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El número de personas que duermen en el aeropuerto de Barajas se multiplica por 10: “Veo más gente peligrosa”

Las cuatro terminales del aeropuerto, según un estudio del sindicato ASAE, de Aena, acogen cada noche una media de entre 400 y 500 personas, donde se mezclan parados, trabajadores y gente conflictiva

Decenas de personas durmiendo en un ala de la T4 de Barajas durante la madrugada del lunes.
Decenas de personas durmiendo en un ala de la T4 de Barajas durante la madrugada del lunes.David Expósito

Gabriel López, colombiano de 23 años, está cerca de cumplir el año como habitante de la terminal T4 del aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas. Como ya tiene experiencia, sabe que la mejor manera de dormir es tumbarse boca abajo, porque en ese espacio amplio y en apariencia diáfano las luces nunca se apagan. La noche no existe. Los recién llegados tratan de taparse la cara con algo, con las manos si es preciso, para combatir la luminosidad permanente. “Aquí la noche es una mentira, siempre es de día”, explica. López no está solo. ASAE (Alternativa Sindical Aena Enaire) calcula que, junto al joven, hay en estos momentos otras 500 personas entre las cuatro terminales, algo nunca antes visto. Hace una década, de hecho, no pasaban de 40.

López habla tumbado, envuelto en su saco de dormir. Está esperando a que su único amigo, Pablo Andrés, de 39 años, colombiano al igual que él, llegue con la cena. Esta vez han pedido comida “a domicilio” a un hindú de Barajas que les trae los kebabs “al punto” y no les cobra el desplazamiento. La pareja lleva sin comer desde la mañana, cuando ambos salieron hacia las zonas de los plastificadores de maletas para repescar algún cliente descontento con las tarifas oficiales.

Una persona duerme en un pasillo de la Terminal 1 de Barajas.
Una persona duerme en un pasillo de la Terminal 1 de Barajas. David Expósito

De acuerdo con un informe presentado por ASAE, “la expectativa es que se siga incrementando”. Las cifras se han multiplicado por 10 respecto al año 2014, cuando había contabilizadas unas 30 o 40 personas. En toda la Comunidad de Madrid, según datos del INE de 2022, hay 4.146 personas sin hogar. Un empleado de AENA que no quiere dar su nombre por miedo a represalias, admite que los trabajadores del turno de noche acuden a trabajar con “ansiedad y estrés”. “AENA es todo fachada, una aparente buena imagen, pero en realidad está contribuyendo a este descontrol. Antes era un problema, ahora es un problemón. Necesitamos que presionen al Gobierno para modificar la legislación vigente”, solicita.

“En la T4 al menos, la mitad de las personas son conflictivas, también están llegando muchos con trabajo cuyo problema es estrictamente de dinero, no pueden pagar una habitación. Se permite que se mezcle todo, que las mafias, los delincuentes, los adictos, los que tienen problemas mentales o los que ejercen la prostitución campen a sus anchas. Que hagan sus necesidades en los mostradores o se pinchen en los baños no es ninguna novedad. La solución que se nos da es que hagamos las rondas en grupo para estar más seguros, y aun así nos amenazan igual”, finaliza.

Óscar Gutiérrez es “madrileño, separado y con hijos”. Tiene 55 años. Gutiérrez asegura que lleva apenas 15 días y que lo suyo tiene fecha de caducidad. En verano debería marcharse. Actualmente, cuenta con un trabajo cada seis meses que le habilitaría, al cabo de dos años, para obtener una plaza de funcionario. El curso pasado “cometió el error” de intentar mantenerse en una habitación compartida el tiempo que estaba sin trabajo. Se quedó sin ahorros y acabó igualmente en la calle. Esta vez se ha venido al suelo de la T4 directamente para mantener el dinero que ganó desde mayo. Le recomendaron irse a otra terminal porque esta es la más “conflictiva”.

Durante la conversación con Gutiérrez, a pocos metros se produce el robo de un hombre de unos 40 años a una empleada de una tienda de mochilas a la que le arrebató el móvil de empresa con violencia. Cinco miembros de seguridad del aeropuerto y tres de Policía Nacional se personan en el lugar para detener al autor por “reincidente”: es su segundo hurto del día. La mujer, aunque los policías le insisten, no quiere denunciar porque sabe que volverá a verlo delante de su establecimiento.

“El año pasado en el hueco de ahí estábamos cuatro personas: Paula, la de Aravaca, Gerard, un chico francés, otro señor mayor de 72 años familiar del torero José Antonio Canales y yo. Cuando volví en enero eran 30”, recuerda. El hombre se queja de que las pocas ayudas que llegaban, como la de la iglesia evangélica Cristo Vive de Hortaleza, han sido prohibidas por “carecer de permisos”.

“Se están poniendo más severos. Acotan las zonas para dormir, nos apelotonan a todos en una esquina para vigilarnos…”, lamenta Gutiérrez, que no encuentra sitio para cargar el móvil porque los enchufes están sin corriente. El hombre considera que no está lejos el momento en que la cosa “se desmadre”. “Las personas verdaderamente peligrosas son las que no tienen nada que perder, y yo veo cada vez más gente de esa aquí”, sentencia.


Dos miembros de la iglesia evangélica Cristo Vive oran junto a una persona sin hogar de Barajas a finales de enero.
Dos miembros de la iglesia evangélica Cristo Vive oran junto a una persona sin hogar de Barajas a finales de enero. David Expósito

Para que los compañeros encaren el lunes con su mismo optimismo, Roger Castro, de 35 años, albañil sin papeles de Perú, ha montado una especie de consulta emocional en el ala izquierda de la T4. Castro, en un asiento de tres plazas, va recibiendo a los que llegan a pernoctar y quieren sentarse a su lado. “A los sin techo se les reconoce por el cansancio”, afirma. A plomo cae Ángel, un español de 40 años que pesa casi 150 kilos.

—Cada vez hay más gente en el hotel. Se rumorea que el 28 nos echan—, comenta.

Ángel “está harto” y no hace ninguna confesión significativa. Castro se queda solo. Es un chico afable y pensativo. Con sus ojos ve cómo delante de él un vigilante despierta dándole patadas en los pies a otro señor dormido. “Oye, jefe, levántate. Aquí hoy no se puede estar”, ordena. Castro arquea las cejas. “Es verdad que tienen que controlar un rebaño muy grande, pero a veces caen en comportamientos que son injustos”, reflexiona.

Castro ideó tres planes al llegar a España desde Perú hace año y medio: “el A, el B y el C”. Pese a haberse quedado en la calle por tercera vez, se sigue manteniendo en el primero, que consiste en estudiar Trabajo Social. “Irónico, ¿verdad? Yo me digo que estoy haciendo un trabajo de campo que luego me ayudará. Ahora estoy en el otro lado, en el jodido, pero espero poder dar el salto a la otra orilla, trabajar en una ONG y que esta experiencia sirva para algo”, sostiene. El chico muestra en su teléfono móvil cómo se motiva a sí mismo cada mañana. En el calendario del aparato tiene anotados una serie de objetivos personales que él considera realistas. Por ejemplo, para el 30 de mayo se ha propuesto obtener un empleo de al menos 720 euros. Si lo consiguiera, tiene escrito que podría gastarse 50 euros en “algo de ropa”. Para febrero de 2026 aspira a dar el salto a un sueldo de 1000 euros. “Dicen que trabajando 35 horas te puedes acercar”, expresa.

Las conversaciones empiezan a escucharse lejanas a partir de media noche y Castro comparte una galleta hecha migajas con un venezolano que está sin cenar. Dice Castro que si en unos meses la cosa no mejora, pasará al plan B. Si este, que no especifica cuál es, tampoco cuajara, al cabo de tres años y medio en España se encomendaría al C. Ese día Castro caminará los 100 metros que separan su lecho de la oficina de policía, pondrá “las manos encima del mostrador” y preguntará, con educación:

—¿Podéis deportarme?

Personas durmiendo en un ala de la T4 de Barajas durante la madrugada del lunes.
Personas durmiendo en un ala de la T4 de Barajas durante la madrugada del lunes. David Expósito

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