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Tribuna
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Los inválidos del tercer milenio

La última Feria de San Isidro del segundo milenio empieza hoy en Madrid. Acontecimiento histórico. De aquí saldrá el panorama de la fiesta que va a heredar el tercer milenio y se teme lo peor. A los toros -esa supuesta fiera más o menos dotada de cuernos- se refiere la premonición. Porque los antecedentes no pueden ser más negativos. Prácticamente todo cuanto ha salido por los chiqueros en las ferias importantes celebradas a lo largo del año -Fallas de Valencia y Sevilla, preferentemente- estaba inválido. Y por lo que respecta a Madrid, también.Tomemos como referencia los festejos feriales que ya se han venido celebrando en Las Ventas a partir de finales de abril: hubo tres novilladas -las tres primeras del abono-, salieron 18 novillos y se cayeron los 18. En la corrida del Dos de Mayo saltaron a las arena ocho toros y se cayeron los ocho. En la corrida del pasado domingo, de siete se cayeron seis.

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Vienen diciendo los taurinos que los toros se caían siempre, y para confirmarlo basta leer las reseñas de los antiguos revisteros. Pero precisamente las reseñas de los antiguos revisteros es lo que les desautoriza, pues relatan con indignados epítetos el caso insólito de un toro que a lo mejor cayó una vez, y la bronca monumental que provocó en el público, y la premura con que lo estoqueó el matador, pues nadie habría tolerado que a semejante animal le diera ni un solo pase.

Otro de los argumentos con que pretenden explicar las caídas es el peso. Atribuyen los taurinos al exceso de peso la invalidez de los toros, y semejante especie no pasa de ser un sofisma, pues los toros de toda la historia de la fiesta pesaban mucho más que los actuales. Las reglamentaciones anteriores a la guerra civil fijaban el peso mínimo en 575 kilos, con lo cual la mayoría de los toros que se lidiaban pasaban de los 600. Y les pegaban duro en el caballo. Y no se caía ninguno.

Siguen las argumentaciones: que los toros no hacen en el campo gimnasia funcional es una de las preferidas. Como si antiguamente hicieran aerobic. Los toros -y los restantes animales de la creación- toda la vida de Dios se han dedicado a comer y sestear. Y si emprendían un galope era porque huían aterrorizados de algo. Y los vaqueros se apresuraban a restablecer la calma, pues la estampida podía ocasionarles algún sinsabor de difícil reparación.

Decía el viejo AP: "Si los toreros no quisieran que se cayesen los toros, no se caerían nunca". Hay un ejemplo cercano: a los rejoneadores no les interesa que los toros se les caigan y no se les caen. También aquí los taurinos tienen algo que alegar: "No se caen porque no se emplean". Y, sin embargo, nada más aparecer el toro en la plaza -por cierto, cruelmente desmochado-, los rejoneadores les clavan tres pedazos de hierro que son otras tantas medias estocadas, y un montón de banderillas, y los asendereados animales no paran de correr en persecución del caballo y caracolear, sin que les den pausa ni respiro. Y no se caen.

La feria tiene un cartel de toreros muy bien combinado e interesante, aun considerando algunas notables ausencias, y ésta es una gran esperanza. Mas si llegado el momento sueltan los toros inválidos que son de temer, la medida del valor, de la técnica y del arte de los diestros, jóvenes o veteranos, quedará devaluada.

La autoridad seguramente tendría algo que hacer y que decir en este vidrioso asunto del toro. Pero la autoridad está incurriendo en clamorosa e irresponsable dejación de funciones. La Consejería de Presidencia de la Comunidad de Madrid, con su Dirección General de Seguridad, que deben hacer cumplir el reglamento, dan el ejemplo contrario y lo incumplen. Está establecido que se coloque en lugares visibles de la plaza el acta de los reconocimientos de los toros, con mención de cada uno de los rechazados y sus causas, y ese parte no aparece nunca. Astas de toros lidiados en la Comunidad madrileña (la capital incluída) las últimas temporadas dieron afeitadas en los análisis de laboratorio y, que se sepa, la Consejería no ha abierto el preceptivo expediente a los respectivos ganaderos. La plaza de Las Ventas se llenará cada tarde durante un mes, con una mayoría de público triunfalista, y a lo mejor sirve para que pasen inadvertidas algunas corruptelas. Esto se oyó, a voces, una tarde de la pasada feria en el tendido 10, cuando "cierto sector" de aficionados (serían los del 7) protestaba un toro: "Hemos venido a ver toreros y no toros. Los toros, al zoo". Y el tendido, casi todo, le dio una ovación. A estos extremos ha llegado la fiesta en el umbral del tercer milenio. Así la han dejado los taurinos, con permiso de la autoridad.

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