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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Don Fernando

Juan Cruz

La entrada de Fernando Fernán Gómez en el Kursaal de San Sebastián para recibir el premio Donostia fue la ocasión memorable en la que un país representado por un certamen de cine y por un puñado de espectadores le hace justicia al trabajo de un hombre. Todos los que sabían cuánto le costó al actor aceptar este homenaje, como le cuesta aceptar cualquier otro, vieron en sus palabras la satisfacción verdadera ante lo que es ciertamente un agasajo y una gratitud: poca gente como él, desde tantos campos artísticos diferentes, le ha dado tanta dignidad al trabajo y al país, y aunque sea tantas veces un cascarrabias, pocas veces ha emocionado tanto un hombre desde la escena y desde la vida.Por eso, su presencia allá arriba, recogiendo ese premio del cine, era también la de un ciudadano que, como él mismo dijo, a lo mejor no había hecho otra cosa mejor, pero había trabajado mucho.

Impecablemente vestido de inglés limeño, apoyado en un bastón que abandonó antes de pisar la alfombra en la que le esperaba indeciso el director del festival, Diego Galán, Fernando Fernán Gómez sacó del bolsillo un papel que abrió trabajosamente, para leer luego un folio muy bien medido en que eran protagonistas, sobre todo, sus compañeros de profesión. El aplauso del público le emocionó, y eso se vio en la televisión, cuando las cámaras de Canal+ enfocaron sus ojos heridos y perplejos, fijos en algún punto visible del patio de butacas, o acaso fijos tan solo en la larga historia que esa noche le estaban recordando con esa memoria tierna de la que hablaba aquí el mismo jueves Eduardo Haro Tecglen.

Un hombre verdaderamente importante. Cuando le dieron el premio Príncipe de Asturias de las Artes, Fernando Fernán Gómez recibió los parabienes, antes de la ceremonia tradicional en el Teatro Campoamor ovetense, sentado en un sillón, un poco ausente, como si estuviera en otra época. Un hombre se le acercó y, sin poder abundar en más elogio, le dijo: "Don Fernando, usted es un hombre verdaderamente importante". Fernando se levantó levemente del sillón, le dio la mano y regresó a su tiempo.

Cuando habló en San Sebastián, Fernán Gómez citó entre sus gratitudes a sus compañeros y citó también a Diego Galán; los que están al tanto del trabajo que ha hecho este crítico por todo el cine español saben también que la referencia es una manera de subrayar la labor ciertamente ingrata de quien ha tenido que luchar en los peores momentos por salvar un certamen que necesitaba poleas muy fuertes para salir a flote. Ahora, el esplendor del Kursaal, esa espléndida proa que Rafael Moneo le ha dado a San Sebastián como quien le da una nueva ventana a una ciudad, da al festival el brillo adecuado, y a su director se le rodea del reconocimiento merecido, pero han sido muchos años de sudor civil los que están detrás de esta biografía ahora mucho más placentera, y a esos años les hizo justicia Fernán Gómez en su breve parlamento.

Después la gente vio la última película interpretada por Fernán Gómez, La lengua de las mariposas, basada en tres relatos de Manuel Rivas, dirigida por José Luis Cuerda y con guión de Rafael Azcona. A Fernán Gómez le enviaron una vez ese cuento, La lengua de las mariposas, con esta nota: "Si alguna vez este cuento se hace en cine, en la película usted podría ser el director, el maestro e incluso el niño". Finalmente fue sólo el maestro, pero llena de tal manera, con tanta ternura -con tanta memoria tierna-, emoción y verdad la pantalla, que inunda todos los rincones del filme de Cuerda.

¿Un cascarrabias? García Márquez explicó una vez cómo había que acercarse al maestro que uno quiere saludar. Gabo vio de lejos a Hemingway en La Habana, no se atrevió a acercarse y desde la lejanía se conformó gritándole: -¡Maestro!

Y eso es lo que hay que hacer cuando uno ve de lejos a Fernando Fernán Gómez.

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