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LA GRAN FIESTA DEL LIBRO

Libros y rosas toman la calle

Gala, Manfredi, Vicent y Maruja Torres, entre los escritores más solicitados en la fiesta de Sant Jordi

El Día del Libro ofreció ayer dos caras en Barcelona. La mañana fue espléndida, con mucho sol, muchas rosas, muchos libros y multitudes en la calle, pero a partir de las cuatro de la tarde el panorama cambió. El cielo se encapotó, se desató un fuerte viento y parecía que iba a descargar una tormenta que echaría por tierra todos los planes de libreros, escritores y editores. Al final, sin embargo, todo quedó en susto -unas gotas de lluvia, tenderetes alborotados por el viento-, y la tarde transcurrió en el habitual ambiente de fiesta de Sant Jordi. Con el centro de la ciudad colapsado, los escritores corriendo de caseta en caseta para no llegar con retraso a la firma de libros y con los libreros observando el cielo con desconfianza. Las cifras del Día del Libro hablan por sí solas. Se calcula que en toda Cataluña se montan más de 600 casetas, de las que 400 están en Barcelona. De estas últimas, una mayoría se sitúan en el centro de la ciudad, que es donde se concentra el ritual de la firma de libros. O sea, que un recorrido que discurra por la Rambla de Catalunya, la plaza del mismo nombre y la Rambla se convierte en algo así como una lenta procesión saturada de libros, rosas y escritores despistados o alborozados, según firmen mucho o poco.

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El paseo matutino por la Rambla de Catalunya permitía observar ayer la gran variedad existente en algo tan sencillo como es una rosa. El color dominante es el rojo, eso quedó claro, pero a partir de aquí todo se complica. Las había envueltas en celofana o en papel de aluminio, con espiga o sin ella, con banderita, con poema, con caja, con bombón, de caramelo, de cerámica, de porcelana, de papel... Entre los vendedores de rosas también los había de distintos tipos: los ambulantes de siempre, estudiantes con bata o sin bata, médicos en paro, disfrazados de Sant Jordi, cocineros con gorro, excursionistas de uniforme. Los estudiantesde Psicología tuvieron la humorada de colocar un cartel que decía: "Sea original, regale una rosa". La mayoría de transeúntes, rosa en mano, sonreían.

Entre los puestos de libros, una de las más originales era la de la Fundación Arqueológica Clos, que se montó un monográfico de libros de tema egipcio que hubiera hecho las delicias de Terenci Moix. El autor de No digas que fue un sueño, por cierto, fue de los que se hartaron de firmar ayer. No fue ninguna sorpresa. Terenci es ya un clásico de Sant Jordi, como lo es en los últimos años Antonio Gala, que también originó las colas habituales. De entre los extranjeros, Valerio Manfredi firmaba su Alexandros, se felicitaba de formar parte de la fiesta. La agenda de Maria de la Pau Janer-ganadora, con Lola, del último premio Ramon Llull- debía de tener ayer unas cuantas páginas suplementarias. Parecía estar en todas partes, y en todas las casetas había colas en busca de su cotizada firma. A Maruja Torres, otra triunfadora del día con su Mujer en guerra, se la veía en su salsa entre la multitud. Como a Manuel Vicent, flamante premio Alfaguara con Son de mar, o al último premio Nadal, Gustavo Martín Garzo, y a otros participantes en el tráfico de autores en que se convirtieron las calles de Barcelona. Junto al de Maria de la Pau Janer, otros libros catalanes de éxito ayer fueron Vuitanta-sis contes, de Quim Monzó (otro clásico de la fiesta), y Descalç sobre la terra vermella, la biografía del obispo Pere Casaldàliga escrita por el periodista Francesc Escribano.

En la Rambla, las casetas de libros alternaban con las de los políticos, que aprovechaban para recordar la proximidad de las elecciones. El puesto más original fue seguramente el de Edhasa, que, para promocionar su libro 29 Dry Martini, ofrecía, junto a cada ejemplar, una copa de Dry Martini. Otra idea original fue la del publicitario Lluís Bassat, que para promocionar El libro de las marcas hizo desfilar por Barcelona a un hombre parecido a Mao Zedong que lucía una gorra con el emblema de Nike.

En resumen, que todos los trucos parecían valer ayer para llamar la atención de una multitud ávida de libros y probablemente desorientada ante las más de 50.000 novedades que se publican cada año. Sant Jordi, con todo, fue la fiesta de siempre, aunque un poco alborotada por el viento.

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