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Un trozo del cráneo del Cid

En la Sala de los Diccionarios se respira un aire rancio y abolengudo. Los armarios están cerrados con llave, aunque uno, que guarda varias ediciones del Quijote, estaba peligrosamente abierto ayer por la mañana. En las paredes hay retratos de los primeros directores de la Academia, fundada en 1713. Cuatro marqueses de Villena, muchos grandes de España de primera clase; Joseph de Carbajal, un marqués de Santa Cruz, un duque de Alba... Casi todos son caballeros del Toisón de Oro. Y hay además dos priores de mirada inquisitiva...

En las vitrinas, algunas de las obras cumbre de la literatura académica: el primer diccionario, abierto por la página de presentación, dice así: "Diccionario de la Lengua Castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes y otras cosas convenientes al uso de la lengua, dedicado al Rey Nuestro Señor, Don Phelipe V (que Dios Guarde), a cuyas reales expensas se hace esta obra. Imprenta Francisco del Hierro, 1726".

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El objeto más sorprendente es un canijo trozo pétreo y rocambolesco: pertenece al cráneo de Rodrigo Díaz de Vivar, Cid Campeador, cuya tumba encontraron las tropas napoleónicas cerca de Burgos. Un presidente francés se lo regaló a Cela, y éste lo trajo a la Academia.

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