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47º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

La honda radicalidad de un maestro

Los interminables aplausos del público puesto de pie saludaron ayer la presencia del director Bertrand Tavernier y de la actriz Maria Pitarresi, dos de los responsables de un filme excepcional, Hoy comienza todo, en la sala del Kursaal. Ha sido, hasta el momento, la mayor ovación oída en el festival, y una de las más intensas que este cronista recuerda en Donostia. Y también, de las más justas. Porque, conviene decirlo ya, Hoy comienza todo es no sólo una obra maestra, sino la mejor película jamás realizada por el director francés en su ya larga, furctífera carrera. Y es también, aunque la frase suene a sobada, una película necesaria. Por justa, por honesta, por radical; por recordarnos lo que no funciona en esta Europa nuestra del mercado y el liberalismo económico. Y por insistir, y nunca será demasiado, en que hay que pensar más en qué mundo legaremos a los niños que vienen detrás nuestro, y en qué condiciones de formación los largaremos al mundo.Dice Tavernier que él comenzó a recorrer un camino de búsqueda sin mapas ni brújula en pos de la realidad cuando se puso a escribir lo que fue su portentosa L627, y que ese camino le ha llevado hacia otros rumbos: lo que allí era el día a día de unos policías antidrogas, fue luego, en el documental De l´ autre coté du périph, aún inédito, y que aquí veremos en un par de días dentro del ciclo que el festival dedica a quien este año es el presidente de su jurado, la respuesta en forma de película a una ministra sobre las condiciones de vida de los inmigrantes. Ahora, con Hoy comienza todo, se adentra en la vida de un maestro de escuela (Philippe Torreton, en quien ha encontrado Tavernier la misma extraordinaria complicidad que obtuviera, en el comienzo de su carrera, de Philippe Noiret) en la Francia deprimida del norte, las minas cerradas, los obreros en paro, el aumento de los suicidios.

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Por ahí se mete el gran realizador francés, y su filme es sencillamente modélico. Más radical que Ken Loach, más libre en las formas, menos atado a los mecanismos de los géneros, Tavernier recuerda qué funciona y qué no, en esta Francia de la izquierda plural, qué significa no tener hoy un trabajo, cuál es la escuela en la que abren los ojos a la vida los ciudadanos del futuro.

Límpida en sus formas, la película es la certificación de una mirada enormemente sabia. Honesta, enfadada pero jamás sancionadora; copartícipe del destino de sus criaturas, que no es otro que el de sus contemporáneos. Como Jean Renoir, que es en esto, como en tantas otras cosas, su indiscutible mentor, Tavernier construye un discurso recorrido por una vena humanista profunda y tolerante. Y nosotros, sus espectadores, estamos de enhorabuena.

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