La ópera regresa al Liceo
Los Reyes inauguran la reconstrucción del viejo coliseo lírico de Barcelona, arrasado por las llamas hace cinco años
Fue una noche tensa, cargada de emociones. Sin duda muchos querían verla acabada pronto, para regresar cuanto antes a una normalidad que nunca debió quedar truncada. Hubo que acomodarse a muchos protocolos y medidas de seguridad. Como si de órdenes de la FIFA se tratara para partidos de la máxima rivalidad, los espectadores debían ocupar sus localidades no más tarde de las 19.30, cuando el espectáculo no iba a iniciarse hasta media hora más tarde. La entrada se convirtió de este modo en un auténtico salvoconducto sin el cual era imposible franquear los controles fronterizos.El joven director Bertrand de Billy apareció por fin en el podio. Pero el protagonismo no era aún de la música, sino del simbolismo que ésta encierra. Sonaron los acordes de los himnos de España y Cataluña. Tras ellos, los aplausos. Todavía no eran para los músicos, ni para los cantantes, ni siquiera para el reconstruido Liceo. Eran para la alta representación política que presidía la escena.
Fueron atenuándose las luces y De Billy dio la entrada al poderoso acorde con que se inicia el drama pucciano. Y allí estaba el Liceo. El viejo Liceo.
Esta Turandot no pasará a los anales de la modernidad del teatro. Se escogió este título por sentido de la normalidad: era el que debía suceder en el cartel de la temporada 1993-94 a Mathis der Mahler, la obra que se representaba cuando el teatro ardió. Si lo que se pretendía con esta operación era borrar el recuerdo del exilio que durante casi seis años ha obligado al Liceo a convocar sus recortadas temporadas líricas fuera de la sede de La Rambla, el objetivo se ha alcanzado plenamente. Pero el futuro del teatro no se ha dejado ver todavía.
Turandot es una ópera popular. Desde este punto de vista, la elección no parecía equivocada. Es más, en el capítulo del haber hay que señalar un dato que sí figura ya entre los logros del nuevo Liceo: haber pasado de 7.000 abonados en 1993 a los más de 15.000 de la temporada que comenzó ayer. Se trata de una cifra excepcional, que habrá que ver si se mantiene más allá de la curiosidad que despierta la inauguración. Tanta demanda ha obligado a programar nada menos que 10 funciones de Turandot, con tres repartos distintos.
La gran pregunta que ayer circulaba por el Liceo era si la acústica era la misma o no . Pregunta difícil de contestar cuando a uno le situan en una localidad que no es la que ocupa habitualmente. La impresión primera es que tal vez haya perdido algo de aquel sonido aterciopelado tan caractéristico suyo. Por el contrario, ha ganado en brillantez y claridad. No es en cualquier caso una nueva acústica
a la que cueste acostumbrase, como lo fue en su momento la del auditorio de Barcelona, con respecto al Palau de la Música.
El espectculo gústó. fue muy aplaudido, y a la salida los comentarios eran mayoriatariamente satisfactorios. Cuánto de añadido emotivo hay en esta valoración es algo que muy dificilmente podrá descubrirse con esta Turandot, ni siquiera con las próximas funciones. el reencuentro con el viejo teatro de La Rambla seis años más tarde no facilita nada una visión objetiva de las cosas.
y sin embargoes importante que suene cuanto antes la hora de la normalidad. Hoy mismo conviene ponerse a trabajar sin agobios para que el teatro recupere el puesto que le corresponde en el concierto europeo. Posee los medios para hacerlo y cuenta además con el vigoroso impulso de esta inaguración, que no deja de eser un éxito del que ciudadanos y representantes políticos pueden sentirse legítimamente orgullosos. Pero si es oportuno no olvidar el pasado, para lo bueno y para lo malo, a la vez conviene dirigir la mirada hacia el futuro. Si Turandot nos ha devuelto el teatro que era, el caso Makropoulos, de Janacek, siguiente título programado ha de mostrarnos qué es capaz de hacer el Liceo del siglo que viene.
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