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Blair crea dos comisiones para el control de los transgénicos

Isabel Ferrer

Poco dispuesto a perder pie en la revolución biotecnológica que se avecina, el Gobierno británico emprendió ayer una campaña oficial de concienciación ciudadana acerca de los beneficios aportados por la modificación genética de alimentos. El lema que la vertebra, "Los productos transgénicos no son intrínsecamente dañinos", es lo bastante amplio como para que Jack Cunningham, una especie de ministro de la presidencia, pudiera anunciar sin contradecirse la creación de dos nuevos organismos oficiales cuyos miembros serán expertos independientes que supervisarán la aplicación de esta tecnología a la alimentación y la medicina. Bautizadas como Comisión para la Genética Humana y Comisión para la Biotecnología de la Agricultura y el Medioambiente, ambas "trabajarán con la vista puesta en el futuro y en estrecha colaboración con los ciudadanos", según el propio ministro laborista. Presentándolos como dos organismos solventes, el Gobierno espera recuperar la confianza del consumidor.Un 92% de los británicos exige que los productos alimentarios transgénicos lleven una etiqueta clara. Mientras no se despejen las dudas acerca de sus efectos sobre la salud y el entorno, prefieren evitarlos. El Gobierno lo sabe, y de ahí que haya convertido una de sus obligaciones, proteger a la población, en la empresa que airea con mayor deleite.

Falta de conclusiones

"Ningún estudio científico ha podido demostrar que los productos transgénicos dañen la salud. No tenemos pruebas de que sean nocivos, pero seguiremos investigando. Del Gobierno dependen la seguridad y la salud ciudadanas", aseguró Cunningham, químico de formación y uno de los defensores más acérrimos de la biotecnología alimentaria. Si bien ayer evitó hablar de plazos concretos para la comercialización de semillas genéticamente tratadas, el ministro subrayó, asimismo, que las únicas plantaciones experimentales autorizadas por ahora en suelo británico "son en pequeña escala".

Según datos recogidos ayer por la prensa nacional, Estados Unidos, China, Canadá y Argentina son los principales países productores de semillas transgénicas. En 1997, cerca de 12,8 millones de hectáreas, equivalentes a la superficie de Inglaterra (entendida ésta como una parte del Reino Unido) tenían cosechas plantadas con fines comerciales.

Los grupos ecologistas británicos, que se han convertido en portavoces de las dudas ciudadanas, afirman que la biotecnología cambia la naturaleza misma de la vida: en otras palabras, sus efectos son imprevisibles. La oposición conservadora ha visto en el debate uno de los puntos flacos del laborismo, y ha hecho suyas tanto las críticas como el recelo popular.

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