_
_
_
_
_
CRÓNICA EN VERDE.

Basura bajo plástico

,Fue a principios de los años sesenta cuando el desaparecido Instituto Nacional de Colonización empezó a experimentar con los cultivos bajo plástico. La nueva técnica dio unos excelentes resultados. Si en 1969, y en el Campo de Dalías, apenas se contabilizaron 75 hectáreas dedicadas a este tipo de agricultura, diez años después la cifra se había elevado hasta las 7.500, y hoy este tipo de explotaciones superan las 20.000 hectáreas. En un primer momento los impactos ambientales de la nueva actividad se referían a la destrucción del suelo, la transformación del paisaje, dominado por praderas mediterráneas, y la extracción indiscriminada de arena en playas y dunas del entorno, alteraciones sobre las que no se aplicaron medidas correctoras. Los desechos, sin embargo, eran mínimos. Los residuos vegetales de las cosechas eran utilizados como alimento para el ganado. Los invernaderos, por el contrario, necesitaban de acceso rodado, acometida eléctrica y agua, de manera que aún siendo suelo agrícola comenzó a asemejarse al urbano, pero sin contar con las infraestructuras de saneamiento adecuadas a sus características. Además, la expansión de estas explotaciones trajo como consecuencia la introducción de numerosos elementos artificiales, desde plásticos para cubrir los cultivos hasta diferentes sustancias químicas para enriquecer los suelos o combatir plagas. Como explica el Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM) en un exhaustivo informe sobre esta cuestión, "ni los agricultores, ni la administración, ni los fabricantes habían previsto qué hacer al finalizar el periodo de utilización de todos estos elementos". Una hectárea dedicada, por ejemplo, al cultivo de pimientos precisa al cabo de un año de unas 3.300 toneladas de agua, 2,3 toneladas de fertilizantes, 200 kilos de pesticidas y una tonelada de plásticos. La cosecha final, estimada en unas 65 toneladas, deja como desechos la práctica totalidad de los plásticos, cerca de 27 toneladas de residuos vegetales y alrededor de 300 kilos de aguas contaminadas por fertilizantes y productos fitosanitarios. De esta manera, la comarca del Poniente almeriense se enfrenta todos los años a la gestión de cerca 630.000 toneladas de residuos procedentes de la agricultura. La mayoría (600.000 toneladas) son restos vegetales, seguidos por los plásticos que suman más de 20.000 toneladas. Los primeros suelen acabar en vertederos urbanos, reduciendo de forma notable su capacidad y vida útil, aunque ya se han instalado en la zona algunas empresas que han comenzado a procesarlos, en pequeñas cantidades, para obtener abono orgánico. Los plásticos, algunos de los cuales aún se siguen arrojando en cualquier sitio o se incineran a pie de invernadero, se reciclan en dos plantas que tampoco pueden hacerse cargo del total de la producción. Más complejo de resolver es el caso de los envases de productos fitosanitarios, de los que en toda la provincia de Almería se consumen cada año cerca de un millón de unidades. Considerados como residuos tóxicos y peligrosos no existe, sin embargo, ningún sistema de recogida específico, por lo que suelen aparecer abandonados en lugares inadecuados o bien mezclados con otras basuras Algunos ayuntamientos, como el de El Ejido, desarrollan planes de higiene rural que incluyen diferentes sistemas de recogida y eliminación de residuos. Asimismo, se trabaja en diferentes proyectos de investigación, públicos y privados, que hagan posible una mayor tasa de reciclaje, evitando así la simple acumulación en vertederos de los desechos retirados. En definitiva, todas estas explotaciones necesitarían de un servicio de recogida de basuras y sería conveniente dotarlas de algún sistema, similar a una red de alcantarillado, que retire las aguas residuales. A juicio del GEM, "los terrenos ocupados por invernaderos más que a zonas de cultivo se parecen a polígonos industriales, y así deberían ser considerados, como ya se ha hecho, por ejemplo, en Holanda". Los ecologistas reclaman, asimismo, un plan de gestión integral de los residuos

Historia de una invasión

Hasta finales de los años 50 la mayor parte del Poniente almeriense se encontraba sin cultivar o con plantaciones de secano. Los regadíos se limitaban a pequeñas manchas que aprovechaban las escasas aguas superficiales o recursos subterráneos de baja calidad. A la zona de Roquetas y Aguadulce, dominada por los terrenos desérticos, se le suponían grandes posibilidades agrícolas, debido a su excepcional climatología, siempre y cuando se encontraran las técnicas adecuadas para ponerla en cultivo. El enarenado, las plantaciones bajo plástico, el riego por goteo o los más modernos cultivos hidropónicos (en los que un sustrato artificial sustituye a la tierra fértil) vinieron a resolver esta limitación, de tal manera que en 30 años la superficie cultivada mediante estos sistemas se ha multiplicado por 250. Aunque la aplicación de estas técnicas obliga a soportar mayores inversiones que en un cultivo tradicional, los beneficios también se incrementan. Según los estudios llevados a cabo por la Consejería de Agricultura en El Ejido, la producción bruta anual de una hectárea de invernadero era de 7,5 millones de pesetas en 1996, con unos costes globales de 4,2 millones, lo que suponía un beneficio neto de más de 3 millones de pesetas. Además de los problemas ambientales que ha generado, la expansión de la agricultura bajo plástico también ha originado algunos desequilibrios sociales, en especial aquellos asociados a la importante corriente migratoria que se ha dirigido a estas zonas para atender a una creciente demanda de mano de obra. En la actualidad una buena parte de los trabajadores proceden del norte y centro de África.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_