MIR o no MIR: ésta no es la cuestión
La crisis de los MIR debe servir para reevaluar de forma seria, comprometida, justa y con criterios de excelencia todo el proceso de acreditación de especialistas en los hospitales, plantea el autor.
Ser estudiante de Medicina a finales de los años setenta era casi tan arriesgado como jugar a la lotería pensando casi siempre en ganar. En aquellos años, más de 20.000 alumnos acudían anualmente a las aulas de las facultades de Medicina repartidas por todo el país. La paradoja ante tan disparatado número de estudiantes era que tan sólo uno de cada cuatro conseguía acabar la carrera, algo bastante inusual en Norteamérica (EEUU y Canadá), donde casi la totalidad de los que inician los estudios de Medicina consiguen graduarse.Además, el recién licenciado tenía que volver a examinarse para optar a una de las 2.000 plazas hospitalarias acreditadas que le diera la posibilidad de especializarse en cualquier rama de la medicina o cirugía. Esta limitada oferta de plazas para completar en cuatro o cinco años ese periodo de entrenamiento, más conocido como MIR (médico interno residente), fue lo que aceleró el estricto cumplimiento del númerus clausus.
Cuando en 1976 se estableció en España el sistema MIR, no se anuló la posibilidad de ser especialista por otras vías, entre las que se incluía la rotación voluntaria durante varios años por un departamento hospitalario, la especialización en otros países o en ciertas escuelas médicas privadas, o simplemente el desempeño de la especialidad porque faltaban especialistas formados.
Todo esto ocurrió con la complicidad de la Administración sanitaria. Tienen que pasar otros nueve años (1984) para que el Gobierno imponga el MIR como única vía legal en España para ser especialista. Quienes optaron a una plaza MIR en 1985 fueron protagonistas de la convocatoria más dura: se ofertaron algo más de 1.300 plazas para unos 8.000 licenciados. En los años noventa hemos llegado a un equilibrio entre el número de estudiantes que son aceptados, el número de licenciados que finalizan y el número de plazas MIR que se ofertan.
Estos días, el colectivo de cerca de 18.000 médicos que están haciendo el MIR ha levantado el hacha de guerra por el real decreto que pretende aprobar el Gobierno para que, bajo ciertas condiciones, se pueda conceder el título de especialista a más de 3.000 médicos que han ejercido una especialidad entre 1984 y 1995 sin un título reconocido por el Ministerio de Sanidad. Se da la paradoja de que algunos de esos médicos sin título han sido tutores de médicos residentes. No me cabe ninguna duda de que entre todos se va a dar una solución a esta asignatura pendiente. Se habla de ser riguroso y objetivo a la hora de decidir quién reúne los criterios para ser especialista. Pero, yo me pregunto: ¿quién garantiza que los MIR que se han formado desde 1985 superan en conocimientos y formación a quienes aspiran a uno de esos títulos?
La excelencia en cualquier especialidad médica se sustenta en tres pilares: asistencia, docencia e investigación. No existe ninguna publicación ni documento que ponga en duda la importancia y la necesidad de la educación continuada y la práctica de la investigación para mejorar los cuidados sanitarios y el tratamiento de las enfermedades. Un hospital con programas activos de docencia e investigación es un hospital vivo. Un hospital sin el carácter, la dinámica y la velocidad que imprime la docencia y la investigación es un hospital muerto.
Los actuales MIR están repartidos por unos cien hospitales públicos o concertados de toda la geografía nacional. Aunque el programa de cada especialidad viene determinado por la Comisión Nacional de Especialidades, no todos los hospitales cumplen con rigor los programas de formación. Así, por ejemplo, la Unión Europea ha recomendado recientemente que debe respetarse un tiempo mínimo de formación de un 20% durante su jornada laboral para que el MIR tenga tiempo para estudiar, enseñar, investigar y visitar otros centros, algo que no cumplen la mayoría de los hospitales docentes.
Editoriales y artículos en revistas científicas del país comentan la continua laboralización del MIR, la pobreza de los programas de docencia de los hospitales, el burn-out de los profesionales responsables de la formación de los más jóvenes, la falta de motivación profesional, etcétera. No sólo existe una insuficiente tutela de los residentes, sino que éstos están considerados como mano de obra barata por los médicos de quienes depende su formación. De esta manera, el MIR no es considerado como un estudiante en un nivel superior de formación, sino como un empleado del hospital. El residente se va convirtiendo así en un resistente.
Si de algo tiene que servir la crisis de los MIR en España, es precisamente para reevaluar de forma seria, comprometida, justa y con criterios de excelencia todo el proceso de acreditación de especialistas en los hospitales de nuestro país. Estamos obligados a garantizar a la sociedad que nuestros MIR son entrenados en la medicina que se espera del siglo XXI y no en la del siglo XIX.
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