesados en la investigación de nuevos medicamentos contra enfermedades de transmisión que matan hasta 17 millones de personas al año, porque no ven un mercado suficiente que les garantice recuperar la inversión".
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