_
_
_
_

París descubre la desconocida faceta del pintor Edgar Degas como fotógrafo

Una exposición reúne en la Biblioteca Nacional las imágenes tomadas por el artista

Edgar Degas (1834-1917) pintó bailarinas, lavanderas, prostitutas y bañistas. Pero además, también fotografió a Valery, Renoir y Mallarmé. Entre 1895 y 1896, con 60 años cumplidos, Degas siente curiosidad por una técnica de captación y reproducción de imágenes que había nacido al mismo tiempo que él. "Por la tarde, hago la digestión y fotografío el crepúsculo", escribía el verano de 1895, desde el Macizo Central. El fruto de su trabajo fotográfico durante ese año se exhibe ahora en París descubriendo una faceta desconocida del pintor y escultor francés.

"Si le invitas a cenar ya sabes a lo que te comprometes: a dos horas de obediencia militar". Así resumía el filósofo Daniel Halévy la breve -un año- pero intensa pasión de Degas por la cámara como instrumento capaz de fabricar imágenes con valor artístico.En París, en la galeria Mansart de la Bibliothèque Nationale de France, hasta el 22 de agosto, es posible contemplar el resultado de ese año de entusiasmo fotográfico de Degas. Las imágenes de paisajes, tomadas en el exterior, propias de la filosofía impresionista a favor de la instantaneidad, son escasas. A Degas le interesaba el retrato, la larga sesión de pose -el poeta Paul Valery habla de "más de 15 minutos de interminable inmovilidad"- y, sobre todo, el claroscuro, el trabajo sobre una luz controlada. En 1895 la agudeza visual del pintor había ya bajado mucho. La ceguera total que iba a conocer diez años después ya estaba en el horizonte del artista. Renoir, Mallarmé, Halévy, los Blanche aparecen en las fotos que ahora se exponen en París. Son retratos hechos con la ayuda de la luz artificial, de petróleo, con un tiempo de exposición largo, de entre dos y tres minutos, que parece ilógico en una época en que ya se ha popularizado el empleo del bromuro de plata y bastaba, si había luz suficiente, con un obturador abierto unas centésimas de segundo para registrar la imagen. Luego, en el momento del revelado, Degas fuerza la luz, busca el contraste, recuadra los personajes, le añade dramatismo al personaje.

A Degas le gusta la técnica antigua, la foto sobre cristal, más pictórica y menos realista, de tal manera que los negativos se asemejan a sus óleos o pasteles, el pequeño movimiento inevitable de los largos tiempos de exposición facilitando el entrecabalgamiento de las tonalidades a la vez que difumina los contornos.

Descomponer imágenes

A la muerte de Degas se descubrió que en su taller permanecían ocultas a la mirada de los curiosos 150 esculturas. Algunas de ellas se han hecho famosas, sobre todo la de la inquietante bailarina de 14 años vestida con un tutú y corpiño satinado. También estaban ahí pequeños bronces de caballos, una serie que correspondía a un estudio riguroso de las fotos de Muybridge descomponiendo en imágenes de casi perfecta continuidad el trote y el galope de un animal.Como otros pintores momento, Degas no descubre la foto -se sabe que las coleccionaba desde mucho antes- y que, desde 1860, algunos clichés le habían ayudado a pintar. Poseía fotos de desnudos - el XIX conoció un importante tráfico de imágenes consideradas pornográficas- y queda dicho que sabía de las experiencias de Muybridge para descomponer el movimiento pero no es hasta 1895 que decide poner el ojo en el objetivo. Lo suyo serán los interiores nocturnos y la búsqueda de una tonalidad pictórica. No es una idea instrumental de la foto aunque para sus bañistas a veces la imagen en blanco y negro si ha jugado una función auxiliar.

Si la foto sirve a menudo para suplir la ausencia física del modelo, en el caso de Degas la fotografía instantánea parece haberle inspirado en otro sentido, en el de la búsqueda de los encuadres y del juego con la luz artificial. Los picados y contrapicados a los que se lanza el pintor corresponden a la mirada entrometida de quien asiste a un ensayo con plena libertad de movimientos, subiéndose a los palcos o sumergiéndose bajo la concha del apuntador, escalando junto a los tramoyistas o esperando en los camerinos junto a las planchadoras.

De alguna manera, tras el fallecimiento de la hermana, Degas parece querer hacer con su mundo y con la cámara lo mismo que hizo con todos sus familiares entre 1872 y 1873, en Nouvelle-Orléans, la ciudad natal de su madre. Entonces, en su visita al derrotado Sur de los Estados Unidos, retrató a todos sus primos, tíos y parientes y, si bien lo hizo con el pincel, también recurrió a los interiores y a la luz artificial para protegerse de un sol poderoso que su frágil vista no soportaba.

Círculo familiar

Esas telas de Carondelet Street son testimonio del fin de una época, del esclavismo ligado a las plantaciones de algodón, mientras que las fotos de París son imágenes de los protagonistas del futuro, incluso las desaparecidas, como el retrato que hizo de Charles Haas, personaje que luego Proust inmortalizaría literariamente al servirse de él como de modelo para Swan en En busca del tiempo perdido.Si Bonnard acabó pintando muy influído por el azar de una cámara que le fascinaba porque era imposible encuadrar con ella, si Vuillard tomaba fotos de sus amigos y le pedía luego a su madre que se las revelase, si Zola compensaba con el objetivo la miopía de sus ojos, si Courbet era un fetichista enamorado de sus fotos de desnudos, Degas se toma en serio la técnica y recurre a profesionales para que efectuen los reencuadres y ampliaciones que él pide.

Durante un año el pintor recurre pues a la cámara para recordar a sus amigos, para hacerlos vivir en el tiempo, para detener el oscurecimiento de su retina. No es el mundo de los hipódromos, del teatro o de los prostíbulos, habitual de sus pinceles y lápices, sino un universo más próximo, que ha de sobrevivirle. En el caso de la escultura su amigo Bartholomé, escultor él mismo, se ocupó de que los bronces escaparan al olvido, hizo restaurar las obras a las que el tiempo había herido y fundir las que esperaban serlo. Las fotografías, perjudicadas por la popularización de la técnica y la convicción de que no eran una obra de arte, han tenido que esperar hasta ahora para que, entre París y Nueva York, fueran dadas a conocer.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_