La película belga "Rosetta", Palma de Oro
Pedro Almodóvar consigue el premio a la mejor dirección por "Todo sobre mi madre"
ENVIADO ESPECIALLa película belga Rosetta, producida, escrita y dirigida por los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, fue proclamada anoche, en la austera ceremonia de clausura de esta edición del Festival de Cannes, como la gran ganadora, al obtener la Palma de Oro, el más célebre y codiciado premio cinematográfico que existe. Hubo alguna perplejidad entre el público del Palacio de La Croisette, pero no se oyó ningún signo de rechazo a esta inesperada pero no injusta decisión, que deja fuera a Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, que obtuvo el premio al mejor director, y a The straight story, de David Lynch, que eran las dos grandes favoritas.
Rosetta es una magnífica película, última que se proyectó en el concurso, por lo que no ha tenido apenas tiempo para alcanzar la respuesta ambiental y crítica que se merece. Es una obra de excepcional radicalidad, abiertamente subversiva, una noble y durísima visión, realizada con aterradora precisión, de la situación en que viven las zonas bajas de la clase obrera belga y, de rebote, europea. De la capital del optimismo eurócrata saltó ayer a la leyenda un pequeño monumento a los desheredados de esta nueva Europa que no puede disimular su ancianidad y su mentira ante el estremecedor personaje que interpreta con prodigiosa verdad la joven debutante Émilie Dequenne, que obtuvo merecidamente el premio a la mejor actriz. Por inesperada y discutible que parezca a algunos esta audaz y comprometida decisión del jurado, hay en ella un fondo innegable de justicia, porque Rosetta es una película totalmente viva, profunda y de gran calado, equiparable a las cinco o seis magistrales obras que hemos visto durante los 12 últimos días. La explosiva verdad de esta humilde película de bajo presupuesto dará mucho que hablar.Cine sórdido
Lo que no es de recibo, y fue ostensiblemente mal recibido por un sector del público, es la concesión del Gran Premio del Jurado, segundo en importancia, al filme francés La humanidad, un ejercicio de cine sórdido hasta los alrededores de la náusea, dirigido por Bruno Dumont. Para agravar la cosa, su protagonista, Emmanuel Schotté, y, ex aequo, su actriz principal, Séverine Caneele, se han llevado los premios de interpretación masculina y femenina. Es una obra notablemente bien hecha, pero repulsiva y tediosa hasta límites insufribles. La mejor definición de ella que se ha oído aquí es que se trata de una maquinaria visual perfecta destinada a disuadir a la gente de que entre en los cines. Muy defendible técnicamente, dotada de un singular ritmo cadencioso, realizada con exactitud mecánica implacable, es un ejercicio de pesimismo esteta sin verdadero calado político y social, que es precisamente lo que derrocha la triunfadora Rosetta y su muchacha protagonista. Nadie puede identificarse con el mundo de tarados que, a lo largo de casi tres horas, nos propone este modelo de cine para consumo de capillas insignificantes.
Pedro Almodóvar se ganó la más larga y alborozada ovación de la noche al recoger su premio a la mejor dirección. Aspiraba a la Palma de Oro, pero se ve que el jurado tenía la nariz metida en otra olla y se olvidó no sólo de Todo sobre mi madre, sino también de The straight story y El viaje de Felicia, maravillosas películas de David Lynch y Atom Egoyan, respectivamente, que se fueron, injustamente, de vacío de un festival al que han contribuido decisivamente a dar vida y debate. Son cineastas a los que probablemente (todo lo indica así) David Cronenberg, presidente del jurado y hasta ahora muy cercano a su cine, no les perdona su repentino cambio de rumbo -en rigor, su evolución- desde la escuela seudoesotérica del marginalismo de lujo, en la que Cronenberg ejerce de profeta, hasta la diafanidad clásica. Dar el premio al mejor guión a Moloch, del ruso Alexandr Sokolov, que es clamorosamente un desarrollo corto y mediocre de una excelente historia, se explica porque está puesto al servicio de un look tenebrista cronenbergiano químicamente puro, lo que es otra metedura de pata que desvela un rincón del disparate, o quizá de la vendetta, que supone excluir de la lista de premiados a Lynch y a Egoyan.
El premio consolador a Manoel de Oliveira estaba cantado. La carta no es una de sus buenas películas y parece hecha demasiado rápidamente y con cierta desgana, pero el gran cineasta portugués acaba de cumplir 90 años y nadie aquí ponía en duda que algún apaño de homenaje se le haría, sobre todo después de que el año pasado su bellísima Inquietud, probablemente su canto de cisne, fuera excluida del concurso y no pudiera sancionar con un premio la excepcional carrera de este gran hombre de cine.
Como de costumbre en un festival que derrocha tiempo y lujo en los capítulos menores, a veces irrelevantes, del desfile en su pasarela, la ceremonia de lectura y entrega de los premios fue veloz, austera y sencilla, en los antípodas de la sobrecargada y morosa entrega de los oscars, de cuya vaciedad los dirigentes del Palacio de La Croisette siempre tienen el prurito de desmarcarse.
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