El fracaso de Milosevic
ENVIADO ESPECIAL"Milosevic ha fracasado por el momento en su intento de hacer explosionar los Balcanes". Éste es el contundente dictamen formulado ayer por la comisaria europea Emma Bonino, tras una intensa gira por las repúblicas fronterizas de Kosovo: Bosnia, Montenegro, Albania y Macedonia. Pero seis semanas de guerra y "la bomba humana" -el aluvión de refugiados- incrementan ya su precaria estabilidad política. Todas siguen el conflicto como un asunto interno, aunque enfrentándose a distintos peligros. Los gobiernos apoyan el acuerdo del G-8, pero algunos temen que ofrezca "una oportunidad" para el dictador.
La conclusión de Bonino tiene especial valor porque en este segundo viaje a los pequeños Balcanes, además de coordinar la ayuda humanitaria, se ha entrevistado con todos sus primeros ministros y otros dirigentes. Milosevic perseguía la limpieza étnica de kosovares y "como segundo objetivo, desestabilizar a sus vecinos, hasta hacer explosionar a los Balcanes: esa estrategia ha fracasado", declaró la comisaria a este periódico. La situación de las cuatro repúblicas es "frágil", reconoció, pero "está bajo control, las minorías no han podido descabalgar a los gobiernos, o no han caído en esa trampa".
El flujo humanitario y las visitas de ministros europeos, aunque crean confusión, han servido para convencerles de que la solución al problema no puede ser nacional, sino abarcar a toda la región; para tentarles con la propuesta de aproximarlas a la Unión Europea (UE), porque ése es su encaje natural; y para resaltar la validez del proceso de unificación comunitaria como ejemplo que se debe seguir. "El enfoque de la UE, regional y no a pedazos, es útil y hay que profundizarlo", concluye Bonino.
Un asunto interno
Económicamente pobres e institucionalmente tiernas, las cuatro repúblicas viven el conflicto como asunto propio, cambiante cada día. El acuerdo del G-8 les ha dado un respiro. La avalancha de deportados kosovares se ha interrumpido de momento, lo que algunos interpretan como síntoma de que Belgrado atraviesa un paréntesis para sopesar opciones.Pero también ha abierto nuevas inquietudes. El primer ministro albanés, Pandeli Majko, y el presidente montenegrino, Milo Djukanovic, son acérrimos enemigos de Slobodan Milosevic. Ambos apuestan -el primero, que presta su aeropuerto a la aviación aliada, helicópteros Apache incluidos, más en público que en privado- por la victoria de la OTAN y el final de la dictadura de Milosevic. Ambos, los más prooccidentales, consideran que el acuerdo de Bonn "es positivo, sobre todo porque reincorpora a Rusia". Pero también recelan de que su aplicación acabe otorgándole "un papel en la negociación que le suponga una oportunidad de supervivencia".
Su colega Lupko Georgievski, que rige una Macedonia de mayoría eslava bastante proserbia y menos comprometida con la comunidad internacional, se suma a la esperanza de que el Consejo de Seguridad traduzca bien las resoluciones del G-8, aunque se queja de que Belgrado "tarda demasiado en pronunciarse". Skopje emplea desde hace pocos días un lenguaje más cercano al de los aliados, quizá gracias a las promesas de éstos, particularmente a raíz de la visita de Tony Blair. Esta novedad es relevante, porque hasta ahora mantenía una calculada ambigüedad. Que se traduce también en la aceptación de deportados, pero a regañadientes, manteniéndolos en campos vallados que recuerdan bastante a los de concentración -lo que viola el Convenio de Ginebra sobre los refugiados-, y dándoles una de cal y dos de arena.
Estos gobiernos han visto multiplicarse sus problemas y fragilizarse por tanto sus cimientos.
Albania, el país más pobre de Europa (cerca de 1.000 dólares de renta per capita, en torno al 20% de la media europea) con tres millones de habitantes, acoge a unos 400.000 refugiados. Es el 13% de su población, lo que aboca las infraestructuras públicas (apenas hay otras) al colapso. La ayuda internacional lo está impidiendo, pero a costa de amenazar la autogestión de un país recién salido de la anarquía total, dos años después de la crisis especulativa de las pirámides que desembocó en el bandidaje y la práctica desaparición del Estado.
Pese a ello, el joven primer ministro Majko se declara dispuesto a "acoger, si es preciso, a otro millón de refugiados", por hospitalidad apasionada con los hermanos de etnia que comparte todo su pueblo, ésa que surge de las entrañas de los pobres. El jefe de la oposición y ex presidente Sali Berisha es el foco desestabilizador. Pretende "hacer negocio a costa de los refugiados", denuncia el ministro coordinador de la ayuda humanitaria, Kastriot Islami. Postuló no firmar el acuerdo de Rambouillet, criticó al Gobierno por no responder con la guerra a las incursiones serbias en el Norte y lanza rumores de evaporación (siempre la hay) de la ayuda alimentaria. Pero su propio partido de centro derecha está dividido y de momento la población apoya al Gobierno. Es el primer peldaño del fracaso serbio.
Macedonia. Aunque es el doble de rica que Albania, la "bomba humanitaria" de unos 200.000 refugiados enviados por Belgrado, que suponen el 10% de los autóctonos, es aún más peligrosa. Podría alterar "el equilibrio" multiétnico entre el 67% de macedonios/eslavos, el 23% de albaneses, el 10% de serbios y un 4% de turcos, gitanos y otros.
Así lo alega al menos el partido nacionalista del primer ministro Georgievski. Y por ello pone trabas a la llegada e integración temporal de los kosovares. Sus socios gubernamentales minoritarios, los albaneses moderados del Partido Democrático de Arben Xhafari, tragan sapos por "tanta demagogia xenófoba", alegan, y procuran que sus paisanos apoyen privadamente a los deportados, supliendo los deberes oficiales. Se arriesgan así a perder base electoral. Pero sus coétnicos radicales -el Partido Albanés de la Prosperidad- que les criticaron en noviembre por acceder al Ejecutivo de coalición, les exhortan ahora a permanecer en él, en pro de una estabilidad que favorezca a los deportados. Otro peldaño del fracaso.
Montenegro. Los problemas del presidente democrático Milo Djukanovic, provienen de que su oposición es el propio Gobierno federal, Belgrado. Milosevic envió a sus soldados a controlar la frontera con Croacia, relegando a los gendarmes autonómicos. La prensa y la televisión -también las extranjeras enemigas- se difunden libremente. Un día sí, otro menos, se teme un golpe de Estado a cargo del dictador. Djukanovic parece más fuerte últimamente. Declara que no ambiciona sustituir a Milosevic en la presidencia federal, pero aspira a "participar como interlocutor" en cualquier posible Dayton o Rambouillet. Es el peldaño más frágil del via crucis serbio.
Bosnia-Herzegovina. El primer ministro liberal fue destituido hace meses por el presidente y éste, a su vez, por el alto representante internacional, el español Carlos Westendorp, quien controla el semivacío de poder. "El peor impacto de esta crisis es que aplaza el proceso de normalización institucional iniciado", declara Westendorp a este periódico, "así como la recuperación económica, sobre todo en la República Srpska, que había reiniciado su comercio con Serbia". Pero los serbobosnios -la eventual espoleta desestabilizadora- se muestran moderados. "Están hartos de guerra y no apoyan a Milosevic, pues consideran que les traicionó", concluye.
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